La coherencia es una cárcel intelectual, defendida por
quienes, con tal de no cometer errores optan por no hacer nada.
Es una lástima que sea así, pero los humanos
progresamos muy impulsados por el dolor y escasamente atraídos por el placer
(1).
De hecho ya alguien dijo: «Los seres humanos somos hijos del
rigor».
Claro que
este beneficio del dolor no es suficiente para que se lo cultive como si fuera
una planta alimenticia, curativa o decorativa. Todo lo contrario, destinamos
gran parte de nuestro esfuerzo a erradicar lo que nos molesta o podría llegar a
molestarnos.
Precisamente
son estas acciones provocadas por el sufrimiento lo que le aporta sus rasgos
positivos.
Por lo
tanto, luchamos contra lo que nos causa problemas y es este batallar lo que nos
beneficia.
La
deducción lógica, aunque paradojal, es:
Aunque los
inconvenientes son desagradables,
— convendría
no combatirlos hasta exterminarlos;
—
convendría evitar cualquier actitud que disminuya el malestar que nos provoca;
—
convendría conservarlos como fuente de estímulo que nos permite desarrollarnos
como especie.
Las
personas que no han tenido ni el talento ni la oportunidad de crecer
intelectualmente, reaccionan con vehemencia cada vez que alguna contradicción
se cruza en su camino.
Esas
personas que no han tenido suerte, (porque ni la falta de talento ni la falta
de oportunidades, es responsabilidad propia), son las verdaderas policías de la
contradicción, sin tener en cuenta que la contradicción es universal mientras
que la coherencia es una cárcel que, si bien quita libertad (de pensamiento) es
amada y buscada porque protege a quienes temen cometer errores.
En suma:
1) El apego
a la coherencia es una solución mediocre, pobre y empobrecedora, reclamada por
quienes temen equivocarse, por quienes prefieren hacer lo mínimo posible por
temor a ser criticados; y
2) Las
molestias merecen ser amadas y rechazadas.
(Este es el
Artículo Nº 1.679)
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11 comentarios:
Su artículo me viene como anillo al dedo. Los avatares laborales me han llevado ha plantearme la opción de hacer menos con tal de no ser criticada. En realidad más que las críticas me duelen los enfrentamientos, creo. No me gusta que me dejen pagando en una discusión y no me gusta discutir. No soy hábil declarante. Trato de evitar las peleas porque me gusta estar en buena relación con los compañeros y no me gusta darme manija en contra de alguien o perseguirme. Eso te lleva a confundirte y pasarla mal. El tema es que la opción de hacer sólo lo que estoy segura de que no me traerá problemas, quizás no sea la mejor opción. Hay que ver cuando vale la pena arriesgarse porque la situación lo amerita; aún a riesgo de caer en contradicciones.
A mí no me gusta hacer lo mínimo posible. Cuando algo me interesa hago lo más que puedo. Cometo errores pero aprendo de ellos. Por otro lado, al igual que Gabriela, no me gusta estar embroncada con mis allegados. Trato de generar vínculos de amistad. Esos vínculos me han faltado por un buen tiempo. Creo que es muy importante no caer en eso de demonizar al otro; cosa que hacemos frecuentemente cuando ese otro ocupa lugares de poder. Intento practicar el bien pensar, como dice Morin.
Me asusta caer en contradicciones, no tanto por cometer errores sino porque me los hagan ver. Si cometo un error y sólo yo me doy cuenta, me servirá para mejorar, pero cuando me lo hace ver otro no puedo evitar sentirme disminuída, sentir que no soy buena como trabajadora, hermana, hija, amiga.
Si lograra quitarme ese temor a las contradicciones, sería más libre y obtendría más logros. La realidad es contradictoria, hay contradicciones por todos lados. La lógica aristotélica no da respuesta para todo. Pero eso sí, hay que tratar de pensar antes de actuar y tener consciencia de qué se está haciendo y para qué (con qué profunda motivación interna).
Quien contradice con sus actitudes y con sus planteos el lugar de autoridad o de saber, tiene que ser consciente de que está remarcando el fondo, lo cual trae aparejado que se resalta la figura. Lo que quiero decir es que quien se opone destaca el lugar de la autoridad y se ubica como oposición. La oposición es necesaria para evitar los desbordes de poder y enriquecer la visión de las cosas. Aclaremos que una cosa es ser oposición de manera justa, razonable, y otra es andar metiendo el palo en la rueda porque si.
Me quedó resonando la última frase del artículo: ¨las molestias merecen ser amadas y rechazadas¨. Ahí tenemos una contradicción fecunda. No vamos a estar buscándonos molestias sin sentido o con el sentido de autoflagelarnos. Y amar las molestias para mí significa darles buen uso. Crecer a partir de ellas, como plantea Fernando.
El sistema nos conduce de la mano hacia la cárcel intelectual. Unos se ocupan de mandar, otros de organizar y otros de ejecutar sin cuestionamientos (recibir órdenes). Lo más cómodo, aunque a la vez irritante es recibir órdenes. Nos exime de hacernos responsables de nuestros actos, por eso es cómodo. Nos irrita porque nos ubica en un lugar de poco valor. El lugar de los anónimos que pocas veces son reconocidos. Y necesitamos reconocimiento, algunos más otros menos, pero nadie es tan independiente -me parece- como para no necesitarlo.
Además del reconocimiento, está el hecho de que todos somos capaces de pensar, tenemos nuestras propias ideas y nos sentimos mal cuando tenemos que renunciar a ellas, guardárnoslas, callarlas. Quien acepta esta situación puede que haya caído en el cinismo: las cosas son así, no se pueden cambiar, hacé la tuya, no te compliques.
Atraída por el placer es que aprendo a amar.
Batallar contra los problemas nos beneficia porque nos obliga a replantearnos, a pensar.
Es imposible exterminar los inconvenientes. Lo que podemos hacer es exterminarlos por el lado de no prestarles atención o esquivarlos (algunas veces con suerte).
Eso de esquivar los inconvenientes te lleva a hacer la plancha. Eso es bastante aburridor. Llega un momento que la vida se te va pasando, llegás a la conclusión de que sos un viejo de mierda y lo único que te queda es esperar la muerte.
Esquivando problemas fuiste perdiendo interés por la vida.
Fernando habla de desarrollarnos como especie. No centra su interés en el desarrollo individual, aunque claro está que ambos son interdependientes. Me parece bien que nos pensemos como especie. Eso conduce a la solidaridad, evita el aislamiento, nos hace más fuertes.
Voy a defender a los que intentan ser coherentes. Los padres con respecto a sus hijos, probablemente tengan que ser coherentes. Si no el niño o el adolescente no sabrá a qué atenerse. Además no olvidemos que hasta los 25 años más o menos, somos especialmente sensibles a la injusticia. La incoherencia puede llevar a situaciones injustas.
Mi padre era una persona que se esforzaba mucho por ser coherente. Eso siempre despertó en mí cierta admiración y reconocimiento, pero por momentos su coherencia se volvía tan rígida que me dolía. Me lastimaba.
Además todo el que fuera incoherente quedaba tachado con una cruz invisible pero muy palpable. Eso llevaba a la familia al aislamiento. No sé, es un tema difícil.
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