Nuestra cultura no incluye una buena formación, ni hogareña
ni escolar, en sexualidad y en el uso del dinero.
La vida en familia parece muy normal, muy
simple, natural, pero esta sensación no hace más que complicarnos
afectivamente.
Si por el contrario, todos estuviéramos de
acuerdo que es más fácil convivir con los compañeros de trabajo, con los
compañeros de estudio o con los amigos del club social, la vida familiar no
sería tan perturbadora, pues ya tendríamos asumido que vivir bajo un mismo
techo, con un tipo de confianza superior al que tenemos en otros ámbitos, donde
la vestimenta y las actitudes son tan íntimas pero donde simultáneamente rige
la fantasmal prohibición de vincularnos sexualmente (prohibición del incesto),
eso sí que es difícil de sobrellevar... con el agravante de que cada uno cree
ser el único que padece esa mortificación.
Lo repito con otras palabras: la convivencia
en familia es difícil pero cada uno cree ser el único que padece esa
dificultad.
Esta sensación de exclusividad ocurre porque
de estas sensaciones no se habla. Dentro del hogar existen prohibiciones
severas y ominosas (abominables, de mal agüero, execrables).
Son prohibiciones que resultan abrumadoras
porque están asociadas a deseos sexuales muy intensos y son abominables porque
no puede hablarse de ellas y, peor aún, nadie explica porqué existe tal
prohibición. Parecería ser que todo el mundo tiene que «nacer sabiéndolo» y que la ignorancia del
por qué, revela una anormalidad mental o moral, grave.
En este
contexto se encuentran explicaciones de por qué los hijos no reciben de sus
padres algún tipo de asesoramiento práctico de cómo manejar el dinero.
Observemos
que ni en el hogar ni en la escuela está previsto que los niños reciban una
clara, explícita y profunda formación sobre sexualidad y sobre el uso del
dinero.
(Este es el
Artículo Nº 1.603)
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10 comentarios:
Muy interesante. Pero, me falta algo: no puedo asociar dinero y sexualidad, sí estoy de acuerdo en todo lo demás. Seguiré pensando.
No sé si será una buena explicación, Julia, pero lo intentaré. El dinero sirve para los intercambios comerciales. Yo doy dinero y recibo algo a cambio. El dinero es parte de mi misma, en algún sentido, porque lo obtengo trabajando o por haber trabajado.
Freud, para referirse a las relaciones sexuales, hablaba de comercio sexual, en el sentido de que es un dar y recibir. Él establecía una correlación entre los hijos, el dinero y las heces. Tanto los hijos como las heces son algo que proviene de nuestro cuerpo y luego sale de él. Es algo que se entrega. Damos vida y se nos entrega la posibilidad de ser padres, damos las heces y tenemos la posibilidad de seguir viviendo. Tanto el sexo (vinculado a los hijos), como el dinero y las heces, han sido (y aún continúan siendo), algo considerado sucio y si no sucio, íntimo. Por eso pueden vincularse entre si.
Tanto la sexualidad como el dinero, generan dobles discursos. Por un lado solemos decir que hacemos las cosas desinteresadamente, que el dinero no hace la felicidad, que hay un montón de cosas que resultan impagables. Todo eso está muy bien, pero lo que no encaja es que al mismo tiempo festejamos como locos si ganamos la lotería, gastamos dinero comprándonos cosas que no precisamos para gratificarnos y nos enojamos mucho si alguien mantiene una deuda con nosotros.
Con el sexo pasa igual. Decimos ser muy liberales pero nos matan los celos, nos avergüenza pensar que los viejos (sobre todo si son nuestros padres) tengan sexo, nos parece mal que dos personas se besen en público.
Si existe un doble discurso es porque estos temas no son simples y nos generan conflictos.
Otra cosa que nos parece horrible con respecto al sexo, es que nuestros hijos pequeños manifiesten deseos sexuales.
No tiene una explicación lógica que debamos ponernos un traje de baño para ir a la playa. Si fuese para no andar provocando deseos sexuales que no podrán satisfacerse, no se usarían bikinis que a la postre resultan más exitantes, por lo que ocultan.
Si desde primer año de escuela se enseña a sumar y restar, no entiendo por qué no se vincula esto al presupuesto familiar; para que el niño pueda elaborar y entender por qué no le compramos todo lo que pide.
En mi familia la tendencia es a hacer de cuenta que todo está bien. Se esconde la basura abajo de la alfombra.
De niño me sentía un monstruo porque deseaba acariciar a mi mamá.
A veces pienso que cuando nuestros hijos cursan la adolescencia, los vínculos con nosotros los padres, se vuelven tan complicados, en parte porque es el despertar sexual y necesitan pelearse con nosotros para establecer distancia.
Los asuntos que son importantes y vitales, pero no se hablan, pueden terminar generando problemas. Hablar ayuda a pensar, a elaborar, a digerir las normas que debemos respetar en la sociedad que nos tocó vivir.
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