La mala distribución de la riqueza está parcialmente provocada porque todos estamos convencidos de que otros (nunca uno mismo) deberían ganar menos, donar más, ceder privilegios.
Uno de los motivos por los que todavía no hemos mejorado la injusta distribución de las riquezas del planeta está relacionado con nuestra loca, atolondrada e insólita manera de buscar, obtener y conservar el amor de otros.
La inmensa mayoría tiene una teoría sobre cómo erradicar la pobreza definitivamente.
Si le preguntamos a cualquier persona qué opina al respecto, no tardará ni treinta segundos en darnos una respuesta categórica, firme, sin vacilaciones.
Otra característica de estas respuestas es que incluyen una única causa, grande, importante, muy visible.
Excepto quienes pudieran padecer alguna disfunción anímica (deprimidos), los demás también estamos seguros de que nuestras opiniones se caracterizan por lo sencillas, obvias, incuestionables.
Quienes discrepan con nuestras explicaciones rápidamente se convierten en sospechosos de algún padecimiento neurológico, grave desinformación o intenciones inconfesables.
Esta buena (¿excelente?) opinión de sí mismo no tiene en cuenta (sin querer) los notorios rasgos de mezquindad que han perlado su historia, la facilidad con la que defienden incondicionalmente a quienes comparten su punto de vista y atacan despiadadamente a quienes piensan lo contrario.
También nos autoevaluamos desconociendo que del dicho al hecho hay un gran trecho, que a la hora de hacer (ejecutar los anuncios) siempre aparecen obstáculos insalvables, preferentemente originados por la salud de un familiar.
En suma: Nuestra necesidad de recibir amor nos obliga a demostrar un interés desproporcionado por quienes sufren (de pobreza, por ejemplo). En la vorágine por llamar la atención suscribimos planes heroicos para ayudar a los menesterosos, para que los más desdichados pasen a ser los más privilegiados, para lo cual otros deberán presionar a otros distintos quitándoles lo que se habrá de redistribuir.
●●●
10 comentarios:
Los comportamientos que nos adjudica, son más propios de adolescentes que de adultos.
Por lo tanto reconozco que nos corresponden a la mayoría de los adultos.
Casi todos, si nos comparamos con otra persona, tenemos algún privilegio. Y justo ese privilegio, es el que no estamos dispuestos a ceder.
Luchar por conservar el amor de los otros, es un esfuerzo que sólo nos enfrenta al fracazo. Nos van a querer a pesar nuestro.
Si bien estoy de acuerdo con Lautaro, quiero dejar dicho que para ser queridos hay que tener actitudes queribles, hacer cosas amables y brindarnos, dentro de nuestras posibilidades, a quienes nos rodean.
Nuestra identidad se va formando con todo aquello que asimilamos como propio, más lo que descartamos como ajeno. Casi estamos condenados, podría decirse, a considerar equivocado el pensamiento distinto, las elecciones distintas, las decisiones distintas, etc. Por eso sería sumamente valioso, que al menos lo tuviésemos en cuenta.
No sé por qué, pero cuando la abuela se enferma, quedo como anulada. No sé que me pasa, no encaro.
Cuando ataco de manera despiadada, siempre ahí estoy yo para recibir el bofetaso.
Si la mayoría tiene una teoría para erradicar la pobreza, me quedo satisfecho. Habla bien de nosotros. Significa que no hemos perdido la sensibilidad.
Mi hermana es un bajón. Vive llena de problemas y vacía de soluciones.
Algunas personas reciben amor por demostrar preocupación por la pobreza que aqueja a sus semejantes, pero no olvidemos que esas mismas personas también reciben rechazo de parte de otras. Las personas que rechazan al benefactor, al solidario, incluso al pierna, paradojalmente son muchas.
Publicar un comentario