Las manifestaciones agresivas de los jóvenes contra los adultos, no son nada personal sino fenómenos naturales adversos transitorios.
Para todos es difícil ganar dinero en relación
de dependencia porque nuestro empleador nos pedirá esfuerzos molestos,
irritantes, definitivamente dolorosos.
Soportar pacientemente estas demandas
justifica parte de la remuneración que recibimos.
Por supuesto que la paga también está
justificada porque le entregamos al patrón algún bien, servicio o trabajo que
para él son valiosos, útiles, necesarios.
El empleado que trabaja a regañadientes siente
que soporta todos los malestares porque le pagan y no asocia con tanta nitidez
la producción que está entregando. Le molestan más las imposiciones
disciplinarias, (horarios, procedimientos, obediencia), que el esfuerzo físico
del que rápidamente se recupera con unas pocas horas de sueño, mientras que la
dignidad herida parece no cicatrizar nunca.
Los hogares de los jóvenes son un poco
parecidos a su lugar de trabajo cuando los padres tienen la paciencia de
pedirles colaboración (tender la cama, higienizar el dormitorio, hacer
compras).
El natural malhumor de los adolescentes se
exacerba por este tipo de malestares: tener que cumplir órdenes, hacer lo que
otros le mandan, cansarse en beneficio ajeno.
Los jóvenes carecen de un buen desarrollo
lingüístico y por ese motivo no tienen otro remedio que aliviar su frustración
mediante actos físicos más o menos destructivos.
Los jóvenes también carecen de autocrítica y
conservan un narcisismo mal controlado dada la escasa maduración de su
personalidad.
Tanto en la casa como en su empleo suelen
exhibir su malestar con actitudes que expresan una fuerte recriminación a
quienes, según él, son los agresores, los causantes, los culpables de tanto
sufrimiento.
En general estas conductas son inevitables,
duran un tiempo pero finalmente se apaciguan. Padres y empleadores necesitan
desplegar su paciencia, pues no son nada personal sino fenómenos naturales
adversos transitorios.
Otras
menciones del concepto «fenómenos naturales»:
(Este es el
Artículo Nº 1.700)
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12 comentarios:
En el mismo instante en el que estamos haciendo algo o hablando, hacemos lo único que era posible en ese momento: nos callamos porque no podíamos hacer otra cosa que callarnos, aunque la sensación que tenemos en ese momento es que decidimos callarnos. Lo mismo cuando hablamos, golpeamos, construimos, piropeamos, etc, etc. Luego podemos ¨decidir¨: ¨nunca más haré esto¨, ¨nunca más diré esto¨, y efectivamente muchas veces cumplimos. Pero esa decisión está determinada por lo que somos, no podemos hacer nada por fuera de lo que somos.
Cuando nos enojamos con las actitudes de alguien, creo que no tenemos en cuenta que esa actitud es la única que esa persona puede tener en ese momento.
Cambiamos por una multiplicidad de factores que no podemos controlar.
Entonces, el enojo, el deseo de venganza, la calificación condenatoria, no tienen demasiado sentido. Nos servirán para expresar nuestros sentimientos, pero son gastos que no sirven de mucho.
Como dice Fernando, eso no significa que nos quedemos de brazos cruzados, que no hagamos nada. Podemos hacer y tenemos que hacer. Lo que cada uno de nosotros hace o dice es un factor que juega, que tiene peso en lo que sucede. Lo que no tiene sentido es creer que somos mejores porque nos comportamos distinto que el otro. Cada uno es lo que es. Cambiamos, sí, pero no porque querramos, sino porque es ineludible.
A veces pierdo de vista que me pagan porque yo hago algo útil, no solo porque cumplo con el horario de trabajo y acepto las órdenes que me dan.
jajaja!!!! Nunca se me había dado por pensar que las actitudes de mis hijos son fenómenos naturales adversos. Pero tiene razón. Y ante esas actitudes cada madre y cada padre sabrá como actuar.
Mire, algunas personas son pacíficas y dóciles durante la niñez y la adolescencia, y después de viejos se ponen insoportables.
Me he pasado toda la vida tratando de educar mi paciencia. Algo he logrado, aunque tengo que reconcer que tengo un carácter podrido.
El desarrollo lingüístico de los jóvenes, en general, es bastante pobre. En parte porque se manejan con pocas palabras y también porque no están demasiado entrenados todavía, en la habilidad de poner en palabras lo que sienten o piensan. Por eso, creo yo, que muchas veces actúan lo que sienten y a menudo se van a las manos.
Por lo que dice Adriana, pienso que es importante decirle a los jóvenes lo que pensamos. Estemos en lo cierto o estemos equivocados, hablar con ellos les estimula a debatir, desarrollar el lenguaje, aclarar sus ideas, tomar contacto con sus sentimientos.
Los jóvenes se ven obligados a aceptar órdenes. Los adultos también, la diferencia está en que nosotros entendemos la necesidad de cumplir con algunas de ellas.
Es necesaria la rebeldía de los jóvenes para repensar todo aquello a lo que estamos habituados.
Todas nuestras conductas son fenómenos naturales. Podemos protegernos de ellas, intentar cambiarlas, promoverlas o incluso puede pasarnos que muchas de ellas nos resulten indiferentes.
Con respecto a lo que dice Javier, quiero agregar que también nos pasa que a veces no somos demasiado conscientes de lo que hacemos.
Quienes tendrían que tener bien claro que las manifestaciones agresivas de los jóvenes, no son nada personal contra los adultos, serían los educadores. Muchas veces se lo toman como algo personal.
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