Como en la escuela los de menor estatura ocupan los primero lugares (adelante), podría intuirse que tener la menor riqueza también logrará ese privilegio.
Las experiencias infantiles (hogareñas
y escolares), son trascendentes y azarosas.
Los padres suelen preocuparse
por hacer lo mejor por sus hijos, pero terminan haciendo lo mismo que hace
cualquier padre: lo único que pueden. Ni más ni menos.
Claro que algunos padres pueden hacer más cosas que otros, pero esto no
depende de ellos mismos sino también del azar, de la suerte que hayan tenido y
tengan.
Los artículos que integran
este blog refieren a los factores que eventualmente podrían influir para que
alguien sea un «pobre patológico», es decir, alguien a quien la mala suerte lo llevó y
lo mantiene padeciendo escaseces, de las que desearía librarse, pero
infructuosamente porque algún funcionamiento inconsciente lo retiene en ese
estado.
Si todo lo que ocurre en el hogar durante los primeros años de vida es
trascendente, también lo es aquello que ocurre en la escuela, en tanto esta
funciona como un segundo hogar, aloja a los niños durante muchas horas, durante
muchos años y procesando una interacción social, emocional e intelectual muy
intensas.
En ese denso caldo de sensaciones, a muchos les puede ocurrir que saquen
algunas conclusiones sobre la ubicación física que se asigna a los niños.
Los alineamientos en filas, guardando distancias uniformes y caminando
al mismo ritmo, sugieren ideas militares: orden, disciplina, jerarquía, armas,
combate, violencia profesionalizada, guerra.
A esta posible sugerencia militar se le agrega que los niños de estatura
baja se ubican adelante y los más altos detrás. Reafirmo lo obvio: adelante
están los primeros y atrás están los últimos.
Si los de menor estatura tienen una ubicación privilegiada es posible
intuir que los de menor riqueza, (pobres), también la tendrán.
(Este es el
Artículo Nº 1.732)
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9 comentarios:
Yo soy bajita y siempre lo fui. Como a veces el criterio era sentarnos por orden de estatura, en el salón de clases casi siempre estuve en las primeras filas. Pero también hubo otros criterios. Algunos maestros nos ponían por orden de apellido, y otros, como ud dice, por orden de conducta: los más revoltosos adelante, los más quietos y callados atrás. Así que estuve ubicada en todos los lugares de la fila.
Como hice toda la escuela y el liceo en época de dictadura, izábamos la bandera, hacíamos fila, tomábamos distancia. Las chicas teníamos que llevar el pelo atado y los varones bien corto. La excusa eran los piojos.
De todas estas experiencias no puedo sacar demasiadas conclusiones. A mí me gustaba sentarme adelante, porque atrás conversaban y jugaban... y yo no sabía jugar. Era una alumna ¨sobresaliente¨y por eso, ninguno de los adultos en la escuela, se preocupaba por mí. Ni siquiera cuando me ponía a estudiar en los recreos. GRAVE ERROR. Me fui convirtiendo en un monstruito que despreciaba a sus compañeros y hacía y decía todo lo que a los adultos les gustaba escuchar. No me entrené en eso de darme cuenta de que era lo que yo quería. No sabía si un día no tenía ganas de estudiar. Sólo sabía que tenía que estudiar. No me daba cuenta de que me sentía sola, sólo importaba tener buena conducta, porque eso era lo que me pedían los emisarios de papá.
Se suponía que estudiando iba a ser una profesional seria, exitosa y con un buen nivel de vida, pero como yo no sabía lo que quería, lo único que tenía claro era lo que querían ellos, los adultos, yo no pude acercarme a esa meta que parecía natural, que se iba a dar por si sola. Para tener éxito en lo laboral es muy importante saber lo que se quiere, tener una relación adecuada con la autoridad, saber construir vínculos, tener amigos, dejar a un lado la soberbia.
Yo no pude. Y aquí estoy.
Habitualmente los más ricos en atenciones y privilegios son los niños más pequeños. De ahí es posible deducir que el niño saque la conclusión (conclusión que luego olvidará) de que ser pequeño lo hará más rico, cuando en realidad es todo lo contrario; para lograr buenos trabajos se necesita dejar de ser pequeño, de comportarse como un niño, abandonar las creencias infantiles y sustituirlas por aquellas que paulatinamente vamos construyendo cuando crecemos.
No dejo de asombrarme de cómo olvidamos las duras etapas de la niñez.
Cierto que los padres no pueden hacer otra cosa que lo que pueden. También es cierto que estamos en permanente cambio, y que algunos de los factores de cambio los podemos propiciar. Por eso es que leo este blog. Pienso que pensar es un factor que ayuda a cambiar. Escuchar las posturas de otros también. Y por supuesto, ser capaz de cuestionarse; eso es fundamental.
La suerte juega también. Aunque no creo que sea uno de los factores principales.
Depende a qué le llamemos suerte, Javier. Suerte puede ser tener un hijo sano, me refiero sin problemas congénitos; aunque depende, a veces estos niños maduran más rápido y adquieren habilidades que los harán más capaces de ser felices.
También es suerte la dotación genética en general, la situación familiar, la sociedad en la que vive, las personas que más han influido en su vida, los acontecimientos inesperados que haya tenido que sobrellevar, la salud de sus padres... para mencionar algo de lo más grueso, pero podríamos seguir así hasta el infinito.
Todos y cada uno carga con sus dolores. Con su cruz, como dicen los cristianos. De niño, una de mis cargas era ser muy alta. Además mi cuerpo se desarrolló algo más temprano que el de las compañeras de mi edad. Yo todavía jugaba a las muñecas cuando algunos jovencitos ya empezaban a piropearme por la calle, y a veces los piropos no eran los más adecuados. Entonces sin darme cuenta empecé a adoptar una postura desgarbada, a avergonzarme de mi misma, a sentir que algo estaba mal en mí. Creo que eso influyó bastante en mi vida futura. Quizás un poco me llevó a sentir que no merecía la riqueza, no merecía que me fuera bien. Es increíble como algo tan poco trascendente como pueden ser 15 o 20 centímetros más, terminó influyendo tanto en mi vida.
La escuela fue mi primer hogar, o al menos, el hogar donde quería estar para escapar de mi verdadero hogar. Por eso mis maestras fueron muy importantes en mi vida. Las necesitaba tanto, que siempre tomaba de cada una lo mejor. Las quería y me querían.
Al leer ubicación física asocié con educación física. ¡Eran un desastre en educación física! Todos se burlaban de mí y yo no lo tomaba a broma. Sentía mucha vergüenza. Mi ineptitud para los deportes se debía a mi sobrepeso. Legada la adolescencia dije BASTA. Me propuse adelgazar. Ese era mi único objetivo en aquel entonces. Lo que empezó como una dieta saludable terminó en anorexia. No podía tragar los alimentos, sentía que me dañaban. Comencé a debilitarme mucho, a tal punto que estuvo en juego mi vida.
Por otro lado pasaba que en mi casa se asociaba la gordura con la buena vida. También había algo dentro de mí que rechazaba la buena vida. No me interesaba estar feliz ni llevar una buena vida. Quería vengarme de todos los que me habían puesto en ridículo. El deseo de venganza no me permitió acceder a lo que en realidad quería: ser feliz, tener amigos, acceder a una buena vida. Lo que aprendí fue a restingirme, reprimirme, sacrificarme. Además quería ser bella, es decir, que los demás me vieran linda. Y yo me miraba al espejo y nunca llegaba, seguía viéndome fea y gorda aunque pesaba menos de 40kg.
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