La trampa es muy efectiva y no es fácil escapar de ella. Si vamos a nuestro querido diccionario nos dice que chantaje es lo mismo que extorsión y significan: Presión que, mediante amenazas, se ejerce sobre alguien para obligarle a obrar en determinado sentido.
Si usted trabaja encerrada en una fábrica o en una oficina o en un aljibe, realmente no importa mucho cómo se vista, como se presente, como se exhiba. Si por el contrario usted es alguien que está en contacto con la gente, si trabaja para la gente, si presta un servicio a la gente, tiene que ser agradable, lo más linda posible, elegante, demostrar que le va bien, demostrar que se respeta y se ama lo suficiente como para gastar lo necesario en ropa, calzados, peluquería y otros accesorios que usted sepa que van bien con su profesión y con su figura. Siempre lo mejor que pueda. Los pacientes o clientes le pagarán sólo para estar igual o mejor que usted. Acuérdese que usted representa al producto o servicio que promete.
Si sus colegas son envidiosas, si la critican cuando usted se muestra bien, lo que debe hacer es resistirlas con su mayor esfuerzo porque eso que hacen sus colegas se llama lisa y llanamente chantaje o extorsión. Que la ley no lo condene expresamente no le quita ninguna de las consecuencias.
Si usted no entiende que debe sobreponerse al chantaje o extorsión que le hacen sus colegas estimuladas por la mediocridad y la envidia, entonces debe conseguirse un trabajo en una fábrica, en una oficina o en un aljibe.
No me voy por las ramas si le agrego la otra definición de chantaje o extorsión: Amenaza de pública difamación o daño semejante que se hace contra alguien, a fin de obtener de él dinero u otro provecho. En el caso que comentamos, el dinero u otro provecho que obtienen de usted cuando la critican públicamente surge de lo que usted pierde de ganar por ser tan débil e impresentable.
Nota: La imagen pertenece a Marta Stewart. Hay tanto sobre ella en Internet que es imposible de resumir acá.
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10 comentarios:
Soy psicóloga y me siento aludida porque no le doy, no quiero darle y estoy convencida que no debo darle importancia a mi atuendo porque lo más importante para mis pacientes es que yo sepa comprenderlos y guiarlos hacia un pensamiento y una emocionalidad sana. Si gasto energías en superficialidades, se las resto a lo más importante (y obvio) que es mi capacidad para curar los trastornos psíquicos de mis pacientes.
Marta Stewart, para quienes no quieran perder el tiempo buscando datos de ella en internet, es una mujer que podría ser argentina perfectamente, del tipo Cristina Fernández (nuestra presidenta actual), Moria Casán, o alguna otra mujer inteligente que vive siempre al borde de un ataque de locura.
Estoy convencida de que no debemos haber muchos lectores de sus blog porque tiene mucha cosa escrita y estamos en la era de la imagen. La tele lo monarquiza todo y si al éxito de los teléfonos móviles no se le hubiera agregado ahora la imagen, caerían sus ventas. Lo mismo ya pasó con el éxito del MP3 que tuvo que pasar a ser MP4 (con imágenes) para que no desapareciera.
Para hacerla breve, es impresincible tener una buena imagen porque si no, nadie nos mira, si tropiezan con nuestra imagen, dejan de mirarnos y al final tenemos que dedicarnos al teletrabajo sin webcam o mudarnos a un aljibe como ud dice con indisimulada agresividad.
Tengo grabados todos los capítulos de El aprendiz en los que trabajó esta mujer Marta Stewart.
Quedé fascinada con su temple, con su elegancia, con su forma tan femenina, tierna, amorosa pero inflexible, severa y justa a la vez.
Quisiera ser como ella pero es probable que haya muy pocas mujeres así. Margaret Tatcher quizá lo sea pero no es tan atractiva físicamente.
Son personas tocadas por la varita máginca del encanto y uno puede admirarlas pero no copiarlas.
De todos modos no renuncio: seguiré modelando mi cuerpo y observando a quienes son mejores que yo.
Las palabras chantaje o extorsión las tenía asociadas a otros contextos más delictivos pero es legítimo que puedan ser usadas también de un modo algo metafórico, pero no tanto.
Ud sugiere que la sociedad toda chequea nuestra salud día a día, probando si somos capaces de resistir una exigencia más y si no pasamos la prueba, nos tira para afuera, que literalmente equivale a mandarnos a la marginalidad.
Quienes bajamos los brazos empezamos una caída en cámara lenta. Al leer este artículo hice un recuerdo de cómo estaba yo un año atrás, y debo reconocer que no pude aguantar a la presión social y lentamente me está abandonando el sistema y cada vez tengo un futuro más sombrío. El capitalismo es implacable. Quizá la naturaleza también.
Yo en su lugar no sería tan genérico porque cada paciente tiene un criterio diferente de lo que le gustaría llegar a ser y hay personas que no desearían llegar a vestir bien porque tienen un mal concepto de quienes hacen eso. A mí, por ejemplo, me parece que la persona muy bien vestida suele estar vacía por dentro. O sea que el invertir en imagen sirve para ciertos pacientes y es contraproducente para otros. Al final no sé si no terminamos empatados por lo cual si cada uno hace lo que más le gusta, termina consiguiendo a las personas que más se parecen a una y la cosa funciona mejor que si una altera su presencia por las recomendaciones suyas o de cualquier otro asesor.
Hace más de dos años que trabajo como abogado y escribano y un día un cliente se enojó conmigo porque cometí un error que le produjo una pequeña pérdida que lo enojó mucho. En su furia me dijo de todo y entre otras cosas señaló el mal estado de la pintura de mi escritorio. Le comenté a mi esposa sobre el insuceso y a las diez de la noche a ella se le ocurrió que fuéramos hasta el escritorio a ver cuánto de verdad había en las palabras del cliente.
A partir de ahí comenzaron una serie de modificaciones en la pintura, los cuadros, los muebles y en mi vestimenta que, debo reconocer, parecería que están empezando a dar sus frutos porque siento que sutilmente los clientes me escuchan con más atención y confían más en mí.
Yo me reconozco sensible a dos tipos de amenazas que me doblan y me dejan incapaz de recuperarme: el ridículo y la exclusión.
No soporto la burla. Por más torpe que esta sea, SIEMPRE termino dándole la razón a quien me señala una ridiculez hecha o dicha por mí.
Cuando voy al club o a las reuniones de amigos y empiezo a notar que evitan mirarme o que cuando empiezo a hablar alguien me interrumpe, o me descalifica, me siento tan mal que para mí son amenazas que me tienen acobardada.
Esta damita es un buen ejemplo de a lo que puede llegar alguien aunque aparente debilidad. Es genia y no quisiera que fuera mi enemiga.
A veces hay que hacer gastos que funcionan como inversiones. Por ejemplo, los regalos empresariales para mí son importantísimos. Tengo una impresora y todos los años destino un dinero para hacer regalos que siempre están en proporción a las ventas del año. Si en todas las facturas yo descotara un 3% para gratificar la preferencia de los clientes, no me redituría lo mismo que si yo una vez al año les hago un regalo tan importante como el 1,5% de la suma de las compras del período. Es un regalo que siempre llama la atención, elegido con mucho cuidado, pero que me da más resultados en reforzar su fidelidad y que me permite ahorrar la diferencia de lo que hubiera sido un descuento importante pero poco visible.
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