El rechazo al contacto sensorial con el dinero puede ocurrir cuando se lo sobrevalora excesivamente.
En nuestra escala de valores es posible ubicar las siguientes conductas:
1º) Cuando algo nos gusta, nos deleita mirarlo;
2º) Cuando algo nos gusta mucho, nos deleita mirarlo y tocarlo;
3º) Cuando algo no nos gusta, preferimos dejarlo fuera del campo de las sensaciones (visión, tacto, gusto, olfato, oído);
4º) Cuando algo nos gusta tanto que nos emociona (lágrimas, suspiros, exclamaciones admirativas), tratamos de accederlo aunque con cierta moderación porque no siempre estamos dispuestos a recibir emociones fuertes;
5º) Cuando algo nos gusta tanto que nos cuesta soportar las emociones que nos provoca, cuidamos mucho de incluirlo en nuestro campo sensorial;
6º) Lo que nos emociones excesivamente pasa a integrar el grupo de lo que no nos gusta en absoluto y queda excluido del campo de las sensaciones.
En suma: Excluimos del campo sensorial lo que nos desagrada y lo que nos gusta en exceso.
Algo de esto ocurre con el sentido del tacto.
Por ser el más emocionante, el que nos retrotrae al momento en que nuestra madre nos enseñó a amar, calmando nuestra hambre, abrigándonos, meciéndonos, acariciándonos, abrazándonos, fácilmente es inhibido en la adultez.
En la cultura occidental caemos normalmente en la inhibición del sentido del tacto. Una explicación aceptable es que esto no nos ocurre porque tocarnos nos desagrada sino porque nos agrada demasiado.
Es tanto lo que nos conmueve que tememos perder el control emocional, entregarnos a algún tipo de frenesí desquiciante, exponernos a ser devorados por el insano interés depredador que proyectivamente adjudicamos a los demás.
Y este fenómeno también puede integrar la multicausalidad de nuestro rechazo al dinero que presagia una pobreza patológica.
No tocar dinero, rechazarlo, temerle, podrían ser reacciones propias de quienes lo sobrevaloran.
(Este es el Artículo Nº 1.511)
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11 comentarios:
Entonces nada de lo que sentimos es como parece! Todo esto me asusta mucho, no sé para dónde arrancar.
Sé que tener dinero es una maravilla. Quienes dicen que no les importa el dinero, juegan a la quiniela soñando sacar el premio mayor. No conozco a nadie que se entristezca por haber ganado dinero, o haberlo encontrado por casualidad, o haberlo heredado.
Estoy de acuerdo con Marita, aunque también sucede que quienes tienen dinero - mucho o poco - hacen con él cosas distintas. Algunos se centran en hacer más dinero con el dinero, otros lo gastan rápidamente en beneficio propio, y están los que gastan buena parte del dinero que generan, en beneficio de otros.
Si tengo que elegir, a quienes más me gustan, elijo a estos últimos.
La cosa es saber si esos otros a los que se refiere Gabriela, realmente se benefician.
Si se le teme al dinero, es algo que pasa por el inconsciente. De qué sirven estas hipótesis si no podemos conocer nuestro inconsciente.
Lo que a unos les aterroriza o les provoca un profundo desagrado, a otros les gusta. Esto se ve bien claro en las reacciones de las personas ante las películas que muestran escenas truculentas. Algunos las disfrutan y otros no soportan verlas. ¿En ese caso diríamos que a esas personas que no soportan ver, por ej como torturan a otro ser humano, que lo excluyen de su campo sensorial porque eso les gusta demasiado?
Fernando es bien claro cuando dice: ¨excluímos del campo sensorial lo que nos desagrada Y lo que nos gusta en exceso¨.
No entiendo por qué tanta confusión. Lean bien!!!
Puede suceder que el dinero nos emocione excesivamente. Eso es distinto a que nos guste mucho. Estar inundado por las emociones puede significar tener miedo, al tiempo que alegría, angustia, ansiedad. Ese conjunto de emociones no da como resultado un claro ¨me gusta¨.
Vuelvo a lo que se dice en el artículo: ¨lo que nos emociona excesivamente...pasa a integrar el grupo de lo que NO nos gusta¨.
Es muy probable que le tengamos temor al frenesí que puede despertarnos el dinero. Temor a perder el control de nosotros mismos, nuestros valores, lo que nos identifica ante nuestros ojos y ante los otros. Dejar de ser la persona que somos y convertirnos en alguien extraño, lejano a nuestro pasado, alguien que no se corresponde con lo que hemos vivido.
Imagino que para el bebé debe ser una emoción muy fuerte ser amamantado cuando tiene hambre. Otra emoción distinta, agradable también, pero menos ¨depredadora¨, supongo debe ser, recibir la leche materna cuando aún no acucia el hambre.
Imaginando hipótesis, podríamos suponer que luego de adultos, querramos repetir esa emoción fuerte, conmovedora, ante el hambre saciado.
Si pensamos que nuestro modelo de amor se construye a partir de colmar una necesidad, podemos aventurar que cada vez que una nueva persona nos colma una necesidad sexual y afectiva, estamos reasegurándonos de que somos amados.
Un matrimonio monógamo y bien avenido, recibe esa corroboración diariamente. Pero es una persona, una persona que nos ama. Buscar otras relaciones por fuera del matrimonio, podría significar una búsqueda de más amor. Sentirnos amados por más personas.
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