Probablemente nueve de cada diez entrevistados
aseguran que solo aman cobrar dinero y que aborrecen gastarlo, pero es al revés.
En la historia de los
informativos y de los noticieros existieron tanta la cantidad de intentos
fallidos que ya nadie más hace la prueba.
Me estoy refiriendo a los
programas destinados a dar buenas noticias con exclusión de lo que podríamos
catalogar como malas noticias: tragedias, estafas, epidemias, guerras,
desastres naturales, muertes masivas, corrupción política, escándalos sexuales,
invasiones de extraterrestres.
Por lo tanto ya estamos en
condiciones de asegurar que al ser humano lo aburren las buenas noticias y lo
entretienen las malas noticias.
Como dato complementario,
menor, insignificante y aburridor digamos que nueve de cada diez entrevistados
aseguran que solo aman las buenas noticias, que aborrecen las malas noticias y
que si solo miran noticieros catastróficos es porque «en la televisión no
hay otra cosa».
Estos comentarios no tienen ninguna vinculación con el tema central de
este artículo, el que en realidad se refiere a la diferencia subjetiva que
existe entre cobrar dinero y gastar dinero.
Esta diferencia subjetiva podría ser una de las miles de causas de lo
que denomino pobreza patológica.
Los trabajadores sentimos muy poca emoción cuando cobramos
lo que hemos ganado con esfuerzo, dedicación y trabajo, mientras que sentimos
un leve cosquilleo entretenido al pagar.
La lejanía temporal entre el momento de trabajar y el
momento de cobrar suele dificultarnos entender que una cosa está relacionada
con la otra. En general, no recordamos el esfuerzo que demandó ese dinero que
nos pagan.
Sin embargo pagar es
algo más vivencial porque sentimos lo que hemos recibido a cambio: alimentos
para comer, ropa para vestir, electricidad para iluminarnos.
Propongo pensar que esta diferencia subjetiva puede
influirnos para menospreciar los cobros aburridores y preferir los pagos
divertidos.
(Este es el Artículo Nº 1.813)
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8 comentarios:
Yo sí pienso, cuando gasto mi dinero, en cuánto me costó ganarlo. Me acuerdo que hace unos años el día de mi cumpleaños me dije que iba a regalarme ropa. Salí con la cantidad de plata que pensaba gastar... y en lugar de disfrutarlo salí con un enorme dolor de cabeza. No pude gastar el dinero que llevaba, gasté menos de la mitad.
Me gusta mi trabajo, así que no pienso en cuánto me costó ganar el dinero, más bien pienso en las libertades que pierdo, es decir, el tiempo libre que muchas veces querría tomarme.
Yo cuando voy de compras me olvido de todo. Entro en una especie de euforia y no pienso para nada en el trabajo, ni en cuanto dinero me va a quedar para pagar las cuentas.
Más o menos la voy llevando; con tarjetas de crédito y préstamos. No me quejo.
Cuando voy a pagar
me olvido de pensar.
Pagar y gastar
no deberían concordar.
Cobro pensando que estoy cobrando una miseria. Pero no gasto como un miserable. Al gastar sólo pienso en el disfrute que me merezco.
Hay cosas que pago sin ningún remordimiento: regalos, gastos básicos, buena comida. Lo que me cuesta pagar son los gastos superfluos. Ahí no entiendo a mi mujer...
Pagando con plástico el cosquilleo es mayor.
Recuerdo la alegría que sentí cuando compré cosas con mi primer sueldo. Lo primero que compré fue una cartera blanca para mamá. Y después le regalé un macetero. Después empecé a comprar las cosas que necesitaba para casarme (electrodomésticos, cortinas, cama, colchón, sábanas, toallas, etc, etc). Después empecé a vivir con mi esposo y todo el sueldo era para comer y pagar las cuentas, aunque algún gustito nos dábamos de vez en cuando. Pero nunca gasté dinero en mí. De eso más bien se ocupaba mi marido (al revés que la mayoría de las parejas, creo).
Y después me divorcié. Tuve que gastarme todo el sueldo en sobrevivir con mi hijo. Hasta que me volví a casar. Entonces recomenzó la misma historia.
De tanto en tanto me arrepiento de no haber gastado en mí misma los primeros sueldos de soltera, pero sé que no podría haber hecho otra cosa. En eso soy como papá.
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