Probablemente usted conoce a muchas personas
que no quieren tener una idea genial por temor a que se las roben.
También conoce a otras que no desean
enriquecer porque los familiares y amigos más abusadores pretenderán vivir de
su talento, lo cual le acarreará fuertes dolores de cabeza, desilusiones y
furia, sentimientos estos que son suficientes para aferrarse a la otra opción:
ser pobres.
Algún día inventarán un aparato que podrá
reproducir todo lo que la mesa de un bar escuchó, o las almohadas matrimoniales,
o las salas de espera de los prostíbulos.
Ese día podremos escuchar los grandes
proyectos etílicos, los futuros venturosos post-coito y las espirituales
reflexiones pre-coito.
Aunque todo haría indicar que esas
conversaciones son inútiles, me animo a decir que no son más inútiles que las
demás.
Sí, tiene razón, debo explicarme!
Desde el punto de vista de quienes no creemos
en el libre albedrío (1) y suponemos que las cosas ocurren naturalmente, por el
devenir natural de los acontecimientos, pero que nuestro cerebro se apropia de
esas circunstancias y las acomoda para presentarlas como la consecuencia de
nuestra decisión autónoma, libre, determinante, transformadora, voluntarista,
creemos, repito, que todo lo que hablamos está desvinculado de la realidad
material.
Pondré un ejemplo de cada conversación inútil.
1) Alguien posee una empresa, es decir, una
organización tan natural como son un panal de abejas, un hormiguero o una
manada de lobos que cazan en equipo.
Esta empresa-hormiguero tiene su propia
dinámica. Las personas-hormigas hablan, hablan, hablan, pero todo funciona
automáticamente. Ellos hablan de hechos ajenos a su protagonismo. Por eso
hablan inútilmente.
2) Quienes sólo poseen imaginaciones
despegadas de la realidad, también tienen conversaciones tan inútiles como las
del empresario-hormiga.
(Este es el
Artículo Nº 1.569)
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13 comentarios:
¿Qué sería una conversación apegada a la realidad? ¿Hablar de lo que inevitablemente hacemos? Por ejemplo, hablar de lo que comimos, de las horas que dormimos, de las relaciones sexuales que tuvimos, de las ¨decisiones¨ que tomamos, de lo que nos puso tristes, de lo que nos puso alegres...
Si todo lo que hacemos, pensamos y sentimos, es inevitable, es inevitable hablar de lo inevitable. Lo único evitable es hablar. Aunque eso no lo determinamos nosotros. Porque en realidad no tomamos ninguna decisión, sino que las decisiones nos toman a nosotros.
Creo que con esto no aporto nada. Se ve que hoy no estoy muy inspirada.
Hablar nunca es inútil. Nos ayuda a resolver conflictos, a negociar, a comunicarnos y conocernos a nosotros mismos y a los demás.
Creo que acá el tema no es discutir si sirve para algo hablar o no. De lo que se trata es de entender que somos hablados. Si nos apegamos a la teoría del determinismo, y creemos que en realidad no existe el libre albedrío, eso tendrá consecuencias en nuestra vida. Nos tomaremos todo con más calma. Aceptaremos la realidad de manera más inteligente. Dejaremos de juzgarnos y juzgar a los demás. Nos sentiremos menos culpables. Intentaremos conocernos más en lugar de perseguir a los ¨malos¨ y de creer que estamos del lado de los ¨buenos¨.
Lo que dice Gabriela coincide con mi forma de entender la religión. No busco culpables, trato de conocerme para poder amar, no juzgo, no creo que hayan buenos y malos. Acepto la realidad tal como es, busco la serenidad y la paz. Quiero ser feliz.
Una de las imaginaciones despegadas de la realidad puede ser el delirio. El delirio tiene una razón de ser (desde mi punto de vista). En este sentido no es inútil. Cumple una función, aunque sea difícil discernir cual.
No somos protagonistas de nada, y al mismo tiempo somos los protagonistas de nuestra vida. Nadie puede vivir nuestra vida, sino nosotros mismos. Nadie puede ponerse en nuestro lugar. Somos protagonistas por el simple hecho de que estamos solos.
Uno podría pensar que si hablamos inútilmente, no tendría sentido protestar cuando estamos desconformes. Sin embargo esto es algo que no podemos evitar, y creo que está bien que no lo evitemos.
La realidad material es que tenemos un cuerpo que mientras estamos vivos, funciona. Funciona solo, reaccióna solo, piensa solo, se enfría, se calienta, se entristece, se alegra, hace cosas o deja de hacerlas.
Lo que siempre olvidamos es que somos naturaleza. No somos una excepción de la naturaleza. Funcionamos como naturaleza, con la ¨sabiduría¨de la naturaleza.
Si fuera así como dice Ingrid, ¿por qué somos mucho más disfuncionales que el resto de la naturaleza?
Tratando de responder la pregunta de Mª Eugenia, diría que somos más disfuncionales porque estamos peleados con nuestro instinto. Por algún motivo que desconozco (quizás por el desarrollo de nuestro cerebro), la cultura ha arraigado muy fuerte en nosotros y está en permanente cambio. Lo cultural y lo instintivo a menudo no se llevan bien.
º
Quien teme que le roben una idea genial, está demasiado pendiente del reconocimiento ajeno. No le alcanza con sentirse útil, rico, satisfecho, entusiasmado. Necesita que otros le corroboren que es una persona importante, porque él/ella, no lo siente así.
Entiendo el sentido profundo de las conversaciones inútiles que plantea Mieres, pero yo voy a hablar de otras conversaciones inútiles, que son las que me tienen harta. No soporto que me insistan cuando dije que no quiero algo. Me molesta que me indiquen qué es lo que debo hacer. Odio los consejos que no pido. Me sublevan los discursos cerrados de los sabiondos. Me alejo de las personas que no saben dialogar.
Muchas cosas me irritan. Por suerte.
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