Intentaré fundamentar,
contando con su benevolencia, por qué mi afiebrado cerebro segrega una
hipótesis según la cual el dinero funciona como un refrigerador que conserva
los alimentos.
Las personas trabajamos en el
tiempo libre, es decir, utilizamos el tiempo que no destinamos a comer, a
dormir, a desplazarnos, a mirar televisión, a pasear por un parque, para que
otro lo utilice de alguna manera que pactamos.
Las personas que se dedican a
vender lo que producen, venden aquello que no necesitan. En otras palabras, los
vendedores venden lo que les sobra y no venden lo que necesitan y que para
ellos es útil.
Por lo tanto los compradores
compramos sobras, restos, descartes, migajas, recortes, cenizas, lo que para el
vendedor es inútil, lo que el vendedor no necesita ni desea.
Esta definición explica por
qué tantos vendedores lucen apáticos, indiferentes, despreciativos, aburridos,
soberbios, glaciales. Debemos comprender que, a la postre, los compradores
somos simples recolectores de basura pues vamos a retirar lo que los vendedores
ya no necesitan ni desean.
Esta definición también
explica el fenómeno de los supermercados y de los autoservicios. Obsérvese que
los aburridos vendedores, abrumados por esa mercancía que no necesitan ni desean,
prefieren dejarla ahí tirada en las góndolas para que los recolectores de
basura la tomemos nosotros mismos sin que ellos tengan que molestarse en
entregárnosla.
Sin embargo, esos despercidios
no son entregados gratuitamente pues la avidez de los compradores estimula a
los vendedores para cobrarla, para canjearla por otra mercancía igualmente
inútil: el dinero.
Como el dinero puede ser
canjeado en cualquier momento por mercancías realmente necesarias o deseadas,
funciona como un conservador de alimentos que aplaca nuestra hambre cuando
efectivamente la padecemos.
(Este es el Artículo Nº 1.832)
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7 comentarios:
Original idea: el dinero como un refrigerador.
Yo lo tomo de esta manera: cuando preciso dinero salgo a buscarlo, con cierta fe (al menos por ahora) de que siempre terminaré encontrándolo.
Cuando lo tengo sigo en la rutina anestesiante de cumplir con mi trabajo habitual, no se me despiertan inquietudes, ni ganas de investigar. No me planteo crecer en mi profesión. No me proyecto al futuro.
Sé, por algunas amigas, que desde chicas los padres las motivaron a pensar en el futuro. No con angustia (¨pensá cuando te jubiles!) sino con entusiasmo de crecer en el mejor sentido de la palabra. A mí eso me faltó, y recién ahora, en la curva final de mi vida se me da por pensar qué quiero yo de mi futuro, cuáles son mis sueños, a dónde me gustaría llegar. Espero que no sea del todo tarde.
Entiendo lo que dice Laura. Cuando dejé atrás la niñez le tuve mucho miedo al futuro, al mundo de los adultos. Capaz que desde ahí fue que no me animé a proyectarme, igual que Laura. Nunca fui un soñador. Soy de esos que carga con el día a día. Cuando se me dio la oportunidad de jugármela por lo que amaba, no me animé. Quizás le tuve miedo al fracaso o a lo que implica elegir un camino: dejar de lado otros.
Tal como usted lo plantea, un vendedor es un ser despreciable. Alguien que vende porquerías, cosas que no le interesan, fingiendo quizás que son necesarias o imprescindibles.
No es mi caso. Sólo puedo vender lo que yo mismo compraría. Primero me enamoro de mi mercadería y recién ahí estoy en condiciones de venderla. Soy como un Testigo de Jehová.
Es lo que yo digo, la culpa la tenemos nosotros los consumidores. No nos quejemos si vivimos en una sociedad de consumo.
Desearía comprar todas las frutas y verduras que descargo del camión. PERO por hacerlo me pagan un sueldo miserable.
Hay una cosa que a mí me pasa. Me gusta comprar en donde me conocen y charlo un poco. Me gusta que me digan ¨cómo estás mi amor! ¿qué vas a llevar hoy?, ¿viste lo que le pasó al rengo?¨.
Hoy leí que el consumo de carbohidratos simples refinados produce el mismo efecto que el tabaco: liberación de serotonina. Actúan como antidepresivos y como ansiolíticos. Producen adicción.
Vivo sola y consumo cantidades inadecuadas de chocolate, además de que me fumo todo. Soy una consumidora compulsiva de esos productos, productos que hoy por hoy son muy caros.
Pido ayuda y me dan pastillas. Con las pastillas pasa lo mismo que con los cigarros y los dulces. Cada vez necesito más.
Ya no pido ayuda.
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