Quienes prefieren no hacer suelen
decir, con orgullo iracundo, que para hacer las cosas mal es preferible no
hacer nada.
Cuando estamos seguros de que nuestro sentido
de la vista funciona bien, podemos decir, con total confianza: «Si no lo veo, no lo creo».
A partir de
esta deducción indiscutible (para quien la expresa), puede ir un poco más lejos
y pensar: «Si mis ojos funcionan bien, entonces lo que no veo no existe».
De estas
reflexiones, muy normales en todos nosotros pero bastante imperfectas como
razonamiento, podemos decir que el sentido de la vista tanto sirve para ver
como para negar la existencia de algo.
Clásicamente
decimos que la memoria sirve para recordar, pero no es difícil demostrar cómo
nuestro principio de placer, (evitación de las molestias), se vale de esa
función registradora para inhibir parcialmente la función evocadora, para que
algunos recuerdos ingratos sean hábilmente ocultados para que no molesten.
Esta
afirmación podemos generalizarla para desembocar en otra paradoja: no solo el
sentido de la vista sirve para no ver, sino que además la memoria sirve para
olvidar.
Y agrego
otro aparente sinsentido que contribuye a entendernos un poco más.
El trastorno obsesivo compulsivo, que los psiquíatras demasiado ocupados necesitan abreviar
con su sigla TOC, está dentro del campo de la psicopatología, es decir, es tan
invalidante que demanda una atención especial, tratamiento medicamentoso y, de
ser posible, complementado con psicoterapia.
Pero
entre los diagnosticados como normales también encontramos algunas
características del TOC.
Me
refiero al perfeccionismo. En este caso el afán exagerado de hacer las cosas
«muy bien» es aprovechado para no hacer nada.
Quienes
por algún motivo escogen no hacer, no participar, no involucrarse en la vida
real, social, familiar, suelen decir, con orgullo iracundo, que para hacer las
cosas mal es preferible no hacer nada.
(Este es el
Artículo Nº 1.693)
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10 comentarios:
Usar el afán de perfeccionismo para no hacer nada, nos sucede muchas veces. Es por un exceso de sobervia y un exceso de pereza. Dos pecados capitales. ¿Por qué serán pecados? Yo supongo que lo son porque nos perjudican y perjudican al cuerpo social.
En mi caso no es por afán de perfeccionismo que no me animo a hacer muchas cosas. Es porque redondamente creo que no las podré hacer.
Hay muchas cosas que no podemos hacer. Cada cual conoce sus límites. También hay cosas que podemos hacer si nos entrenamos de manera gradual. No hay que apabullarse. Hay que ir lento. Hay que aceptar que nos cuesta. De a poco, sin apuros, se pueden desarrollar nuevas habilidades.
Somos muy propensos a pensar: ¨lo que no veo no existe¨. Es natural que seamos precavidos y desconfiados. Lo que no nos sirve es ser cabezas duras. Dicen que la mente es como un paracaídas, si no se abre no sirve.
Lo que nuestra memoria olvidó es lo que no queremos ver, considerar, aceptar, tener en cuenta.
Soy obsesiva con las tareas de la casa, especialmente con la ropa. Jamás me permito usar algo que no esté perfectamente planchado. La ropa necesito hacérmela a medida porque si no pienso que me va a quedar mal. Las túnicas de mis hijos me han esclavizado. Cada uno tiene cinco, una para cada día de la semana. Jamás las meto en el lavarropas, las lavo a mano, las perfumo y las plancho minuciosamente (no las almidono porque no soy de la generación que acostumbraba hacerlo). Me enojo mucho cuando mis hijos se ensucian. Yo me doy cuenta de todo eso y sé que está mal. Pero no puedo dominarlo, parece estúpido, pero no puedo dormir tranquila hasta que todo está limpio y en su lugar.
Lo estoy trabajando en terapia, pero sé que va para largo.
Capaz que quien escribió el comentario anterior, hace todo eso para evitar ocupar su tiempo y su cuerpo (incluida la mente, por supuesto) en otras cosas.
Me acuerdo más o menos de una fábula que creo era así: había un hombre que deseaba tener un gato negro. Pidió el deseo y apareció el gato negro. Pero resulta que tras unos instantes de observarlo descubrió que tenía una mancha blanca en la pata. Le quedaban dos deseos, entonces pidió que se le sacara la mancha blanca de la pata. La mancha blanca de la pata desapareció, pero cuando volvió el nuevo gato negro le descubrió una mancha blanca debajo de la oreja. ¨No puede ser¨, gritó el hombre. Los gatos negros son negros, este no es un gato negro!. Entonces gastó su tercer y último deseo; volvió a pedir un gato completamente negro, y le dieron un gato negro, pero a ese gato le faltaba una pata y una oreja.
El sentido de la vista es engañoso y muy imperfecto. No podemos ver los rayos ultravioletas, por ej. También pasa que a veces vemos cosas que no están. Si hay poca luz y el objeto que miramos está a distancia, podemos confundirlo con otro objeto. Muchas veces me pasó que al mirar un bulto en la calle por la noche, creyera ver a una persona agachada, y después al acercarme descubrir que en realidad era un montón de bolsas de basura apiladas.
Nos engañamos tanto viendo como no viendo.
Creo que tenemos una tendencia bastante marcada a pensar que funcionamos bien. Confiamos en nuestras percepciones, deducciones, interpretaciones, impresiones. Después la vida nos muestra cuántas veces nos hemos equivocado. Sobre todo cuando deducimos e interpretamos.
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