Los profesionales de la salud que trabajan gratis, quizá necesiten imaginar que son intermediarios de Dios al estilo de algunos sacerdotes.
«No soy yo quien te cura, es Él».
Así se expresan los sanadores que producen curaciones reales que probablemente sean sanaciones psicosomáticas.
Me explico:
Quienes creemos que existen enfermedades psicosomáticas porque el cuerpo puede expresar una desilusión mediante un ataque de asma, o un abandono mediante una alergia o algo peor mediante un cáncer, estamos en condiciones de suponer que también existen curaciones psicosomáticas, es decir, tanto la sugestión provocada por rituales mágicos como un abrazo en contexto místico, pueden alterar el cuerpo favorablemente (sanación).
Pero la intervención divina de un ser inmensamente superior como es Dios, modifica el estatus de los sanadores.
No es lo mismo aplicar técnicas terrenales de masajes, acupuntura, homeopatía, antibióticos, antiinflamatorios, psicoanálisis, a intermediar en el sobrenatural poder de un ente omnipotente como es Dios.
Todo parece indicar que en este último caso los seres humanos que han sido elegidos para realizar esa intermediación tienen el mandato expreso de Dios de no lucrar con ese don celestial.
En nuestra cultura occidental rechazamos la comercialización de los servicios de intermediación con el poder sanador de Dios.
Cada tanto nos escandalizamos al enterarnos que tal o cual gurú religioso resultó ser un ambicioso oportunista.
Lo que no parece tener mucha coherencia es al actitud de algunos trabajadores de la salud que se resisten a cobrar por su trabajo.
En los países hispanosparlantes está presente la idea de que la salud no es un servicio comercializable.
Donde esto ocurre, quienes vocacionalmente estudian térnicas curativas (medicina, psicología, herboristería), quizá tengan que encarar su trabajo con espíritu sacerdotal y terminar creyéndose que son intermediarios de Dios en el ejercicio de su profesión, con el consiguiente empobrecimiento de los trabajadores.
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10 comentarios:
Esos profesionales de la salud que se sienten intermediarios de Dios, no pueden cobrar porque su carácter celestial se vería degradado.
Siendo que la salud es uno de nuestros bienes más preciados, debería darnos gusto pagar al profesional que nos ayuda a reestablecerla cuando esta se reciente.
El problema está más en el que se niega a cobrar que en el que no paga.
Puede que sea así, que toda esta gente sufra de narcisismo agudo o vaya a saber qué, pero a mí me curaron y a fin de cuentas es lo que me importa.
Hay muchos chantas que no cobran porque se dieron cuenta de que así ganan más dinero. Los montos que perciben por lo que la gente deja "a voluntad" rinden mucho más.
El espíritu sacerdotal ya lo tenemos. Los que trabajamos en la salud desarrollamos la paciencia hasta límites insospechados, y eso nos hace casi santos.
Los enfermeros también nos vemos afectados por esa frase: "no soy yo quien te cura, es Él". Porque sucede que muchos pacientes, personas que se sienten agradecidas porque han sido bien cuidadas y atendidas, nos agradecen con sincera emoción. Y al escuchar esos sinceros agradecimientos en alguno de nosotros salta de lo profundo esa frasesita. Y nos sentimos mal, nos sentimos poca cosa, un instrumento más. Peor todavía porque Él no es un ser sobrenatural, sino un médico tan terrenal como cualquiera de nosotros, con sus equivocaciones y sus malhumores, de quien nosotros recibimos directa o indirectamente, nada menos que órdenes.
Podría creer en el trabajo en equipo y pensar "todos hemos puesto lo nuestro", pero hay días en los que no tengo ganas de pensar de manera razonable. Prefiero creer que quien estuvo involucrado en la salud de los pacientes fue un ser superior que no maneja el idioma ni los códigos terrenales. Que no distingue entre sano, enfermo, médico o enfermero. Se limita a tirar buena onda y nada más.
Los que estudian térnicas curativas no siempre pueden imbuírse del espíritu sacerdotal, por culpa de las cárnicas terrenales.
El derecho a la vida y a la salud, son derechos inalienables, pero nadie dijo que fueran gratuitos.
Se resisten a cobrar por su trabajo porque no creen hacerlo bien.
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