miércoles, 25 de abril de 2012

Sobre la eficacia ridícula



Necesitamos reclamar la máxima eficacia de los demás y simultáneamente evitarla.

Imaginemos un país donde:

— Nunca se produzcan cortes de luz;
— Los bomberos prevengan eficazmente los incendios;
— Los responsables de la salud pública controlen todas las epidemias;
— Los funcionarios públicos ejecuten sus cometidos;
— La policía sea eficaz en la prevención del delito;
— Los pocos delitos cometidos sean aclarados y los responsables cumplan las penas legales.

Este sueño pesadillesco podría tener infinidad de ejemplos, pero no tengo por qué ser exhaustivo. Con lo mencionado alcanza para comentarles la enorme tristeza y angustia que padecerían los ciudadanos del imaginario país.

Aunque solemos despotricar contra las ineficacias del Estado, de los proveedores de servicios y de la gestión gubernamental, nada más lejos de nuestra intención que eliminar los errores ajenos.

Por el contrario, en lo profundo de nuestro corazón no queremos que los demás hagan las cosas bien, que el nivel de errores descienda, que gobernantes ejemplares nos administren.

Esta hipótesis se explica porque necesitamos protestar contra la ineficacia ajena, al mismo tiempo que deseamos su continuidad para que nunca nos veamos enfrentados a la desgracia de ser los únicos que nos equivocamos.

Porque nuestro perfeccionamiento es casi imposible, cuanto mayor sea el caos reinante, la mediocridad vigente y la ineptitud gubernamental, más libertades nos tomaremos para

— no estudiar;
— ser impuntuales;
— vivir sobreendeudados;
— incumplir nuestros compromisos;
— faltarle el respeto a los demás;
— difundir cualquier rumor a sabiendas de que es falso aunque corrosivamente destructivo para alguien.

En suma: la tan preciada libertad, la mil veces reclamada paz social y la tranquilidad de los ciudadanos, necesitan que los demás (gobernantes, empresarios, sindicatos y el pueblo en general), hagan todo mal... y si alguien intenta hacerlo mejor, disimuladamente trataremos de disuadirlo o de favorecer las circunstancias para que haga el ridículo.

(Este es el Artículo Nº 1.535)

11 comentarios:

Alicia dijo...

Recuerdo que un viejo psicólogo muy reconocido en nuestro país, dio una conferencia en la sede de UNICEF en Uruguay. En un contexto de disertaciones científicas, habló, entre otras cosas del amor. Yo miraba las caras de los oyentes y veía que algunos se sonreían con cara burlona. Supongo que algunas habrán pensado ¨cosas de viejo gagá¨(de viejo que chochea).
Desde mi punto de vista él, con mucha sabiduría, estaba apuntando al punto central del asunto que se estaba tratando: la indefección de los niños. No lo estaban disuadiendo para que hiciera el ridículo, pero, con sus sonrisas, estaban disuadiendo a los demás, y quizás también a él mismo, si es que estuvo atento a las reacciones del público.

Gabriela dijo...

Los que actúan con máxima eficacia, nos exigen, con su conducta, que nosotros también hagamos lo mismo. Menuda exigencia! Entonces, sí, es muy probable, como dice Fernando, que inconscientemente los saboteemos, porque sabemos, en lo más profundo, que no lograremos estar a la altura de las circunstancias.

Elena dijo...

No estoy de acuerdo con Gabriela. Los que hacen las cosas bien, se erigen en modelos a los que deseamos imitar. Por supuesto que también hay líderes negativos, pero ese es otro asunto.

Lautaro dijo...

Los líderes negativos surgen porque nos identificamos con ellos en todo lo negativo que tiene cada uno de nosotros. Y si estamos embroncados, ofendidos, sintíendonos víctimas de la injusticia, es muy probable que adhiramos a ellos.

Ingrid dijo...

También puede pasar, Lautaro, que veamos en los líderes negativos convicciones que nosotros también tenemos. Quien para unos es líder negativo, para otros puede serlo positivo. Por eso actúan con tanta convicción esos líderes y quienes los siguen. Creen estar haciendo lo correcto. ¿Y quién está tan capacitado como para decir qué es lo correcto y qué lo incorrecto? Podemos estar capacitados para ¨decidirlo¨ en relación a nuestra propia vida, pero juzgar la realidad toda, sería como ponerse en un lugar de dios.

Luis dijo...

Me animaría a decir que casi todos nuestros deseos son algo ambivalentes. La ambivalencia llevada al extremo es una de las características de la esquizofrenia, pero como se sabe, los que nos llamamos normales, tenemos un poco de obsesivos, de histéricos, de paranoicos, de esquizofrénicos, de bipolares, de megalomaníacos. Y cuanto más variedad tengamos, en pequeñas dosis, de todo eso, más sanos seremos, porque la enfermedad se desarrolla cuando una de esas características invade la personalidad toda.

Sandra39 dijo...

Para vivir en ese país idílico que describe ud., es necesario que todos vayamos cambiando de a poquito. Que todos vayamos siendo más eficaces, respetuosos, puntuales, comprensivos, conocedores de nosotros mismos. Cuando digo todos, me estoy refiriendo a una comunidad, a la comunidad que integramos cada uno de nosotros. Por eso pienso que es un proceso muy lento, gradual, con altibajos.

Ernesto dijo...

La única forma de que los habitantes de ese imaginario país, no sufran por vivir en ese estado de orden, armonía y tolerancia, es que ellos mismos hayan sido parte de ese proceso. Inevitablemente tiene que ser así. El sufrimiento surge cuando sólo logran mejorar unos pocos.

Alba dijo...

Es horrible sentir que es uno el único que se equivoca. Existen esas personas. He visto pacientes que se culpabilizan, de todo lo que les sucede a ellos y no sólo eso: de todo lo que sucede en el mundo. En esos casos no los alivia decirles, a mí me pasa lo mismo que a ti, tú no tienes nada que ver con lo que pasa en México. Claro, esos casos son delirantes. Pero sin llegar a tal extremo, muchos de nosotros somos excesivamente culpógenos, y puede que en algo nos alivie tener conciencia de que otros también se equivocan, pero a menudo no es así, parecería que inconscientemente necesitáramos sentir esa culpa.

Yoel dijo...

A otros (y a todos, en cierta medida) -que son aquellos a los que se refiere Fernando- les sirve depositar la culpa de todo lo que les pasa a los demás, a la situación del país, a la familia que les tocó. Es un mecanismo de defensa, para creernos que nosotros somos mejores.

Dr. Locateli :) dijo...

Lo que dice Alba se llama delirio de autorreferencia y es pariente de la megalomanía.