Los casinos procuran que los apostadores olviden el valor
afectivo que pueda tener el dinero que ganaron con esfuerzo.
Uno de ellos lo mencionó y los demás nos
quedamos callados en señal de aprobación: «Nos damos cuenta del valor de las cosas
cuando dejamos de tenerlas».
¿A qué se
referiría nuestro amigo con tan conmovedora declamación? Que yo sepa, no ha
padecido la pérdida de algún familiar o mascota muy queridos.
La
conversación siguió como de costumbre: anécdotas graciosas, política irritante,
chismes de los que no pudieron venir.
Más
adelante me di cuenta el por qué de aquella «conmovedora declamación». Quien la
expresó acababa de ser víctima de un robo en su casa de veraneo y los ladrones
se llevaron un mantelito de sesenta por treinta centímetros, que su abuela
había bordado «como solo una gallega vieja sabe hacerlo».
¡Ah, ahí
estaba la explicación! El hombre había perdido algo que no sabía cuánto
significaba para él hasta que los ladrones se lo quitaron.
Ahora
cambio de tema para volver enseguida.
Antiguamente
los casinos permitían que los clientes hicieran sus apuestas con dinero
corriente, hasta que a alguien se le ocurrió prohibir esta práctica. Desde
entonces los casinos canjean los billetes por fichas de plástico y solo aceptan
apuestas con esas fichas.
¿Por qué
esta ocurrencia?
El malévolo
inventor de esta prohibición se dio cuenta que los apostadores son más
desaprensivos con las fichas que con los billetes porque estos se asocian con
el esfuerzo que les costó ganarlos; las fichas, no.
Retomo el
valor afectivo que tenía aquel mantelito bordado por la abuela. Los apostadores
del casino que tuvieran algún leve afecto por los billetes que ganaron «con el
sudor de sus frentes», no lo tienen por esas fichas que malgastan con
indiferencia y que el casino cobra con entusiasmo.
(Este es el
Artículo Nº 1.602)
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8 comentarios:
Las fichas de los casinos se parecen a las que usamos de niños para jugar a la lotería, a las damas o al ludo. Cuando estamos en el casino olvidamos que somos adultos y lo que en realidad estamos gastando es nuestro dinero.
Creo que algo parecido nos sucede con las tarjetas de crédito y los cheques.
El dinero que nos ganamos trabajando tiene una historia que podría compararse a la del mantelito bordado por la abuela. Cada moneda, cada billete, condensa simbólicamente una historia. El primer día de mi primer trabajo, aquella vez que no pude llegar a tiempo al festejo del cumpleaños de mi hijo porque estaba trabajando, el momento en que me caí de una escalera para bajar aquel rollo de tela que quería ver un cliente. Cada momento es una puntada, cada puntada está bordada con un color distinto. Hubo días buenos y días malos. El dibujo se fue bordando lentamente, paso a paso, centímetro a centímetro. Pero todo eso se nos olvida.
Érika Büsch musicaliza un poema de Circe Maia donde se habla de las rutinas cotidianas que vamos bordando ¨punto por punto, día por día¨. Esas cosas que de tan incorporadas a la vida diaria son contundentes pero invisibles.
Así nos pasa con nuestro trabajo. Vamos generando una experiencia cargada de historias mínimas que luego parecen perderse en el tiempo pero ¨están, está, como una mesa apoyada en el piso¨. Sin embargo olvidamos, no tomamos consciencia del valor de todo lo que hemos construído.
Fichas de plástico
de llamtivos colores
con sonido
a juego
a risa
a tintineo de copas.
Fichas que se lanzan
se apilan
se arrastran.
Hombre de plástico
de llamativos colores
con sonido
a juego
a risa
a tintineo de copas.
Hombre que se lanza
se apila
se arrastra.
A veces vivimos la ilusión de que el dinero es como el agua corriente. Abrimos el grifo y corre, y sigue corriendo sin parar.
El dinero que donamos tiene un tinte afectivo. Nos identificamos con aquella persona que nos pide. Hoy se me acercó un hombre y me mostró un certificado médico. Me dijo: ¨tuve que venir de Parque del Plata hasta el Hospital Vilardebó y no tengo dinero para volver en el ómnibus¨. Le di 20 pesos. Contó las monedas que ya tenía y dijo: ¨qué bueno, ahora ya tengo para el boleto y me sobra un peso; si usted me da 13 pesos más, me puedo comprar un alfajor, desde ayer estoy sin comer¨. Ante el nuevo pedido le respondí que podía intentar que otra persona le diera ese dinero. Después de eso, entré a la Intendencia de Montevideo. Al cabo de una hora salí por el mismo lugar que había entrado, y la misma persona se me acerca con la misma voz triste, a pedirme dinero para el boleto. Yo le dije que ya me había pedido y le había sobrado un peso. Agregué: ¨me estás haciendo el cuento del tío¨. El hombre cambió automáticamente la expresión de su rostro y el tono de su voz para responderme: ¨el cuento del abuelo¨.
Qué horrible Roque! Al menos el casino te engaña pero te devuelve un rato de diversión.
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