Nos avergüenza ser inhibidos, por eso creemos que los demás
son tan inescrupulosos como desearíamos ser.
La desconfianza es un obstáculo para ganar el
dinero que necesitamos para vivir dignamente.
Casi todas las acciones que podemos realizar
para alcanzar ese objetivo, (producir, comprar y vender bienes y servicios),
nos exigen confiar en los demás (clientes, proveedores, empleadores,
trabajadores, Estado, gobernantes).
Cuando digo «confiar», quiero decir «confiar
razonablemente y no ciegamente».
Y acá
aparece uno de los principales obstáculos para ganar ese dinero que
necesitamos: ¿cuánto podemos confiar?
Una de las
respuestas posibles a esta pregunta tan abarcativa, imprecisa pero que nos la
hacemos todos en algún momento, está en la antiquísima consigna «Conócete a ti
mismo».
Efectivamente,
siempre nos tomamos como referencia, porque nuestros datos son muy accesibles
y, sobre todo, porque confiamos bastante en nosotros mismos.
Donde el
obstáculo puede hacernos tropezar es en cuánto nos conocemos realmente, o más
bien, qué uso hacemos de ese auto-conocimiento.
Dejo aparte
el caso de aquellas personas cuyos antecedentes no nos dejan otra opción que
desconfiar de ellas. Aunque es probable que alguien modifique su forma de ser,
es realmente muy difícil confiar en quien ya fue condenado por sus actos
indiscutiblemente deshonestos.
La
desconfianza hacia quienes cuentan con buenos antecedentes, tiene como
principal fuente de información nuestras propias malas intenciones.
El
razonamiento es casi matemático: como no se puede sacar de donde no hay y,
siendo que el otro no tiene antecedentes, es nuestra propia inventiva la que
nos aporta datos imaginarios que nos llevan a juzgar negativamente la
honestidad del otro.
Lo que nos
falta tener en cuenta en ese juicio basado en nuestras propias deshonestidades,
es cuán inhibidos estamos de ser desleales, fraudulentos, estafadores.
Como nos
avergonzamos de ser inhibidos, imaginamos en el otro la inescrupulosidad que
desearíamos tener.
(Este es el
Artículo Nº 1.672)
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13 comentarios:
Suponer que los demás son más malos que nosotros, nos inhibe para hacer un montón de cosas. Por supuesto las tareas que implicarían una ganancia económica también. En realidad creo que los demás son distintos pero ni más malos ni más buenos, en lo esencial, en lo que hace a la naturaleza humana. (Cuando hablo de buenos y malos me estoy refiriendo a lo que podría definir un niño de cinco años por bondad o maldad).
Incluso tendríamos que estar preparados para admitir que existen muchísimas personas más buenas que nosotros.
Supongo que deseo ser inescrupulosa por el miedo que me da llegar a serlo.
Lo más difícil es manejarse dentro de los parámetros de la confianza razonable. O ¨ponemos las manos en el fuego¨ por alguien en quien QUEREMOS confiar, o por el contrario desconfiamos absolutamente. El término medio genera incertidumbre, y buscamos escapar de ella.
Confiamos en nosotros mismos pero sin conocernos lo suficiente. Negamos lo que no nos gusta de nosotros y lo proyectamos en los demás.
El Certificado de Buena Conducta es un documento oficial que nos aporta cierta credibilidad frente a los otros. Por supuesto que no nos alcanza para confiar; ahora, cuando el Certificado nos condena, sí nos alcanza para desconfiar. Podríamos deducir de esto, que somos más desconfiados que confiados.
Nos tomamos como referencia y tomamos como referencia las costumbres que adquirimos de nuestro entorno. Por eso cuando salimos del ámbito donde estamos acostumbrados a desenvolvernos, somos muy desconfiados porque no reconocemos los hábitos, normas, valores, a los que estamos acostumbrados.
Antes de que aprendiéramos demasiado sobre la maldad, éramos malos naturalmente, sin saber que éramos malos. Luego nos educan y nos enseñan qué es bondad y qué maldad. Entonces enseguida viene la culpa a frenarnos en las maldades. A veces nos frenamos nomás, y otras veces hacemos las maldades sin darnos cuenta. Las personas que se salen de la normalidad, de lo común, hacen la maldad sin culpa y a sabiendas.
Para encarar un negocio o manejarse en un trabajo, tenemos que establecer contactos con otros. Es imposible hacerlo solos. Si no podemos confiar, todo se nos hará más difícil, agotador.
De niño tenía un amigo imaginario que siempre me dejaba tirar al arco mientras él hacía de golero. Me permitía tomar el pedazo más grande de torta. Nunca se le ocurría darle un abrazo a mamá. Me hacía los deberes.
Él era mejor que yo, pero yo no me daba cuenta.
Soy malvada y por eso pienso que las demás mujeres también lo son. De todos modos, esas mujeres nunca serán tan horriblemente crueles como los hombres.
Yo me junto con mis hermanas, mi madre, mis abuelas y mis tías. Entre malvadas nos entendemos. A los hombres los dejamos afuera.
Con mi pareja cambiaron mucho las cosas desde que me enteré que me estaba engañando. Ya no pude volver a confiar. Ahora la relación está empobrecida. Hasta pienso en terminar.
Me parece que en cuestiones de dinero somos particularmente desconfiados y al mismo tiempo más propensos a ser honestos. Todo delito o falta vinculado a asuntos de dinero, nos sale caro. Arriesgarnos a hacer las cosas mal puede dejarnos en la ruina o con grandes deudas. Por eso tratamos de manejarnos -por lo general- con honestidad.
A mí, por el contrario, me parece que el dinero nos resulta muy tentador. Hacemos cosas estúpidas, que luego terminarán perjudicándonos, sólo por hacernos con más dinero.
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