La necedad (estupidez [1]) tiene por causa principal y
frecuente desconocer cómo funciona nuestra psiquis y la ajena.
«Esperar» saca de quicio (molesta, genera ansiedad, irrita) hasta a un monje
tibetano experto en tener paciencia con los chinos que invaden su país desde
1950.
«Esperar» no es otra cosa que tropezar (metafóricamente) con un escalón al que
suponíamos más bajo: si quedamos de encontrarnos a la hora 10:00, «esperamos» cuando no
llegamos exactamente los dos juntos. Si llego muy temprano, «espero» a que el
reloj marque las diez y si llego en hora, «espero» mientras el
otro no arribe.
La impuntualidad suele ser bastante molesta y
por eso causa malestares de diferente grado. Alguien puede llegar a perder un
buen empleo y hasta un vínculo valioso por no poder acomodar sus movimientos,
por no poder sincronizarse con el reloj.
Es probable que esa particularidad se parezca
a no saber bailar.
Parece muy sencillo (para algunos) moverse al
compás de la música y también parece muy sencillo organizar el tiempo al compás
del reloj, sin embargo muchas personas no pueden bailar y muchas personas (no
necesariamente las mismas) no pueden coordinar sus movimientos al horario.
Arriesgo una opinión: nuestra biología parece
más apta para bailar que para respetar (seguir, acompañar) la coordinación
temporal horaria.
Quienes defienden la creencia según la cual
“Querer es poder”, consideran imposible que alguien sea inevitablemente
impuntual.
La necedad que provoca esta dificultad para
comprender la impuntualidad, es la misma que provocaría la imposibilidad de
comprender que un ciego es incapaz de distinguir los colores.
Con esto quiero decir que la impuntualidad o
la ceguera están justificadas por razones que conocemos o no. Si las conocemos
(como la ceguera), podemos tolerarla; si no las conocemos (como la
impuntualidad), nos ataca el mal humor causado por nuestra necedad (estupidez).
(Este es el
Artículo Nº 1.533)
●●●
9 comentarios:
Voy a decir una obviedad: para saber como se maneja el otro, hay que animarse a hablar de las cosas que nos irritan. Muchas veces no lo hacemos, por temor a generar rispideces en el vínculo, pero, aunque éstas se generaran, pienso que es mejor apostar a conocerse, siempre tratando de poner el mayor cariño cuando se tocan temas que pueden provocar enojo.
Otra táctica que sirve es el humor. Para decirle al otro lo que nos molesta podemos usar el humor en una buena, y de ese modo, si hay una relación previa de cierto conocimiento mutuo, en general el otro entiende entre líneas, sin sentirse herido.
Por lo que Fernando plantea, la base de todo es conocerse a uno mismo.
Con respecto al tema de la puntualidad, a mí siempre me costó ser puntual. Siempre se me cruza algo que no puedo desatender y llego tarde. La gente que me quiere lo tolera, pero en muchos lugares se han enojado conmigo, sobre todo en el trabajo.
Pensando en lo que dice Natalia, creo que el tema de la impuntualidad, puede deberse en parte a la dificultad para abandonar determinadas posibilidades y querer abarcarlas todas. Por ej: me anoto en un curso porque me interesa mucho, pero por ese motivo llego siempre un poco tarde al trabajo.
A veces hay que optar o si se eligen ambas cosas, estar dispueto a tolerar las consecuencias.
Otra causante de la impuntualidad es no saber decir no. Si me llaman cuando estoy a punto de salir a un lugar en el que debo ser puntual, y se me hace imposible no atender la llamada o decirle a esa persona que en ese momento no la puedo atender, supongo que es porque no podemos tolerar nuestras propias frustraciones, entonces suponemos que el otro tampoco las va a poder entender ni tolerar.
Es verdad que nuestro tiempo es muy valioso y que ponernos en situación de espera, cuando no teníamos un plan B para el caso, nos pone -y con razón- muy mal. Aún así estoy de acuerdo con Fernando en que más se gana con tolerar. El que llega tarde, en general se siente tan mal por su demora, como el que está esperando. Es algo que le cuesta mucho manejar y le frustra no poder hacerlo. No podemos arriesgarnos a perder vínculos valiosos, por este tipo de intolerancias.
Esto que plantea Mieres, pasa con muchas situaciones. Muchos padres con hijos que están cursando una depresión profunda, les exigen: levantate, no seas holgazán, estás de vivo! O: mirá que linda que está la rambla, te haría tanto bien caminar!, por qué no llamás a tus amigos, eso te va a levantar el ánimo. Estas presiones sobre la persona que tiene una depresión, no hacen más que angustiarla más de lo que está. El deprimido desearía más que nada en el mundo, poder hacer todas esas cosas que se le exigen o sugieren, pero no puede, en ese momento no. Es como decirle a alguien que está con un yeso en la pierna: ¨mirá que linda está la tarde, por qué no salís a correr¨.
Lo que nadie vio es que fernando compara la llegada tarde con la ceguera. A un ciego nadie se le ocurre hacerle sugerencias desatinadas, pero a un "discapacitado para llegar en hora", sí se lo ataca.
Publicar un comentario