Adquirir un buen uso de nuestro idioma nos hace
disciplinados, ordenados, previsibles, respetables y queridos.
Solemos entender menos lo que ocurre a nuestro
alrededor porque carecemos del procedimiento adecuado para hacer el intento.
Debemos quitarnos la ilusión de que algún día
entenderemos todo. Este es el gran error que nos aleja de captar algo sobre
dónde estamos parados. La modestia de nuestras pretensiones colabora para que
podamos saber lo suficiente, ignorar la mayoría de lo que ocurre, descartar los
infinitos detalles que no nos importan porque no nos afectan, recordar que «lo perfecto es enemigo de lo
bueno».
Obtiene
mejores resultados una persona un poco distraída que una persona obsesionada
con la perfección de los detalles.
Algo que
también nos dificultad entender dónde estamos parados es privarnos de las
simplificaciones racionales: en vez de observar a nuestra comunidad de 100.000
personas, tratemos de imaginarla de tan solo diez personas, para que los datos,
las reflexiones y los razonamientos puedan ser efectuados con números
mentalmente manejables.
Imagino que
en nuestra ciudad somos tan solo diez personas: yo y nueve más.
¿Qué me gustaría que ocurriera en esta especie de familia?
Por ejemplo, me gustaría que nos lleváramos bien, que todos colaboraran
en las tareas de cocinar y limpiar, que los gastos fueran pagados entre todos,
que las actitudes de los otros nueve fueran previsibles y que no me
sorprendieran con actitudes antisociales.
Es casi seguro que las personas que mejor den satisfacción a estas
aspiraciones, serán las más respetadas y queridas.
Existen muchas evidencias de que las personas que mejor utilizan el
lenguaje son más ordenadas, disciplinadas e informadas... más respetadas y
queridas.
Cuando
incorporamos el lenguaje (idioma, competencia lingüística) estamos incorporando
su gramática y estamos incorporando a nuestra esencia esa actitud ordenada,
disciplinada y previsible que nos hará respetados y queridos.
(Este es el
Artículo Nº 1.565)
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13 comentarios:
Cuando hablamos tratamos de transmitir lo que pensamos y sentimos. A menudo no nos alcanzan las palabras. Muchas veces incluso, no las necesitamos.
Los gestos y la mirada son imprescindibles para la comunicación. Gracias a ellos logramos decir lo que no podemos decir. Economizamos palabras y transmitimos la emoción.
Gestos imperceptibles y miradas neutras, también comunican. Pasa a veces que cuando el mensaje es transmitido así, no queremos escuchar lo que dice, o interpretamos lo que queremos.
En general no usamos mal el lenguaje por conocer pocas palabras. La cosa nos falla a la hora de entender. Perdemos el hilo porque se nos vuelve muy complicado concentrarnos en la globalidad de lo que estamos escuchando. Nos quedamos pegados a las palabras desconocidas. Esas palabras nos intimidan y hasta pueden bloquear nuestra capacidad de comprender.
La gramática tiene sus leyes. Los idiomas nos ordenan. Si el pensamiento esta desorganizado, lo que decimos también se escuchará desorganizado, entreverado. Cuando el pensamiento es claro, lo que decimos también lo es.
Las palabras que usamos para expresarnos son nuestras. Forman parte de nuestra historia y de la génesis de los grupos y los subgrupos a los que pertenecemos. Por eso todas las jergas, el lunfardo, las mixturas del lenguaje de frontera, la forma de hablar de las pandillas y los grupos minoritarios; todos son válidos, ricos, creativos, expresivos, útiles, genuinos.
Las malas palabras son muy buenas y honestas. Sólo que a veces golpean fuerte.
Nos podemos enamorar del lenguaje. Amar nuestro idioma. Pasa eso cuando aprendemos a saborear las palabras. Entonces nos damos cuenta que la ¨o¨ y la ¨a¨, son vocales abiertas que sirven para el amor. La ¨m¨ nos arrulla. La ¨ll¨ hace que la lluvia y el llanto sean más mojados.
Coincido con la familia que a ud le gustaría. Yo pediría una igual. Pero tenés la que te toca. Y cada uno hace lo que puede.
Por perderme en los detalles perdí amigos, dinero y oportunidades.
Podemos estar seguros de que nunca entenderemos todo. No podemos explicar todo. Está bueno que sea así.
Dios no estaría en mi vida si alguna vez hubiese pretendido entenderlo todo.
Cuando me afectan demasiado los detalles, me doy cuenta de que ando mal. Eso me pasa cada vez que quiero escapar de algo.
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