domingo, 7 de octubre de 2012

El temor a nuestras intenciones competitivas



   
Cada vez que competimos lo hacemos contra los opositores naturales y contra nuestro temor a ser castigados por nuestras intenciones destructivas en el afán de ganar.

Lo normal es pensar que una persona adulta es ingenua cuando es inocente, incauta, inexperta, cándida y crédula, pero difícilmente pensemos que es cómoda, apática, indiferente, oportunista, ignorante o abusadora.

¿Es que la segunda serie de atributos es falsa y por eso nunca los pensamos o es que prejuiciosamente estamos predispuestos a pensar que la ingenuidad en un adulto es un atributo valioso?

Para poder participar del mercado laboral en un país donde predominan los criterios capitalistas, ser ingenuo equivale a padecer una discapacidad intelectual, excepto que esa ingenuidad sea impostada (actuada, simulada) para poder pasar desapercibido, para evadir la agresividad que circula entre los no-discapacitados, para usarla como un disfraz necesario para desplegar una determinada estrategia (1) comercial.

En el mercado laboral funciona la lógica de suma cero (2), porque las vacantes, los puestos de trabajo, las oportunidades son limitadas y la ubicación que logra uno deja afuera a todos los demás.

Quienes no obtuvieron ese lugar de trabajo son enemigos ocasionales, son opositores que intentan derrocar al ganador apelando a todos los recursos que tengan disponibles.

Los recursos que tienen disponibles dependerán del grado de ingenuidad real que posea (¿padezca?).

Casi todos los participantes en cualquier selección de personal sabemos de estas circunstancias, pero podremos tenerlas en cuenta según el grado de realismo del que disponemos.

Todos fuimos educados para respetar los derechos ajenos, para controlar nuestros impulsos hetero-agresivos; fuimos disciplinados mediante dolorosas formas de coerción; aprendimos que nuestro afán competitivo nos expone a ser castigados.

Cada vez que competimos lo hacemos contra los opositores naturales y contra nuestro temor a ser castigados por nuestras intenciones destructivas en el afán de ganar.

       
(Este es el Artículo Nº 1.692)

11 comentarios:

Anónimo dijo...

Se me acaba de prender la lamparita. Me parece que ya sé por qué me genera culpa competir. Resulta que cuando nació mi hermano menor, yo competía permanentemente con él. Suponía que mientras le ganara iba a ser mejor y por lo tanto mis padres me iban a querer más. Esa competencia estaba vinculada, además, a mi deseo de matarlo. Deseo que deduzco pero no puedo comprobar porque jamás paso por mi consciencia (que yo recuerde). Por eso, cada situación competitiva me retrotrae a esa competencia tan dolorosa. Dolorosa porque estaba de por medio el temor a perder el amor de mis padres. Quizás por eso yo no sea una persona competitiva; dejo que me ganen pasando por ingenua, evito las confrontaciones, gane poco dinero.

Norton dijo...

Uno de los castigos de la competencia es la posibilidad de perder. No todos estamos preparados para perder.

Enrique dijo...

A los niños se les dice que lo importante es competir, no ganar. Eso no se lo creen ni los niños. La finalidad de la competencia es ganar. Si sólo quisiéramos participar y medirnos, no tendríamos el estímulo para competir. El fin de la competencia es medirnos con otros para reafirmar nuestra autoestima.

Evaristo dijo...

Somos mamíferos y muchos son los mamíferos que compiten cuando desean aparearse con las hembras del grupo. O sea que la competencia la llevamos incorporada hace más de doscientos miles de años. Conviene tenerlo en cuenta.

Ingrid dijo...

El que gana destruye las posibilidades del que pierde. Le quita esperanzas, ilusiones, la posibilidad de dar satisfacción a sus necesidades. Es bastante factible que eso nos genere culpa.

Olga dijo...

Me parece que algunas personas ven en la ingenuidad un atributo valioso y otras no. A muchas personas les molesta la ingenuidad porque desconfían de ella. Supongo que son muy pocos los adultos ingenuos. Pasa también que algunos hombres se sienten atraídos por las mujeres que aparentan ser ingenuas. Creen que algunas mujeres son ingenuas porque quieren creérselo. Quieren suponer que su mujer será como una niña a la que podrán conducir (dominar) y alguien que les será absolutamente fiel porque no tiene ¨maldad¨, ni carácter.

Mª Eugenia dijo...

¿Por qué una persona ingenua es en realidad cómoda, apática, indiferente, oportunista, ignorante o abusadora?
Quizás porque la ingenuidad que aparenta le sirve para no confrontar ni defender sus posturas. Puede que no sea indiferente, pero parece indiferente porque no pelea por sus convicciones. Es oportunista porque se aprovecha de la máscara de la ingenuidad para quedarse en una postura cómoda. Abusa de la viveza de los otros y permite que entre ellos resuelvan, lavándose las manos. Ignora que su actitud terminará perjudicándola, porque es difícil pasar por ingenuo y a la vez obtener poder y reconocimiento.

Norton dijo...

La ingenuidad de los niños permite que los adultos les mientan y dirijan sus vidas.

Marina dijo...

Donde predominan los criterios capitalistas, el ingenuo se expone a que lo pisoteen. Si adopta esa actitud de no contradecir, hacer lo que le dicen, aparentar que siempre está de acuerdo y que no descubre malas intenciones en los demás,terminará, efectivamente, siendo pisoteado, porque los otros contaran con que él no opondrá resistencia, para que los demás hagan y deshagan a su antojo.

Lautaro dijo...

El ingenuo quiere vendernos su no-agresividad. Quienes le creen pecan por ingenuos, porque la agresividad está en todos. Lo que podemos tratar de manejar es la violencia derivada de esa agresividad.

Gabriela dijo...

Creo que algunas personas son tranquilas y poco competitivas porque no les interesa pasar trabajo tratando de conseguir cosas que no les resultan atractivas.