La pésima atención que recibimos de los funcionarios públicos subsiste porque sienten la obligación de castigar a los pecadores.
Lo novedoso en un ser humano es
que haga las cosas bien, que actúe con nobleza, que sea valiente, honesto,
fiel, generoso, sincero.
Esta no es una visión pesimista
sino que tiene su fundamento.
Si los humanos somos tan
malévolos, innobles, cobardes, deshonestos, infieles, mezquinos y mentirosos,
no es porque sí, no actuamos de esa forma caprichosamente sino que tenemos
sobrados motivos.
El motivo general para que
actuemos como actuamos es que somos notoriamente débiles, vulnerables,
dependientes de recibir ayuda durante décadas.
Somos tan débiles que no podemos
admitir que lo somos.
Muchas personas señalan, con
algo de lógica, que mis artículos las exponen a padecer una depresión pues
suponen que si no la padecen es porque logran mentirse, ilusionarse, apartarse
de la cruel realidad.
No creo que mis comentarios
constituyan una amenaza porque existen otras señales mucho peores a las que
adhieren con devoción religiosa.
Es muy grave para la salud
mental de cualquier ser humano creer que seguimos siendo culpables de un pecado
cometido hace miles de años. Me refiero al pecado
original.
Algunas culturas se alegran cuando fallece un recién nacido
porque suponen que irá directamente al cielo, pues la brevedad de su vida lo
puso a salvo de confirmar ese destino fatal que tenemos quienes lamentablemente seguimos viviendo (actuar en pecado,
convertirnos en pecadores confirmados y por lo tanto, en pecadores condenables).
Esta culpabilidad inevitable nos somete, nos esclaviza, nos
quita libertades, igual que a un presidiario.
Los Estados aprovechan esta situación, devotamente aceptada
por una mayoría de ciudadanos, para cometer abusos de poder con los ciudadanos.
La pésima atención que recibimos de los funcionarios
públicos subsiste porque sienten la obligación de castigar a los pecadores.
(Este es el Artículo Nº 1.792)
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13 comentarios:
Apoyándonos en la teoría psicoanalítica es posible llegar a la teoría que usted plantea. Nos castigan los burócratas porque merecemos castigo. Pertenecemos a una cultura judeo-cristiana y que llevemos esas creencias impregnadas, por más ateos que seamos, es bien posible.
Del mismo modo, todos nosotros, todos los que no pertenecemos a la burocracia me refiero, encontramos siempre alguna forma de castigar a nuestros semejantes.
Nos castigamos mutuamente porque no nos comprendemos ni amamos a nosotros mismos.
En las empresas privadas que no instruyen al personal en la atención al público, pasa lo mismo que con los funcionarios del estado.
¡No puedo creer que a los funcionarios estatales no les enseñen como tratar al público! Porque indirectamente estás diciendo eso, Rubén.
No se trata de dar un cursillo de atención al público. Lo importante es que se comprendan los beneficios que tiene para el trabajador mismo, ese buen relacionamiento. Si eso no se transmite en el cursillo, estamos en la misma.
Los abusos de poder nacen de lo débiles que nos sentimos. El poder da ilusión de fuerza, y el que no profundiza demasiado, se agarra de eso para sentir que es alguien.
Cuando las cosas salen mal siempre se busca a un culpable. Hasta que no se lo encuentra no hay paz. Así somos.
En mi Cielo están los culpables. Si existe un Cielo, todos tenemos que estar allí algún día. Porque Dios nos juzga desde el amor, y el amor no admite castigo.
Entiendo a los que le dicen que sus artículos los deprimen. Es más fácil no pensar demasiado y dejarse llevar por los impulsos. Si no hay lugar para la duda, toda actividad se vuelve más eficiente.
Eficiente pero a menudo nefasta.
Conozco personas muy católicas que admiten la venganza. Eso de que si te dan una bofetada pongas la otra mejilla, parece que se lo saltearon. Hay maneras de creer muy curiosas.
La educación religiosa tiene ventajas. La enseñanza de valores no es tan vital en los colegios laicos. Creo que una educación religiosa coherente tiende a formar buenas personas.
La educación religiosa siempre culpabiliza y juzga. Es discriminatoria. Genera individuos cerrados y sobervios que se creen dueños de la verdad revelada. Y por ella son capaces de cometer atrocidades.
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