sábado, 20 de diciembre de 2008

No somos máquinas

Los compromisos son una carga muy pesada para cualquiera. En lo único que nos diferenciamos es en que para algunos esa carga pesada los deja avanzar y a otros los aplasta. Es todo cuestión de fortaleza anímica.

Uno de los compromisos pesados tiene que ver con la venta de nuestra fuerza laboral. Cuando suscribimos un contrato de trabajo estamos poniéndonos sobre los hombros una responsabilidad difícil de llevar.

La dificultad mayor está en que nos comprometemos a canjear algo de valor constante como es el dinero por algo de valor inconstante como es nuestras ganas de trabajar.

Por muchos motivos la cantidad de energía disponible fluctúa. Hay días en que nos levantamos con ganas de mover una montaña y al día siguiente nos resulta difícil darnos una ducha.

Nosotros sabemos que somos así y los días en que la energía nos abandona (por motivos generalmente desconocidos), tenemos que hacer un esfuerzo de voluntad muy penoso para cumplir con los compromisos.

El dinero es muy necesario pero esa constancia nos resulta preocupante pues sabemos que no siempre podremos mantener nuestro desempeño como lo conserva él. Es como si tuviéramos que competir con una máquina: ésta no se enferma, no se cansa, todos los días está igual. No es posible competir con una máquina.

Cuando vendemos nuestra fuerza laboral, estamos asumiendo que canjeamos un valor constante (el del dinero) por un desempeño que fluctúa, varía, a veces está alto y otras veces está bajo.

Es inconcientemente lógico odiar (o envidiar) al dinero porque siempre está igual. Si lo odiamos, querríamos que salga de nuestra vida y es así como aparece la pobreza.

●●●

11 comentarios:

Anónimo dijo...

Está dentro de lo esperado que el trabajador no sea una máquina y que tenga un rendimiento fluctuante, eso sí, no podrán haber altibajos groseramente pronunciados.

Anónimo dijo...

En los trabajos manuales me parece que los capataces son seleccionados entre los más duros. Las personas que hacen tareas rutirarias suelen caer fácilmente en la molicie y sólo se puede aplicar el rigor disciplinario.

Anónimo dijo...

En los equipos de trabajo es muy valorada la continuidad, la perseverancia y cualquier integrante que tenga una conducta errática es perturbador.

Anónimo dijo...

Los dineros también son cambiantes porque ahora vemos al dólar que cae en muchos países pero se mantiene en otros.

Anónimo dijo...

Me cuesta aceptar que estar con mi hijo me canse tanto. ¡Qué mierda me pasa!

Anónimo dijo...

Si hago un trabajo y me pagan lo acordado por él, las cosas son claras y francas, no tiene vuelta. Todo lo contrario sucede en los vínculos humanos. Nunca se sabe si lo que se dio es lo que el otro necesitaba. La devolución, el ida y vuelta del dar y recibir, siempre es tortuoso. A veces creemos que dimos y no recibimos nada a cambio, mientras que el otro está pensando "¡cómo es que no valora todo lo que le he dado"! Por eso el dinero me resulta odioso, por su claridad inobjetable, porque no lo puedo manipular para que diga lo que quiero escuchar, porque deja poco espacio para la imaginación. Él es lo que es. Si mi trabajo vale poco, el dinero me lo hará saber con claridad. No estará diciéndome ¡qué bonito, cuánto laburo, qué importante! si no se entrega. Cuando el dinero llega a mi mano, no hay lugar a segundas interpretaciones.

Anónimo dijo...

Nunca había pensado en la importancia que tiene el cambiar un valor inconstante, como nuestro rendimiento laboral, por otro mucho más constante, como el dinero. Ahí está gran parte del conflicto. Muy interesante licenciado.

Anónimo dijo...

¡Me encanta esa versión del pensador!

Anónimo dijo...

Tal es mi desprecio por el dinero, que para conseguirlo lo robo y cuando lo gasto lo regalo.

Anónimo dijo...

Pero con ese criterio deberíamos odiar a las estatuas, esas sí que son constantes!

Anónimo dijo...

En mi lucha con el dinero (que lo retengo y quiere escaparse) siempre termina ganándome. Me distrae haciéndome cosquillitas con alguna tentación y cuando me distraigo, zas! se fue.