La ingesta de alcohol en las transacciones
comerciales puede servir para conocer más rápidamente los niveles de
confiabilidad del interlocutor.
En el mundo de los negocios
existen pulseadas, guerras, enfrentamientos, sabotajes, extorsiones y demás
prácticas generalmente imaginadas en ámbitos estrictamente bélicos.
Después de la guerra en todas
sus formas (convencional, sucia, guerrillera), otro ámbito similar al mundo de
los negocios es el ajedrez. Las pequeñas piezas representan millones de
dólares, estrategias de largo tiempo, inversiones, pérdidas, daños angustiantes
y muertes (jaque mate).
El sentido común nos haría
pensar que un buen guerrero de los negocios es alguien capaz de tolerar mucho
estrés, cansancio, angustia, ansiedad y que para resistirlo mejor convendría
que su corazón fuera muy tolerante a los excesos, sin embargo el órgano que más
tiene que resistir ese tipo de vida es el hígado.
Quizá la mayoría de los
negocios se realizan en medio de fuertes consumos de alcohol obligatorio. Los
comerciantes se obligan a beber altas concentraciones de etanol y quien no
puede resistir el nivel de ingesta, queda implícitamente descalificado.
No solo descalificado ante la
opinión crítica de los demás competidores-negociadores, sino porque una forma
de «fracasar» es perder la conciencia, sufrir una intoxicación alcohólica
(desmayo, vómitos, incoherencia).
El hígado es el principal protagonista en la digestión de los alcoholes
y depende de su fortaleza (capacidad de procesamiento) para que alguien resista
grandes dosis sin colapsar (intoxicarse).
Cuando dos negociadores inicial un vínculo donde la confianza es
esencial, el alcohol tiene un rol interesante.
Si nuestro interlocutor nos parece alguien confiable aún después de
verlo tomar una dosis de alcohol que desinhibe a cualquiera, muy probablemente,
(no digo «seguramente»), sea confiable, pues estas bebidas transforman a quien
las consume en quien verdaderamente son, debilitando los disfraces, las
simulaciones, la hipocresía y demás modalidades de engaño lúcido.
(Este es el
Artículo Nº 1.726)
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10 comentarios:
Estaría bueno que tomáramos una copita, ¿no Doc?
Eso es lo que no me gusta de ciertas competiciones. Exigen un sobre-esfuerzo que lleva al consumo de estimulantes y de sedantes. No creo que esa sobre-exigencia sea positiva. Pero cada uno es diferente. Algunas personas posiblemente necesiten vivir así.
Normalmente andamos con la careta puesta y no somos confiables. Sobre todo con aquella gente de la cual queremos sacar un provecho. Por eso cualquier droga que lleve a la deshinibición nos hará mostrarnos un poco más como somos.
El alcohol me pone sensible. Soy capaz de regalarle mi casa a un desconocido, cuando ando borracho. Esto me ha traído grandes problemas, sobre todo familiares. Pero cuando hago esas locuras me siento bien. Es extraño, pero no me siento burlado. En esos momentos me desinhibo y hago lo que me gustaría hacer, eso que la cultura no me permite.
Las negociaciones entre dos, así como forman parte del mundo de los negocios, también forman parte del mundo familiar y de pareja.
No es necesario tomar alcohol para ser sencillo y auténtico cuando se habla con quienes pertenecen a nuestro círculo de afectos. Al menos en ese ámbito no es necesario, por suerte.
Yo tengo un súper-hígado. Por eso se dieron las condiciones para que me lo pudiera arruinar.
Las pulseadas, guerras, sabotajes y enfrentamientos, nos gustan desde niños. Sobre todo a los varones. El entorno genera las condiciones para que esos juegos prosperen, además, y fundamentalmente, nuestra naturaleza humana desde hace milenios trae esas características.
La vida es un juego de ajedrez. En realidad cada juego es la vida.
La inversión de amor es la que genera las pérdidas más angustiantes.
El engaño lúcido es engaño sucio.
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