viernes, 20 de abril de 2012

Lo que una anécdota revela



Las historias que contamos inocentemente, contienen información sobre nuestros deseos, fantasías e intenciones inconscientes.

Una «leyenda urbana» es una noticia falsa que circula como si fuera el rumor de una noticia verdadera.

En otro artículo (1) les comentaba algunos ejemplos referidos a violadores, amenazas, virus informáticos.

Existen miles y su formato contiene dos elementos esenciales: la historia debe ser verosímil (creíble) y debe provocar algún tipo de temor.

Desde hace décadas se dice en varios países que cuando uno circula por sus calles, conviene llevar una cierta cantidad de dinero porque los asaltantes pueden ponerse muy agresivos cuando algún transeúnte no les provee la «ganancia» que esperaban.

El amigo viajero, que vuelve cargado con las historias de sus increíbles aventuras, nos dirá que cuando estuvo en Río de Janeiro, el portero del hotel le sugirió que, si pensaba pasear por la rambla de Copacabana, llevara no menos de veinte dólares porque, de ser asaltado, con ese pequeño importe aplacaría la furia homicida de un eventual rapiñero (asaltante con arma), desequilibrado por la falta de droga.

Este pequeño relato es una leyenda urbana porque cumple ambas condiciones: es creíble y provoca miedo.

Pero lo interesante no es este preámbulo. Lo que quiero compartir con ustedes es que la persona que inocentemente se convierte en amplificador, difusor y conservador de esta información falsa y atemorizante, nos está diciendo algo de él mismo como persona.

Con la reconocida inseguridad que tienen las verdades psicológicas, estamos en condiciones de decir que inconscientemente esta persona podría llegar a cometer cualquier desatino dado su bajo umbral de tolerancia a la frustración.

El imaginario rapiñero, que si no consigue el dinero para comprarse droga puede matar al frustrante transeúnte asaltado, es en realidad quien trasmite el rumor, quien inconscientemente «sabe» que mataría a cualquiera que lo frustre.


(Este es el Artículo Nº 1.530)


11 comentarios:

Lilián dijo...

Transmitimos nuestros temores a nuestros hijos. El miedo protege, nos vuelve precavidos. Al mismo tiempo puede suceder que nos inmovilice, que nos coarte de modo tal, que llegue a incapacitarnos. Supongo que algo así sucede con las crisis de pánico.

Alicia dijo...

No podemos adjudicarnos la culpa de todo lo que le pasa a nuestros hijos. Ellos, al igual que nosotros, están afectados por una multiplicidad de factores endógenos y exógenos.

Evaristo dijo...

Continuando con lo que vienen planteando Lilián y Alicia, pienso que si nos adjudicamos toda la culpa de lo que sucede a nuestros hijos, nos estamos creyendo sus dueños. Una especie de semi-dioses que determinan sus vidas.

Lucas dijo...

Es difícil desarrollar la tolerancia a la frustración. Se piensa que esto en parte se logra a partir de los límites que la vida nos va poniendo. De niños creemos que ser súper héroes es algo que se puede lograr nomás atándonos una capa a la espalda. Después descubrimos que nos caemos y nos lastimamos. Estos descubrimientos siguen sucediendo a lo largo de nuestras vidas: fracazos, tropezar siempre con la misma piedra, perder el control. Sin embargo nos resulta fácil negar todo eso que nos sucede y adjudicarlo a la situación del país, a nuestra esposa, al jefe y el trabajo de porquería que tenemos..

Leonel dijo...

Cierto es que nos gustan las leyendas; las urbanas y las rurales. Las antiguas y las modernas. También es cierto que el terror está presente, de un modo u otro, en todas ellas. Nos gusta asustarnos. Nos gusta, quizás, creernos capaces de grandes crueldades. Los dioses por lo general son crueles.

Elbio dijo...

Si nuestra fantasía inconsciente es que podríamos llegar a matar a quien nos frustre una necesidad muy importante, es probable que se nos haga más fácil matarnos a nosotros mismos. Matar a otro se paga con cárcel. Suicidarnos termina con todas las posibilidades, tanto las de disfrutar y vivir, como las de sufrir.

Gabriela dijo...

En la cárcel los violadores son muy maltratados por sus propios compañeros. ¿Será que el deseo de violar es tan fuerte? Pienso que sí. Y por supuesto no sólo entre los delincuentes, sino también entre los buenos vecinos que intentan linchar al violador.

Elena dijo...

Lo que dice Gabriela tiene un ejemplo claro. Es muy común que un padre diga ¨si me violan a mi hija, no paro hasta encontrar al tipo y matarlo¨. El terror al incesto está presente.

Ingrid dijo...

Muchas leyendas se desarrollan en el ámbito nocturno. La oscuridad, la noche, aumentan el temor. Lo que no podemos ver nos aterroriza porque no lo podemos controlar. Tampoco podemos controlar lo que está frente a nuestras narices, pero nosotros eso, no lo podemos creer (no lo queremos creer).

Marta dijo...

Circular por la calle da miedo. No sólo por los peligros reales, sino también porque en la calle están los otros, que por más inofensivos que sean, son los otros.

Fco. dijo...

Si, Marta, me hiciste la luz: Los otros son mis temibles fantasmas. Ahora caigo!! Gracias.