Podría decirse que los bienes y
servicios ‘prohibitivos’ no son molestos para todo el mundo.
En la Biblia, en el
libro del Génesis (Gen 2, 16-17), encontramos la primera prohibición. Dios le dijo
al hombre: “Come si quieres del fruto de todos los árboles del paraíso: Mas el
fruto del árbol de la ciencia del bien y del mal no comas: porque en cualquier
día que comieras de él, infaliblemente morirás.
Según el Diccionario combinatorio del español
contemporáneo dirigido por Ignacio Bosque, la palabra «prohibitivo» se la encuentra
asociada con los siguientes vocablos: cantidad, cifra, coste, gasto, nivel,
precio, suma.
Ejemplos: «El
precio del alquiler es ‘prohibitivo’»; «Ciertas necesidades están en un nivel ‘prohibitivo’»;
«Podremos casarnos cuando el coste de vida deje de ser ‘prohibitivo’ para
nuestros ingresos».
Se le
atribuye al escritor español Camilo José Cela (1916-2002): “Prohibir por
prohibir es más cómodo que eficaz y también más arbitrario que inteligente”.
Me animaría
a decir que las prohibiciones son un condimento social. Ellas nos alteran la
convivencia interponiéndole obstáculos a la libertad.
Si observamos
lo que realmente ocurre, tendríamos que concluir que ni las prohibiciones son
tan antipáticas ni la libertad es tan deseada.
En este
blog he comentado muchas veces la más grande de las prohibiciones: la prohibición
del incesto, esa que nos impide de forma totalmente silenciosa, discreta pero
fortísima, tener relaciones sexuales con nuestros familiares.
Tanto la
moderada molestia que nos provocan las prohibiciones, como la moderada satisfacción
que sentimos con la libertad, como la relativa comodidad como sobrellevamos la prohibición
del incesto, nos llevan a pensar que los precios ‘prohibitivos’ quizás no sean universalmente
molestos como se piensa.
Si aceptáramos
esto, también podríamos decir que evitar tener mucho dinero nos aumenta la
cantidad de bienes y servicios que nos resultan ‘prohibitivos’.
(Este es el
Artículo Nº 1.675)
●●●
11 comentarios:
Las prohibiciones nos salvaguardan de los excesos y nos permiten vivir en sociedad. Quizás nos sirva que existan bienes y servicios prohibitivos para sentirnos a mayor resguardo. Un exceso es un exceso, sea en lo que sea. La realidad es que le tememos a los excesos; tanto a los propios como a los ajenos.
Algunos buscan el exceso. Necesitan el exceso para estimularse, para encontrar la pasión. Otros llegan al exceso porque no pueden frenarse.
Los excesos que nos ponen de cara frente a lo prohibitivo, de algún modo nos enfrentan al diálogo vida-muerte. Vivir a full, vivir al máximo, puede ser para algunas personas la forma más satisfactoria de vivir o la única posible.
Si lo prohibitivo nos lleva al borde de la muerte y luego nos hace estallar de alegría, nos sentimos vivos. La rutina, cuando es vacía, nos hace sentir muertos. Se me ocurre que en algunos casos se busque pasar de la situación ¨muerto en vida¨, a la de descarnizadamente vivo.
Me llamó la atención la palabra ¨descarnizada¨, es decir, sin carne, sin cuerpo.
La dicotomía mente-cuerpo nos puede llevar a pensar que la verdadera vida no es la del cuerpo, sino la del alma.
Mientras vivimos el cuerpo siempre está. De jóvenes se siente más en cuanto a sus urgencias, de viejo se siente más en cuanto a sus dolores y limitaciones.
Si queremos trascender esas urgencias o esas limitaciones, haremos cosas que nos descentren del cuerpo, aunque esas cosas salgan del cuerpo mismo.
Comprar una hermosa casa, puede ser en determinadas situaciones prohibitivo, pero si lo hacemos, trascendemos nuestras limitaciones y nuestras urgencias cotidianas, como parar la olla todos los días.
