Naturalmente que no me estoy refiriendo a su vehículo, sino a su desempeño como ciudadano del mundo, como integrante de esta modesta especie que orgullosamente denominamos «humana».
La idea (¿receta?) es la siguiente: uno tiene que avanzar todo lo que pueda, a una velocidad tan alta como para que el freno opere instantáneamente cuando las circunstancias lo impongan.
Por ejemplo: a usted le gusta una compañera de trabajo y desea fervientemente fornicar con ella. Aplicando mi receta usted le dice: «Fulana, me gusta mucho tu cuerpo, tu manera de caminar, tu forma de vestirte e imagino que yo disfrutaría mucho conociéndote mucho más. Vos me entendés porque además sos muy inteligente».
Ella puede reaccionar con enojo, indiferencia o satisfacción.
Si usted tiene buenos frenos y marcha atrás, se detendrá o se rectificará en el caso que ella tenga una reacción de fuerte rechazo. Si se termina acostando con usted, sólo deberá usar el acelerador y olvidarse de las otras funciones.
La idea es aplicable con los negocios, con los pedidos de aumento de sueldo, con los reclamos, y con cualquier tipo de propuesta que esté acompañada por un gran deseo suyo.
Cuando uno desea intensamente algo, se pone nervioso porque vislumbra un peligro. A todos nos da miedo y nos ponemos conservadores restringiendo la exposición al riesgo. Esto está perfectamente bien porque de lo contrario sería un intento de suicidio tras otro. Lo que sí digo es: vayamos a la máxima velocidad permitida por la eficacia de nuestro freno e incursionemos en las zonas ajenas y desconocidas, siempre dispuestos a usar la marcha atrás para retirarnos con absoluta prolijidad.
Alguien con mayor capacidad de síntesis que yo, dijo: «Aprendamos a disculparnos para no tener que pedir permiso».
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