La táctica de descalificar imaginariamente la real valía de
nuestros competidores, nos expone a inevitables fracasos en el mundo real.
Mi estatura real es de un metro más sesenta y
cinco centímetros (1m65cms.).
A partir de este dato verdadero, imaginemos
que por algún motivo yo quisiera medir dos metros de estatura. Ese motivo
podría ser que mi verdadera vocación fuera jugar al básquetbol.
Mi pregunta sería entonces: ¿cómo hago para
medir dos metros?
Estos dos metros no son una medida arbitraria:
lo que ocurre es que para ingresar en alguna liga importante, si no tengo esa
estatura no seré aceptado.
Mi cabeza se pone a funcionar, dejo de dormir,
miro el techo para ver si este se convierte en una pizarra y mágicamente se
escribe en ella la respuesta tan anhelada.
Pasan los días, los meses y los años sin que
yo encuentre la manera de medir dos metros de estatura para igualarme a los
demás jugadores que fueron aceptados porque tienen esa altura y hasta más.
Mi desvelo, la imposibilidad de encontrar una
solución, comienzan a perturbar mis facultades mentales en un grado tal que, si
bien sigo siendo diagnosticado psiquiátricamente como «normal», mis fantasías han empezado a tomar
control de mis pensamientos.
En este
estado de debilidad psíquica se me ocurre inventar una «ilegalidad» (estafa,
trampa, fraude): imaginaré que los metros no tienen cien centímetros sino solo
ochenta centímetros.
Con este retoque que le hago a la realidad,
resulta que en mi estatura ahora caben dos metros completos, porque en mis
1m65cms. caben dos veces 80 cms. y hasta quedo excedido en 5 cms.
La solución
que encontré consistió en «descalificar», «desvalorizar», «disminuir» el valor
real del metro, algo que, fuera de esta historia, hacemos cuando intentamos
desvalorizar imaginariamente a nuestros competidores, con resultados igualmente
desastrosos.
(Este es el
Artículo Nº 1.707)
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12 comentarios:
Con el ejemplo que ud pone parece imposible que podamos llegar a negar y transformar la realidad a nuestro antojo y a tal extremo. Pero coincido con ud., sí que lo hacemos. Nos pasa en cuestiones muy sutiles. A mí, por lo menos, me pasa mucho más a menudo de lo que quisiera. Me pasa por ej, cuando pretendo descifrar las intenciones de los otros. Si se trata de alguien que me cae bien, estoy predispuesta a interpretar lo que dice y lo que hace de la mejor manera. Si se trata de alguien que me cae mal, imagino malas intenciones. Entonces la realidad se me distorsiona, y al actuar en consecuencia a las interpretaciones mías, a menudo se me generan conflictos que no quiero. Me costó muchos años darme cuenta de eso. No sé cómo fue que empecé a darme cuenta. Ahora prefiero desistir de interpretar, por más obvia que me parezca la interpretación. Las interpretaciones se las dejo a los psicólogos.
Los psicólogos sólo deberían interpretar cuando están ejerciendo su rol.
Lo que plantea Mieres me hace acordar a la fábula de la zorra y las uvas. La zorra ve unas uvas muy apetitosas, pero como no puede alcanzarlas porque están muy altas, se convence de que están verdes.
Si uno se siente seguro de si mismo, de sus posibilidades, no necesita estar inventándose realidades falsas. Sabe lo que puede y lo que no. Y lo acepta. Saca provecho de sus habilidades.
De niña tenía la fantasía de ser la más inteligente y la más linda. Iba a un pequeño colegio privado y entre pocos era fácil engañarse. Cuando comencé a ir a un liceo público, donde había 15 primeros sólo en el turno matutino, ya se volvió más complicado. Tenía que forzar mucho la realidad para seguir creyéndome lo mismo. Por suerte llegó un momento en que empecé a darme cuenta del autoengaño. Tuve que hacer el duelo y aceptar que no era la adolescente más inteligente, ni la más linda.
Muchas de nuestras características no se pueden cambiar. Otras, por el contrario, se pueden modificar. Si existe el deseo se puede cambiar.
Podremos cambiar en superficialidades, pero en esencia seguimos siendo los mismos.
Depende a que te refieras cuando decís en esencia. Nuestra esencia humana no puede cambiar; como dice Fernando, estamos encerrados en nuestra especie. Sin embargo hay aspectos esenciales a nuestra personalidad que con el tiempo pueden cambiarse.
Inconscientemente tratamos de modificar la realidad cuando existen deseos intensos que nos impulsan a hacerlo. Yo no me di cuenta de que mi matrimonio se iba a pique, que ya no era más que una ilusión. Cuando pude reconocerlo ya estaba todo el pescado vendido, no había forma de reparar nada.
En ocasiones nos mentimos a nosotros mismos para poder sobrevivir a realidades que no podemos asimilar. En esos casos la mente trabaja con sabiduría.
Descalificar a los competidores te lleva a un error de cálculo que desemboca en un fracaso estruendoso.
Si vamos a competir para ser primeros, pero los datos de las realidad nos arrojan que probablemente saldremos últimos... más vale anotarse en otra competencia.
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