Nuestras fantasías de omnipotencia incluyen tantos deseos destructivos que las reprimimos hasta para competir y producir legalmente.
Para cualquier persona mayor de cinco años está claro que la convivencia es algo difícil, áspero, pleno de alegrías y frustraciones.
Cuando entran en conflicto nuestra agresividad con el instinto de conservación de los demás, ahí tenemos que intervenir para que «las cosas no pasen a mayores».
Puesto que la exactitud no es una de nuestras virtudes y en tanto la medición en asuntos sociales es prácticamente imposible, entonces tratamos de establecer normas de convivencia que sean un poco más represivas que tolerantes.
La historia nos ha convencido de que es mejor que los ciudadanos carezcan de libertad (de movimiento, de expresión, de recursos) a que vivan prácticamente en una anarquía.
Si fuéramos a construir una consigna, esta diría «es preferible que falte libertad a que sobre».
Por esa misma imprecisión en la medición sociológica y ese precavido exceso de represión, es probable que a muchas personas les ocurra lo que describiré a continuación.
Las ideas (pensamientos, sentimientos, intenciones) más íntimas son juzgadas por el mismo que las piensa, como terroríficas, muy peligrosas, de un altísimo poder destructivo.
Esta auto-observación, auto-evaluación y auto-diagnóstico atemorizan alegremente al poseedor de tanta furia.
Digo «alegremente» porque mientras las siente en su corazón, también piensa algo así como «soy omnipotente», «nadie podría conmigo», «soy grandioso».
A esta placentera sensación se agrega una segunda imprescindible: «si no fuera por cómo me contengo, ¡pobre humanidad!».
Y acá llegamos a lo que les quería comentar: no solamente la sociedad nos reprime de más (por las dudas, por prudencia, pecando por exceso), sino que los que se imaginan más trabajadores, competitivos, agresivos, conquistadores, productivos, reprimen con responsable energía esa imaginaria potencia convirtiéndose en pobres patológicos para salvar a la humanidad.
●●●
16 comentarios:
Entonces una de las causas de la pobreza patológica podría ser la falta de confianza en el autocontrol.
Mi madre se la pasa diciendo "no se cómo me contengo". Vive en estado de indignación perpetua.
Hoy estoy en un día fatal, doc.
Espero que los pobres patológicos se salven por si mismos.
No entiendo por qué se dice que alguien tiene carácter, simplemente porque es calentón.
Si una sociedad es armónica y funciona con pocas normas, es una sociedad evolucionada.
Creo que la consigna que ud construyó es realmente la que nos rige, pero parece que nadie quiere admitirlo.
Pensándolo bien... los humanos deberíamos valorar todo el esfuerzo que hacemos.
Siempre que reprimo mis deseos destructivos, a la postre, termino enfermándome.
Al fin y al cabo, somos mucho más responsables de lo que creemos.
Y ud. dice que nos imaginamos más agresivos de lo que en realidad somos?
Debe ser difícil darse cuenta cuando uno está reprimiéndose por demás.
Me pregunto cómo habrá que educar para que las personas podamos confiar en nuestra tendencia al equilibrio.
A mí se me ocurre, Alberto, que podríamos poner una cuerda floja en los patios de recreo.
Hay que tenerle fe a la homeostasis.
Sí... las personas mayores de cinco años ya tienen mundo como para desarrollar un buen criterio.
Bajemos la edad de... no, mejor no.
Todos estos problemas de agresividad se solucionarían con un buen exorcismo.
Publicar un comentario