Un país productor de alimentos puede albergar ciudadanos hambrientos porque los productores tienen derecho a vender su mercancía al mejor precio.
Imaginemos a un niño al que le enseñan algo
del mundo real, pidiéndole que se encargue de hacer algunas tareas, (ordenar su
dormitorio, lavarse la ropa, cargar la estufa con leña), a cambio de una
remuneración con dinero.
Bajo ciertas condiciones, esta es una buena
forma de introducir a los jóvenes en el árido contexto económico al que tendrán
que verse enfrentados cuando sean adultos.
Aquel niño se convierte en adolescente, cada
vez es experto en la realización de más tareas, más complejas y especializadas,
hasta que el adulto joven que llegó a ser tiene aspiraciones económicas mayores
a las que pueden satisfacer sus padres con la mesada que le entregan a cambio
de aquellas tareas infantiles.
Llegará un momento en que el joven adulto
buscará otro lugar donde ganar más dinero y podría ocurrir que los padres
sufran por el abandono. El muchacho les explica pero ellos no entienden que el
joven quiere recibir más dinero para formar su familia.
Finalmente tienen que enojarse porque él
insiste y termina yéndose a trabajar en una compañía que le paga cien veces más
que los padres.
Con estos antecedentes ahora les comento por
qué los países productores de alimentos tienen pobladores que padecen hambre.
Ocurre que los otros países, interesados en
comprar esas legumbres, frutas y productos de granja que vende el país al que estoy
refiriéndome, están dispuestos a pagar mucho más dinero por esos bienes que los
pobladores del país productor.
Los pobladores protestarán tanto como los
padres que vieron partir al hijo para trabajar con otros que le pagaban más.
El muchacho tiene derecho a buscar lo que
mejor le convenga y los productores de alimentos también.
(Este es el
Artículo Nº 1.566)
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6 comentarios:
Ocurre que con frecuencia lo que más nos conviene está íntimamente relacionado con lo que le conviene a los demás. Si esos productores viven en un país donde sus pobladores padecen hambre, muchas cosas se verán afectadas: la seguridad (porque habrá un gran descontento que puede terminar manifestándose de forma violenta); la calidad de vida, porque nos provocará culpa vivir en la abundancia cuando la mayoría padece hambre; la educación, porque la violencia nos vuelve mal educados; la salud, porque si el estado se hace cargo de quienes han perdido la salud por sus grandes carencias materiales, nos subirán los impuestos, y a los prósperos productores les entrará un gran nerviosismo que puede terminar en una úlcera o en un aumento del colesterol.
Estoy de acuerdo con que a los niños y adolescentes se les de la mesada a cambio de trabajos adecuados a su edad. Por las razones que expuso Mieres.
Su forma de pensar es uno de los factores que inciden en que hayan países pobres y países ricos.
Como diría Facundo Cabral: ¨no soy de aquí, ni soy de allá¨.
Viva en un país pobre o en un país rico, lo cierto es que vivo en el planeta Tierra. Lo que pasa en un lado repercute en el otro. A veces las repercusiones son tan nefastas que terminan en guerras. Y las guerras no le convienen a nadie, más allá de que a partir de las guerras se hagan avances significativos para la humanidad en todos los campos de la ciencia y la tecnología, avances que luego nos podrán beneficiar en aspectos que en un principio estaban tan alejados de los objetivos primarios, como puede ser la salud.
Pero igual, la guerra no me conviene. Yo no quiero vivir en un país en guerra, donde corra el riesgo de perder de golpe, a todos mis seres queridos.
Los hijos tienen que separarse de los padres y los padres de los hijos. Sin embargo, los países no tienen que separarse. Por el contrario, lo que intentan hacer es establecer alianzas para sobrevivir.
Sí, padres e hijos tienen que separarse, pero nunca divorciarse del todo. Salvo casos excepcionales.
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