Es posible pensar que la compra-venta de bienes y servicios
resultan justificadamente degradantes para quienes solo cobran dinero.
Si tengo que pagar para que el vehículo
colectivo me traslade, entonces su propietario no quiere hacerlo y tengo que
contrarrestar su resistencia mediante un soborno (el precio del pasaje).
Cada vez que pago por algo constato que mi
necesidad o deseo genera un rechazo en quien los satisface.
Si nos preguntáramos: «¿Es justo comprar y vender este servicio o
mercancía?», podríamos llevarnos una sorpresa desagradable si la mayoría de las
veces la respuesta fuera negativa, es decir: «No es justo comprar y vender este
servicio o mercancía».
Si nos
preguntáramos: «Aquellas personas que compran o venden el servicio o mercancía,
¿se degradan haciéndolo?», podríamos llevarnos una sorpresa desagradable si la
mayoría de las veces la respuesta fuera afirmativa, es decir: «Es degradante
comprar o vender un servicio o mercancía».
El dinero es tanto una compensación como un
calmante del desagrado que padece quien nos entrega una mercadería o un
servicio. El precio pagado es una indemnización por la degradación (injuria,
ofensa, humillación) que le causamos.
Podría utilizar otra metáfora por el estilo.
Por ejemplo:
Quien compra un bien o un servicio, le genera
tal perjuicio, ofensa o agravio al
vendedor, que humanamente queda justificado un resarcimiento, subsanar los
daños y perjuicios, recompensarlo, aliviarlo.
Hasta aquí he intentado describir cómo sienten
algunos sentimentalistas absurdos algo tan natural como es la compra-venta de
bienes y servicios.
Permutar horas de nuestro esfuerzo u objetos
de nuestro patrimonio por un objeto (un documento, un símbolo, una mercancía)
de valor arbitrario y dotado de poder cancelatorio por imposición de cada
estado (el dinero), es algo que nos aporta más beneficios que perjuicios, sobre
todo si tenemos en cuenta cómo viviríamos sin él.
Nota: este artículo está parcialmente inspirado en una publicación titulada Lo
que el dinero no puede comprar.
(Este es el
Artículo Nº 1.607)
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8 comentarios:
El ejemplo del transporte colectivo es clarísimo. ¿Cómo van a cobrarnos para algo tan esencial como es trasladarnos de un lugar a otro? ¿Cómo me van a cobrar, si yo me tomo este colectivo para ir a trabajar? ¿Tengo que sobornar a estos señores para que me lleven con mi pie enyesado hasta el hospital?
Entonces pensamos y nos damos cuenta de que estamos inmersos en un sistema donde todo funciona así. Cuando publique mis libros para que otros los lean, tendrán que pagarme para darse el gusto. Y para darme el gusto a mí, sobre todo.
Algunos pintores se han negado a vender sus cuadros. Recién pudieron empezar a venderse después de que el artista había fallecido. Tomándome el atrevimiento de hablar por boca de ellos, estos pintores dirían: yo vivo de mi trabajo (por ej. docente), pintar es algo que necesito hacer, es parte de lo que soy. Yo no puedo venderme.
A veces pienso que compré mi taxi luego de una vida de trabajo. Ahorré, me privé de muchas cosas importantes, incluso pasé necesidades. Ahora los empleados que tengo se creen con derecho a que les pague por trabajarlo. Muy bien, yo les pago porque necesito la ganancia. Piden aumento. ¿Hasta dónde creen que soy capaz de arriesgarme a perder ganancia? ¿Quién podrá pagarme algún día todo lo que yo tuve que pagar, con mi vida, para hacerme de ese taxi?
El poder cancelatorio del dinero, permite que quedemos libres de deuda. Cuando hacemos o recibimos un regalo, no quedamos libres de deuda. Podemos morir con la deuda.
¨Cada vez que pago por algo constato que mi necesidad o deseo genera un rechazo en quien lo satisface¨.
Muy cierto. Tengo un ejemplo clarísimo. Cada vez que pago por los servicios de una trabajadora sexual, me llevo la íntima sorpresa de que esa señora no se da por bien pagada con el deseo que yo le entrego. Y mucho menos con mi placer. Ella finge pasarlo bárbaro, pero primero tengo que darle mis billetes.
No es justo comprar o vender servicios o mercancías. Apenas hace unos milenios no teníamos que pagar nada. Y nos las arreglábamos. ¿Qué nos pasó?
Para saber qué nos pasó, deberíamos tomarnos el trabajo de estudiar la fascinante historia del capitalismo.
Pero algún día el capitalismo pasará a ser historia, así como pasó (casi totalmente) a ser historia el trueque.
Si el dinero es una compensación así como un calmante del desagrado, suena a que el dinero se relaciona a las prácticas médicas. Cuando estamos sanos no necesitamos compensar ni calmar. Cuando estamos sanos, compensar y calmar pasan a ser mecanismos naturales de nuestra esfera íntima.
Al dinero le queda mucho aún por vivir y desarrollar. Pero como todo lo que nace muere, el dinero también pasará a ser una pieza de museo.
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