miércoles, 24 de octubre de 2012

El costo de (controlar la) vida

 
Gastamos energía preocupándonos al solo efecto de sostener la creencia en que controlamos nuestra vida y nuestra muerte.

Quizá si dejáramos de preocuparnos, nada cambiaría demasiado.

Es difícil de creer esta sugerencia porque estamos convencidos de que somos los protagonistas, los actores, los verdaderos ejecutores de las acciones adecuadas para que nuestras circunstancias sean como habitualmente son.

¿Qué nos ocurriría sin dejáramos de preocuparnos y en remplazo de esa preocupación comenzáramos a respetar fielmente nuestro deseo?

Por ejemplo: mi deseo es bañarme diariamente, vivir en un ambiente provisto de cierta cantidad de luz, temperatura, silencio. También deseo contar con algunos muebles, herramientas, máquinas. Deseo además mantener algunos vínculos mediante encuentros, conversaciones, mensajes.

 Puedo pensar que el deseo es un fenómeno orgánico, tan efectivo como las necesidades (respirar, comer, descansar), pero se diferencia de estas por su perentoriedad: las necesidades son urgentes, imprescindibles, inevitables mientras que los deseos admiten una postergación y hasta su radical represión.

Tanto las necesidades como los deseos presionan sobre mí para que realice ciertas acciones específicas cuya urgencia estará determinada por el grado de molestias que sienta.

Existen necesidades corporales sobre las que no tengo que preocuparme porque son automáticas (funcionamiento glandular, movimientos del aparato digestivo, circulación sanguínea), otras son casi totalmente automáticas como es la respiración, el rascado, toser, otras dependen de acciones específicas como son comer, dormir, defecar.

Las necesidades nos presionan por medio del dolor, son coercitivas, imperialistas. Los deseos sin embargo son más blandos en sus demandas, recurren a la insistencia, a la persuasión. Los deseos buscan su satisfacción con procedimientos democráticos y por eso, como somos «hijos del rigor», los atendemos cuando podemos, si tenemos tiempo.

Poseemos elementos como para concluir que gastamos energía preocupándonos al solo efecto de sostener la creencia en que controlamos nuestra vida y nuestra muerte.

(Este es el Artículo Nº 1.709)


13 comentarios:

Marisa dijo...

No sé por qué gastamos energía inútilmente. Hacemos muchas cosas que no tienen una utilidad práctica, razonable, lógica. Pero eso no quiere decir que no tengan ningún tipo de utilidad. Me resulta imposible pensar que se hagan cosas porque sí. No encuentro ejemplos.

Olegario dijo...

Las preocupaciones no se pueden controlar. Desaparecen por si solas cuando dejan de angustiarnos.

Carina dijo...

La angustia es una molestia que puede llegar a resultar insoportable.

Morgana dijo...

No entiendo el vínculo entre la foto y el artículo.

Margarita dijo...

Dejé de controlar a mis hijos cuando me di cuenta que ellos mismos podían autorregularse bien.

Clarisa dijo...

Mis deseos son: mantener cierto grado de salud y tener lo necesario para vivir. Y vivir para mí es mantener los vínculos que me dan momentos de felicidad.

Javier dijo...

Al decir que el deseo es un fenómeno orgánico, da la impresión que estuviese separando el cuerpo de la psiquis.

Jacinto dijo...

Me parece que Mieres, cuando habla de organismo, se refiere a él en su totalidad.

Héctor dijo...

Para vivir de manera civilizada no queda otra que aprender a postergar los deseos.

Lucía dijo...

Pienso que hay un límite para postergar los deseos. Si se los posterga demasiado llega un momento que te enfermás.

Facundo Negri dijo...

Me quedé pensando en la relación entre la foto y el planteo del artículo, igual que Morgana. Yo la interpreto como que el deseo puede controlar nuestra vida, y nosotros podremos preocuparnos pero no es mucho lo que podemos hacer.

Daniela dijo...

Supongo que uno de los cometidos del psicoanálisis es entendérselas con el deseo. Eso en parte pasa por conocerlo y en cierta medida controlarlo.

Hugo dijo...

Las necesidades no se pueden controlar. Suponemos que los deseos sí. Yo no estoy tan seguro.