sábado, 24 de marzo de 2007

Edipo universal

A veces elegimos la vocación para sabernos ubicados del otro lado del mostrador.

Esto me lo iluminó un analista que tuve hace mucho tiempo y me demostró con hechos que en mi fantasía, estudiar sobre el complejo de Edipo me permitía pensar que yo estaba eximido de él, que no lo padecía. Estudiando psicología podría llegar a pensar que sólo mis pacientes padecen del complejo de Edipo.

Esta creencia está resumida en el proverbio «En casa de herrero cuchillo de palo». Si bien esta sentencia parece muy simple, hace falta pensarla un poquito más para darse cuenta que no alude a una ridícula contradicción en la conducta humana sino que además nos puede alertar sobre cómo nos valemos de esa supuesta incongruencia para calmar nuestras ansiedades. Podría asegurar que además de un proverbio, también es un mecanismo de defensa.

Si doy por sabido que el herrero no tiene en su casa artículos de metal —cuando la lógica podría indicar que sería su metal predilecto por excelencia—, entonces puedo permitirme pensar que en casa de psicólogo no hay complejo de Edipo, ni neurosis, ni psicosis, ni angustia: nada que sea su objeto de trabajo cotidiano.

La vocación puede ser una formación reactiva. Todo aquello que más temo, eso mismo, maníacamente podría decir, es lo que voy a encarar.

Hay otra sentencia popular que dice «Si no puedes con ellos, úneteles». Quienes tenemos horror a perder el juicio, a perder la razón, podemos entrar en análisis sin fecha de vencimiento, o sea, para toda la vida, o más sencillamente, podemos estudiar para psiquíatras o psicólogos, con lo cual nuestro simpático inconciente puede hacernos creer que está todo arreglado.

Esto también se parece al fenómeno Estocolmo, según el cual el raptado termina aliándose con su raptor y poniéndose en contra de quienes lo quieren rescatar. O sea, si estudio para combatir el complejo de Edipo, seguramente que yo no lo padeceré. (¿?)

Estas reflexiones vienen a cuento porque muchas veces he escuchado a colegas que refieren al complejo de Edipo con una ajenidad y extrañamiento que sólo puede explicarse con que no se sienten alcanzados por él.

Quizá valga la pena recordarlo una vez más: todos pasamos por una etapa de deseos incestuosos. Lean mis labios: TODOS.

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