Si trascendemos nuestras limitaciones nos convertimos en dioses que todo lo pueden. Acceder a lo prohibitivo puede movilizar nuestros cuerpos a punto tal que nuestra vida se modificará para mantener en nuestras manos ese fuego que, arriesgando nuestra vida, nos animamos a poseer.
Cuando llegó nuestro cuarto hijo (hijo no planificado), con mi esposa sentimos que no íbamos a poder, tanto por lo económico como por nuestra edad. La cosa es que finalmente pudimos. Como decía Irene, algo se modificó en nuestros cuerpos como para mantener ese fuego, esa vida nueva. Estábamos hasta el borde con nuestros tres hijos, pero inesperádamente el cuarto, en lugar de hundirnos nos dio un empuje que terminó por mejorar nuestra situación económica.
Al hablar de fuego me hacen recordar el Mito de Prometeo, que le regaló a los humanos la llama. Este regalo le trajo como consecuencia un terrible castigo que se sucedió durante el resto de su inmortal vida.
Poseer algo tan importante como el fuego, fue merecedor de castigo. Aunque los humanos no tuvieran la culpa de la generosidad de Prometeo. Los humanos habían accedido a lo prohibitivo y eso los acercaba a los dioses.
La separación tajante entre humano y Dios, históricamente ha sido matenida. Aunque los dioses fueran patronos del hogar y cada familia tuviera el suyo propio, el núcleo familiar pertenecía a una categoría diferente a la del dios. Incluso ser a imagen y semejanza de Dios, deja bien claro que no somos iguales a Dios.
Cuando los dioses tienen defectos similares a los humanos, se diferencian en sus poderes y hazañas.
Es necesaria esa disparidad entre el dios y el humano, como es necesaria la disparidad entre madre e hijo. Si no tuvieran poderes tan distintos, la madre no podría cuidar de su hijo.
Necesitamos dioses que nos protejan, como la Virgen María, y dioses que nos pongan límites, como el Dios Padre.
El miércoles ppdo. tuvimos en Uruguay una tormenta que nos impidió salir de nuestras casas. Entonces decidí emplear el tiempo que iba a estar en el trabajo a hacer lo que me viniera en gana. Tomé esa libertad con alegría pero me costó decidir qué hacer con ella. Eran tantas las cosas que hace tiempo venía posponiendo! Tuve que tomar contacto con mi deseo y ponerme a hacer lo que con más fuerza deseaba. Decidir me llevó algún tiempo. No estoy demasiado acostumbrada a decidir en la cotidiana qué hacer con mi libertad. Mientras esperaba a enterarme de qué quería hacer, lavaba platos, hacía la cama, hasta que tuve la certeza: tenía ganas de sentarme a escribir. Eso implicaba que debía dejar de lado otras cosas que también deseaba hacer, aunque con menos fuerza en ese momento. Es difícil renunciar y es difícil tomar contacto con uno mismo. La posibilidad de manejar pequeñas libertades nos enfrenta al riesgo. ¿Qué pasaba si me daba cuenta de que lo más deseado para mí en ese momento era encontrarme conmigo misma? ¿Pensar en lo que estaba haciendo con mi vida? Podría haber sido un momento grato, pero depende de la circunstancia, también podría haber sido un momento a evitar.
Me quedé pensando en el árbol de la ciencia del bien y del mal. ¿El árbol de la ciencia del bien y del mal es el árbol que te da las facultades para percibir lo que está bien y lo que está mal?
Si accediéramos a sus frutos nos convertiríamos en jueces, accederíamos a la Justicia Divina. Es bien sabido que la Justicia Divina es distinta a la humana, que es más limitada y apegada a la lógica. Parece que la Biblia nos estuviera diciendo que no deberíamos convertirnos en jueces.
A mí se me ocurre pensar que la Biblia lo que quiere decir es que no debemos acercarnos a la ciencia, al saber o la sabiduría, porque la máxima sabiduría está atada al bien y el mal; saber que escapa a nuestra condición humana.
Publicar un comentario