Gastamos energía preocupándonos al solo efecto de sostener la creencia en que controlamos nuestra vida y nuestra muerte.
Quizá si dejáramos de
preocuparnos, nada cambiaría demasiado.
Es difícil de creer esta
sugerencia porque estamos convencidos de que somos los protagonistas, los
actores, los verdaderos ejecutores de las acciones adecuadas para que nuestras
circunstancias sean como habitualmente son.
¿Qué nos ocurriría sin
dejáramos de preocuparnos y en remplazo de esa preocupación comenzáramos a
respetar fielmente nuestro deseo?
Por ejemplo: mi deseo es
bañarme diariamente, vivir en un ambiente provisto de cierta cantidad de luz,
temperatura, silencio. También deseo contar con algunos muebles, herramientas,
máquinas. Deseo además mantener algunos vínculos mediante encuentros,
conversaciones, mensajes.
Puedo pensar que el deseo es un fenómeno
orgánico, tan efectivo como las necesidades (respirar, comer, descansar), pero
se diferencia de estas por su perentoriedad: las necesidades son urgentes,
imprescindibles, inevitables mientras que los deseos admiten una postergación y
hasta su radical represión.
Tanto las necesidades como los
deseos presionan sobre mí para que realice ciertas acciones específicas cuya
urgencia estará determinada por el grado de molestias que sienta.
Existen necesidades corporales
sobre las que no tengo que preocuparme porque son automáticas (funcionamiento
glandular, movimientos del aparato digestivo, circulación sanguínea), otras son
casi totalmente automáticas como es la respiración, el rascado, toser, otras
dependen de acciones específicas como son comer, dormir, defecar.
Las necesidades nos presionan
por medio del dolor, son coercitivas, imperialistas. Los deseos sin embargo son
más blandos en sus demandas, recurren a la insistencia, a la persuasión. Los
deseos buscan su satisfacción con procedimientos democráticos y por eso, como
somos «hijos del rigor», los atendemos cuando podemos, si
tenemos tiempo.
Poseemos elementos como para concluir que gastamos energía
preocupándonos al solo efecto de sostener la creencia en que controlamos
nuestra vida y nuestra muerte.
(Este es el
Artículo Nº 1.709)
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13 comentarios:
No sé por qué gastamos energía inútilmente. Hacemos muchas cosas que no tienen una utilidad práctica, razonable, lógica. Pero eso no quiere decir que no tengan ningún tipo de utilidad. Me resulta imposible pensar que se hagan cosas porque sí. No encuentro ejemplos.
Las preocupaciones no se pueden controlar. Desaparecen por si solas cuando dejan de angustiarnos.
La angustia es una molestia que puede llegar a resultar insoportable.
No entiendo el vínculo entre la foto y el artículo.
Dejé de controlar a mis hijos cuando me di cuenta que ellos mismos podían autorregularse bien.
Mis deseos son: mantener cierto grado de salud y tener lo necesario para vivir. Y vivir para mí es mantener los vínculos que me dan momentos de felicidad.
Al decir que el deseo es un fenómeno orgánico, da la impresión que estuviese separando el cuerpo de la psiquis.
Me parece que Mieres, cuando habla de organismo, se refiere a él en su totalidad.
Para vivir de manera civilizada no queda otra que aprender a postergar los deseos.
Pienso que hay un límite para postergar los deseos. Si se los posterga demasiado llega un momento que te enfermás.
Me quedé pensando en la relación entre la foto y el planteo del artículo, igual que Morgana. Yo la interpreto como que el deseo puede controlar nuestra vida, y nosotros podremos preocuparnos pero no es mucho lo que podemos hacer.
Supongo que uno de los cometidos del psicoanálisis es entendérselas con el deseo. Eso en parte pasa por conocerlo y en cierta medida controlarlo.
Las necesidades no se pueden controlar. Suponemos que los deseos sí. Yo no estoy tan seguro.
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