Sobre la costa del Océano Pacífico del norte de Estados Unidos y el sur de Canadá, quedan aún algunas tribus que cuando fueron descubiertas por «el hombre blanco» lo sorprendieron con un ritual muy interesante.
Se llama potlatch y consiste en una fiesta en la que su organizador procurará ganar prestigio social agasajando generosamente a un grupo selecto de invitados.
Esa generosidad no es gratuita. Quienes tienen la suerte de ser invitados, además de comer y beber abundantemente, recibirán importantes regalos pero con dos condiciones:
1) Reconocer públicamente el prestigio del dueño de casa y
2) Hacerle otro regalo que cueste el doble dentro de un año.
Estos indígenas asocian el poder económico y el prestigio. La capacidad para hacer muchas mantas con pelo de caballo (que es el regalo más frecuente) eleva la categoría de jefe de familia.
Ellos está muy interesados en ocupar los mejores puestos en la valoración social y para ello trabajan frenéticamente todo un año para hacer esas fiestas rituales con los respectivos regalos que, de ser aceptados, confirmarán el reconocimiento que buscaban a la vez que en un año recibirán regalos por el doble de lo que entregaron.
Los antropólogos que se divierten encontrando todos estos datos tan curiosos, logran también informarnos sobre algunas particularidades nuestras que desconocemos porque no están incluidas en nuestras costumbres habituales.
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17 comentarios:
Las intenciones de los no indígenas no difieren demasiado, aunque somos más discretos e hipócritas.
Alguna vez leí algo de esto y creo que el asunto es mucho más complejo y sofisticado de lo que acá se dice.
Me gustan muchos los libros de viajes porque se cuentan costumbres rarísimas y muy interesantes.
Es más lindo ir personalmente Hélida. ¿No quieres venir conmigo?
Eso de tener que devolver el doble es un homicidio. ¿Cómo soportan semejante usura?
Bueno, son indios.
Asociar el poder económico al prestigio es medio salvaje pero funcionamos así.
¡Siempre los regalos tienen que ser el doble de costosos! Esa es una escalada imposible de sostener.
Los regalos que algunas personas acostumbran hacer a su médico de cabecera son una forma de pedir: vamos, esmérese conmigo!
Me gusta mucho eso de que el poder social dependa de hacer bien una sóla cosa. Ojalá nuestra sociedad fuese así de sencilla.
Cuando alguien organiza una fiesta en su casa, por lo general se esmera mucho. Para nosotros, al igual que para esas tribus, la fiesta que uno organiza, funciona como una carta de presentación.
Nuestros políticos se pasan haciendo potlach. Los que se llevan el primer premio son los embajadores.
Los cumpleaños de quince son una manera de presentar en sociedad, de la mejor manera posible, al niño que deja atrás su infancia.
Los niños en las escuelas hacen manualidades para el día de la madre, mientras en la tele bombardean con planes de financiación para comprar todo tipo de regalos.
Para la Navidad voy a etiquetar todos los regalos con la siguiente leyenda: el tuyo tiene que duplicar. Me gustó el nivel de exigencia de esas tribus.
Algunos antropólogos dicen que los charrúas festejaban comiéndose al enemigo.
Muy mal gusto, un verdadero alarde de poder.
Odio cuando en los cumpleaños empiezan a preguntar "¿qué regaló la abuela?" , "¿y el regalo del tío?". Te da la impresión de que todos los años tenés que confirmar tus lazos de parentesco.
Yo esas condiciones no las acepto, a mí que no me inviten.
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