Opino que ocurrirían cambios importantes y positivos
en una nación donde la moneda local comience a llamarse «gracia».
Como he mencionado en otras
ocasiones, gran parte de nuestros problemas no podemos resolverlos porque
estamos encaprichados en dos asuntos bien importantes:
1º) Creemos que todas las
molestias son evitables, siendo que solo unas pocas lo son y todas las demás
son inherentes a nuestra condición de seres
vivos; y
2º) Para encontrar fórmulas
que nos permitan la definitiva eliminación de las molestias, nos apegamos
neciamente a la racionalidad, descartando prejuiciosamente las ideas menos
lógicas aunque más creativas, heterodoxas, insólitas, alternativas, artísticas,
místicas, filosóficas, lingüísticas.
Todo lo expuesto sólo tiene
como finalidad abrirme camino para una propuesta que seguramente no será
tratada ni en alguna reunión secreta del Fondo Monetario Internacional y mucho
menos en la O.N.U.
En las monedas nacionales que
nos resultan conocidas, nos encontramos con la más nueva, el Euro, que tan solo
remite al continente Europa e indirectamente a la diosa fenicia Europa, que
excitó tanto al dios más importante de los griegos, Zeus, que la raptó para violarla. Triste historia
la del Euro!
El dólar fonéticamente suena
para los latinos como «dolor», lo cual tampoco es muy alentador
para nuestra psiquis tan adicta a las metáforas. Para muchos, tener dólares
podría sonar como tener dolores.
En muchos países nos encontramos con el «peso», lo cual tampoco es muy
atractivo porque alude a algo pesado. Es la ingobernable Ley de la Gravedad la que
indirectamente le da nombre a estas monedas (México, Chile, Argentina,
Uruguay).
¿Qué ocurriría, me pregunto públicamente en este artículo,
si algún país serio y respetable (no todos lo son), decidiera cambiarle el
nombre a su moneda y llamarla «gracia»?
Les invito, como curiosidad, a pensar expresiones
coloquiales que incluyan una moneda llamada «gracia».
(Este es el
Artículo Nº 1.668)
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8 comentarios:
La gracia divina es para cristianos y hebreos una actitud magnánima de Dios. El receptor, el humano humilde, la vive como un don, la salvación, la capacidad de amar, de ser santo.
Si nuestra moneda se llamara ¨gracia¨, sería un don divino. Un don del que seríamos portadores los humanos y al que administraríamos con el mismo amor que el pan y el vino. La moneda sería fuente de vida. Todos estaríamos vinculados a través de la bondad. Intentaríamos dar la mayor cantidad de gracias y nos sentiríamos amados al recibirlas. Todos desearíamos ser ricos y hacer ricos a los demás.
Si la gracia divina es una actitud magnánima de dios, entonces podríamos asociar que dios es un magnate. El significado original de la palabra magnate era gran hombre o gran noble. Luego ese significado ha ido variando y hoy se designa así a quienes tienen una gran habilidad para los negocios y amasan grandes fortunas.
Si dios es un magnate, podríamos pensar que su gran fortuna es ser eterno, omnipresente, omnisapiente, el creador de todo lo que existe y poseedor de un amor infinito. Si los hombres estamos hechos a semejanza de dios, quiere decir que recibiremos del gran magnate la vida eterna, la capacidad de ser omnipresente, omnisapiente, amar sin límites, crear, obtener la vida eterna.
De verdad que el dinero es un dolor y un peso. Cuando falta y a veces cuando se posee en demasía.
La cajera del supermercado me diría: son 343 gracias. Yo le daría 400 gracias y ella me devolvería 57 gracias. Ambos quedaríamos muy agradecidos. Nos miraríamos a los ojos con mucho cariño. Y quizás cuando ella termine de trabajar me invite a hacer el amor. Entonces yo sentiría el irrefrenable deseo de darle por lo menos mil gracias. Ella las aceptría encantada y me daría a mí otras mil gracias. O quizás 800 o 1200, supongo que dependerá de cuan valioso considere que fue nuestro encuentro.
Que la moneda se llame gracia no significa que se vuelva tan distinta al peso, dólar, euro, etc.
Lo que va a pasar es que a partir del momento en que la moneda se llame gracia, la gente seguirá llamándose gente. Continuarán con sus vicios, sus costumbres, su intolerancia (hija de la incomprensión), su avaricia, egoísmo, generosidad, capacidad de amor y solidaridad, etc, etc.
O sea que puede pasar que todo cambie muy poco. Quizás el significado de la palabra gracia nos resuene por un buen tiempo. Sentiremos algo distinto, extraño. Quizás nos volvamos un poco más amables, pero nuestra esencia no va a cambiar por decreto. Con el tiempo la palabra gracia cambiará de significado. ¿Qué significado le daremos? ¿Cuánto tiempo demorará en cambiar ese significado?
No lo puedo imaginar.
Nos sentiremos más aliviados cuando el peso se comience a llamar gracia. Sobre todo eso les sucederá a los más afectados por la fuerza de la gravedad. Nos sentiremos más livianos y entonces actuaremos con más espontaneidad. Algunos a esa espontaneidad le sumarán una mayor irresponsabilidad. El valor de la vida humana descenderá porque el peso de la culpa bajará.
Los pronósticos no parecen buenos.
Supongamos que en Dinamarca el peso comienza a llamarse gracia. Los ciudadanos dinamarqueses seguirán siendo educados, respetuosos del medio ambiente, limpios, amantes de la belleza. Seguirán incluso, preparando las deliciosas galletitas dinamarquesas. Probablemente se vuelvan más afectuosos, porque estar dando y recibiendo gracias todo el día, los predispondrá a una mayor calidez humana. Se reunirán más amenudo con la familia y los amigos. Resolverán sus conflictos políticos y gremiales con más facilidad. Se volverán menos mentirosos porque confiarán más en los otros.
Ud nos había sugerido en un artículo, hace ya unos meses, que la palabra gracias lleva el sonido gr. El sonido del gruñido.
Como el dinero se denominará gracia, empezaremos a sentir que nos pasamos gruñendo. Estaremos defendiéndonos todo el tiempo antes de que comience el ataque. Los actos más nimios nos parecerán hostiles. Seguramente terminaremos enroscándonos en revueltas caóticas. Los grupos se desunirán, porque la palabra grupo también conlleva su gruñido. Además la desconfianza hará que nadie se una a nadie para hacer nada. Desaparecerá el Colegio de Abogados, el de los Médicos, etc. Los sindicatos también. En el Congreso tendrán que interrumpir las sesiones cada 10 minutos. No saldrán nuevas leyes. El Presidente dejará de apoyarse en sus Ministros. Los niños dejarán de ir al parque con los abuelos. Los padres le temerán aún más a sus hijos. Los hijos no podrán confiar en sus padres.
Y alguno que ande por ahí, en un instante de furia, mandará la bomba atómica que termine por destruirnos a todos. Si el planeta no se deshace en pedazos, puede que las cucarachas sobrevivan, y si encuentran algo que comer aumentarán notoriamente de tamaño. Lo mismo las ratas. Los efectos de la radiación transformarán a los seres vivos. Si sobrevive alguna bacteria, será una bacteria distinta. Las amebas, si sobreviven, adoptarán otras formas. El plancton desarrollará lo que hoy llamamos malformaciones, pero que en un futuro no serán más que las nuevas formas del plancton.
Y así.
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