Para aceptar el nacimiento de un hermano, una mayoría
necesita volverse hipócrita, ocultar los sentimientos negativos, mentir.
Me cuesta creer que existan muchas personas
que sepan más que yo, aunque seguramente existen millones que poseen una
acumulación de conocimientos asociada a una portentosa memoria que los
convierte en personas eruditas (1).
Me estoy refiriendo a una valoración subjetiva
de mí mismo y de los demás.
Si bien suena groseramente arrogante que me
exprese de este modo, concédanme un par de párrafos para alegar a mi favor.
Quienes se expresan con más humildad están
olvidándose de algo: cuando alguien dice de su admiración hacia otros, está
diciendo que, disimuladamente, se incluye en ese grupo idealizado aunque no lo
mencione (explicite, aclare, confiese) porque entre sus virtudes está la de ser
modesto. Sin embargo, lo más grave es que está despreciando drásticamente a la
mayoría de la población mundial.
Propongo pensar que toda persona que aplaude,
ovaciona, admira, ensalza, glorifica a otros, lo que en realidad está haciendo
es auto alabándose y despreciando a todos los que no menciona.
La cultura vigente conserva la costumbre de
tener varios hijos. Por eso la mayoría son padres de más de un hijo y también
la mayoría han pasado por esa experiencia que, en tono emotivo y vivencial,
describo en otro artículo (2).
En dicho artículo comento el desgarro
emocional que padece un niño cuando nace un hermano y pierde los privilegios
que creía tener en cuanto al afecto, la atención recibida y la disponibilidad
de los recursos familiares.
A ese niño que sufre, generalmente se lo
presiona para que deje de hacer reclamos y acepte las pérdidas sufridas sin
quejarse ni molestar a los demás.
Para obedecer estas exigencias una mayoría
apela a volverse hipócrita (3), a ocultar los sentimientos negativos, a mentir.
(Este es el
Artículo Nº 1.614)
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10 comentarios:
A partir de los odios que genera el edipo, con su prohibición del incesto, y si a eso le sumamos la llegada de un hermano, no queda otra que ser hipócrita. Cómo no vas a querer a mamá! Cómo no vas a querer a papá! Cómo no vas a querer a tu hermanito!
Pica! me descubrió.
Cuando digo que fulano es un genio, estoy diciendo que se parece a mí, que concuerdo con lo que hace, dice, piensa, siente. Por lo tanto, todos los que no son así, son menos que yo.
De ninguna manera, Gabriela!
Cuando admiro a alguien reconozco su superioridad sobre mí. Lo creo mejor que yo. Intentaré imitarlo, pero sabiendo que él o ella es distinto y yo jamás lograré lo que a logrado ese otro.
Hay que ser muy valiente para decir las cosas que ud dice, Doc. Yo no me animaría.
Entonces... ¿Qué es la modestia?
Capaz que la modestia es simplemente estar dispuesto a escuchar la verdad de los otros.
Aplaudo a los equilibristas, ovaciono a los bailarines, me emociona una buena jugada de fútbol. Eso no quiere decir que yo me crea a la altura de lo que hacen esas personas.
De pronto cuando aplaudís a esos grandes, Enrique, estás manifestando que admirás la excelencia. O sea, considerás inferiores a todos los que no la logran.
La verdad es que no me considero excelente en nada, pero tengo una buena autoestima. No soy demasiado humilde pero tampoco arrogante.
Estamos tan acostumbrados a ocultar la envidia, que lo hacemos automáticamente. No es una envidia de tono afectivo intenso, por eso seguimos de largo y hasta podemos disfrutar de lo que otros lograron. Cuántos pibes soñaron con ser grandes futbolistas! De pronto en la niñez y la adolescencia lo intentaron, creyeron que podían llegar (algunos llegan, por qué yo no?). Después esos jóvenes fueron creciendo y vieron que debían renunciar a ese sueño, porque en verdad ellos no podían. Eso no tiene por que implicar necesariamente una gran frustración. Puede elaborarse adecuadamente.
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