Si los seres humanos somos seres
exclusivamente biológicos, tanto la genética como las costumbres determinarán
nuestra actitud frente al dinero.
Mi
propuesta de suponer que somos exclusivamente seres biológicos, implica desconocer el llamado «dualismo cartesiano» (1).
Desde este
otro punto de vista intento ver algo que nos ayude a terminar con la pobreza
patológica, es decir, aquella carencia económica que el resto de la sociedad
tiene que, injustamente, esforzarse por compensar.
Al suponer
que sólo somos seres biológicos, podemos decir que el pensamiento (ideas,
creencias, prejuicios, criterios, actitudes) es segregado por algún órgano
especializado, probablemente el cerebro.
Tradicionalmente
sólo pensamos que herencia es la genética (además de la económica en bienes)
pero descuidamos la herencia propia de la educación, los ejemplos, las
tradiciones.
Más de la
mitad de los adolescentes admite hacer compras impulsivas.
La familia es fundamental en este tema.
Si usted
hace compras y sus hijos ven que no las usa, seguramente los estará educando
para ser compradores impulsivos.
Si usted
compra bienes importantes (electrodomésticos, vehículos, muebles) sin consultar
otros precios, está educando a sus hijos a no cuidar el dinero, a dejarse
llevar por la comodidad del despilfarro.
Si usted
está en un país donde es costumbre que ciertas transacciones estén
obligatoriamente precedidas de regateos pero usted no tiene ese hábito, estará
educándolos con la mejor pedagogía para no participar de esa práctica en
desmedro del rendimiento del dinero.
Las
costumbres pueden ser hereditarias, tanto como los genes.
Por el
contrario, y en concordancia con mi propuesta de suponer que somos
exclusivamente seres biológicos, corresponde decir que así como no se trasmiten
genéticamente todas las características de los padres, no todos los jóvenes
«copiarán» la política (buena o mala) frente al dinero. Algunos hijos quizá se
esfuercen por hacer todo lo contrario a las enseñanzas recibidas.
(Este es el
Artículo Nº 1.539)
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10 comentarios:
La foto que puso para ilustrar este artículo, es una silla formada por radiadores (estoy en lo correcto?), y asocio la imágen con el calorcito agradable que sentimos cuando adoptamos puntos de vista similares a los de nuestros padres. Nos sentimos empollados, protegidos, en el ámbito protegido de lo ya conocido y supuesto como bueno.
De acuerdo con Silvia. Sin embargo no olvidemos que al llegar a la adolescencia, muchas veces sucede que sentimos la necesidad de romper con lo conocido por nuestros padres, con lo que ellos nos legaron, para buscar nuestro propio camino. Es porque hemos crecido.
Pienso, junto con Fernando, que en general los hijos adoptan esas dos actitudes contrapuestas: o siguen los pasos de los padres o buscan hacer totalmente lo contrario. En ninguno de los dos casos han logrado separarse de ellos.
Qué fenómeno extraño este del regateo! En las culturas donde se acostumbra, es una ofensa para el vendedor, que su cliente no lo haga. Parecería que en el caso de no regatear está enviándole el mensaje, de que no le interesa demasiado hacerse de la mercadería, que si no logra bajar el precio hasta que le resulte accesible para llevárselo, es porque lo que vende el otro no le interesa. El vendedor intenta no bajar demasiado el precio, defiende el precio que propuso porque su mercadería vale, y con ese honor es que él la vende.
Con el regateo, el precio se termina decidiendo entre comprador y vendedor. Podríamos pensar que esa es la forma de llegar al precio justo, el que se define por el equilibrio entre los intereses de ambas partes.
Cuando es el vendedor quien fija el precio, de acuerdo al precio de mercado, el que puede compra, el que puede vende, pero la decisión no surge de la interacción humana cara a cara, sino de algo mucho más abstracto que es el precio fijado por el interjuego de la oferta y la demanda. Esta lógica de mercado, deja afuera a quien de verdad quiere, necesita, desea, comprar algo y también puede dejar afuera a quien quiere, necesita y desea, vender su mercadería.
Tanto hablaron del regateo, que se me ocurre relacionarlo con el planteo de Fernando sobre la herencia proveniente de la educación, los ejemplos, las tradiciones. Si nuestros hijos ven que ¨regateamos¨ nuestro dinero, que no somos ¨mano abierta¨, aprenderán que ganarse el dinero cuesta, que exige un esfuerzo.
Si acostumbramos ayudar a nuestros hijos económicamente, cuando estos ya son adultos jóvenes, y les damos dinero, y les decimos ¨yo te lo doy de corazón porque sé que lo precisás, no acepto que me lo devuelvas¨, estamos diciéndoles, sin darnos cuenta, que ellos no son capaces de sustentarse por si mismos.
Yo pienso como Alba. A mis hijos les presto dinero. No los apuro para que me lo devuelvan, pero saben que me lo tienen que devolver. En ese punto nos tratamos de igual a igual.
El comprador impulsivo quiere llenar su insatisfacción con objetos. Hay muchas formas de distraer la insatisfacción, pero hacerlo comprando cosas, es probablemente, la forma menos eficaz.
Pienso como Gloria. Tenemos que aceptar que la insatisfacción es una constante del ser humano. Nunca podremos estar del todo satisfechos, y eso es lo que nos da vida, nos impulsa a encontrar y buscar. Nos da la posibilidad de ser mejores, de encontrar más satisfacción en lo que tenemos, de hacer realidad muchas de nuestras aspiraciones.
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