Las «amas de casa» emiten una señal que contradice lo que se le aconseja a los futuros trabajadores.
Siempre decimos que el salario
de los trabajadores está casi totalmente determinado por su capacidad
productiva.
Ponemos «cara de profeta»
para decir que los niños y jóvenes deben estudiar, conocer algún oficio o
acceder a un título como profesionales universitarios.
Parecería ser necesario o imprescindible conocer una «segunda lengua»,
de ser posible, inglés.
Afirmamos como algo comprobado que los niveles salariales están
«atados», (son proporcionales), a la capacitación y productividad que tengan
los trabajadores.
Otra verdad que no merece discusión refiere al nivel de compromiso que
tenga el empleado con los intereses del empleador. En otras palabras, será bien
remunerado aquel que defienda los intereses del patrón con tanta pasión y
fidelidad como si fuera el mismo dueño.
Una remuneración muy deseada
es la de tener algún rol de mando, alcanzar la responsabilidad de ser líder en
un grupo de trabajadores, tener personal a cargo, dar órdenes, evaluar,
inspeccionar, aplicar sanciones, tomar decisiones que afecten la vida de otras
personas.
Digo que esta es una remuneración, porque para muchas personas tener
poder es más atractivo que tener dinero. Quienes tienen poder de decisión,
seguramente ganarán buenos sueldos pero lo cierto es que la principal
gratificación quizá no sea el dinero sino el poder, la sensación de poder.
Si observamos uno por uno los
diferentes aspectos que he listado anteriormente, comprobaremos cuán alto grado
de similitud existe entre lo que tiene que hacer un empleado para recibir una
gratificante remuneración y lo que tiene que hacer una dueña de casa, madre de
niños, a veces también jefa de hogar, para no cobrar nada.
La señal es radicalmente contradictoria
y lo es en tal medida que podría ser una señal generadora de pobres
patológicos.
(Este es el
Artículo Nº 1.723)
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9 comentarios:
La mujer en un rol subordinado, trabajando como empleada dentro de su casa sin percibir remuneración, teniendo a su cargo la enorme responsabilidad del cuidado y educación de sus hijos, pone de manifiesto una enorme contradicción cultural, como dice Mieres.
Sus tareas hogareñas no son valoradas y por lo general tiene poco poder de decisión.
Los niños llegan a un mundo que está armado así y así quedan configuradas sus cabecitas. Esto no sólo perjudica a la mujer, sino a la sociedad toda. La desigualdad y la injusticia atenta contra la convivencia en armonía y atenta contra la comunicación, cosa tan importante para avanzar hacia un mayor bienestar.
A la mujer, en las tareas del hogar, se le pide lo mismo que al hombre en su trabajo remunerado: identificación con los intereses del jefe, buen rendimiento, regularidad, puntualidad, resultados.
Al hombre le pagan y a la mujer no. El trabajo de la mujer no vale; más allá de que le competa las tareas esenciales en lo que refiere a la formación de las nuevas generaciones.
Los primeros modelos identificatorios para el niño son los que le proporcionan quienes cumplen los roles de madre y padre. Si se le transmite desvalorización de la mujer, probablemente el niño luego reproduzca ese modelo.
Las mujeres que trabajan son cada vez más. Muchas veces sus salarios son más bajos que los del hombre, para la misma tarea. Además como la mujer tiene hijos, tendrá licencia maternal y probablemente se ausente más al trabajo para ocuparse de sus hijos cuando se enferman o cuando hay reuniones de padres en la escuela o el liceo (reuniones a las que por lo general asisten ellas). Por eso los empleadores en muchos casos prefieren contratar hombres.
Las mujeres están más afectadas por la pobreza patológica que los varones.
Por el Río de la Plata, hace ya algún tiempo que las mujeres se vienen capacitando más que los hombres. Siendo optimistas podemos llegar a pensar que a la larga esto las favorezca.
El rol de mando está más asociado al varón que a la mujer. Por eso es más fácil que ellos se sientan más a gusto en ese rol que las mujeres. Además ya lo vienen practicando desde niños, en sus juegos.
Ahora que Ingrid habla de los juegos de los niños, es fácil observar que los juegos de los varones son más agresivos y competitivos que los de las niñas. Estas últimas se orientan más hacia la representación de roles que entrenan la capacidad de cuidar y alimentar a quienes están a su cargo: hacer comiditas, mecer al bebé, sacarlo a pasear, limpiar la casita de juguete. Les enseñamos que así es el mundo de los adultos, mundo para ellos fascinante y al que quieren acceder.
Luego, cuando se vean enfrentados a ese mundo, comprenderán que los roles tendrán que ser más flexibles, porque para sostener el hogar ambos tendrán que salir a trabajar afuera. El hombre, sin mayor culpa, aludirá torpeza para las tareas de la casa y el cuidado de los niños. No se siente identificado con esas tareas. Entonces la mujer se verá sobrecargada, porque tendrá que asumir una mayor responsabilidad laboral, ya que trabajará dentro y fuera de la casa. Esto le quitará tiempo y energías para realizar otras actividades de su agrado, lo que puede generarle una alta dosis de frustración, que luego podrá manifestarse en depresión, agresividad, conflictos con el padre de sus hijos.
Como a las mujeres se les ha negado durante tanto tiempo el poder, ellas tienen una sed especial por tenerlo.
Las mujeres tienen un enorme poder, sólo que no se dan cuenta. Tienen mucho poder sobre sus hijos. Y también sobre su marido. Lo ejercen de un modo más sutil, pero lo ejercen.
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