Los humanos somos capaces de ensañarnos con los competidores
vencidos porque queremos vernos (imaginarnos) invencibles, omnipotentes, pero
sobre todo inmortales.
Creo que no hay muchas dudas sobre cuán
débiles somos como individuos, sin embargo habría que recordar que somos muy fuertes
como especie.
Los demás individuos de las demás especies,
caminan media hora después de ser paridos, se reproducen con pocos años de
edad, saben qué hacer en cada contingencia de su vida porque el instinto
contiene todas las respuestas.
Estas cualidades de los demás ejemplares de
las especies mamíferas escasean en los humanos, pero sin embargo cada vez somos
más, nuestra especie cuenta con más de siete mil millones de ejemplares. Somos
una especie próspera.
Si esto estuviera bien razonado, entonces
tendríamos que aceptar que el individualismo es una mala solución mientras que
las acciones que tengan en cuenta a nuestra especie tienen más posibilidades de
éxito.
Expreso esta idea porque insistentemente hago
comentarios sobre cómo somos los humanos y no precisamente para resaltar
cualidades valiosas sino todo lo contrario.
En este caso me detengo para señalar nuestra
tendencia a «patear a
quien está caído» o, como metafóricamente se dice, «hacer leña del árbol
caído».
Cuando dos
ejemplares de otras especies luchan, quien reconoce haber perdido se aleja o se
pone patas arriba ofreciendo las partes blandas de su cuerpo para que el
ganador lo devore.
El perdedor
que asume su derrota, no es perseguido ni devorado con ensañamiento. Entre los
demás animales es normal tener clemencia con los vencidos, pero entre los
humanos tenemos que ovacionar ese gesto con gran algarabía porque no somos así,
no somos nobles, no tenemos hidalguía, actuamos como cobardes.
Probablemente
somos así porque sabemos que moriremos y queremos disimularlo con gestos de
abuso de poder que nos disfracen de omnipotentes e inmortales.
(Este es el
Artículo Nº 1.703)
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10 comentarios:
Todo aquello a lo que asignamos valor: la honorabilidad, sinceridad, fortaleza, solidaridad, generosidad, todo eso tiene valor porque escasea. Por lo tanto coincido con Mieres en que los humanos no tenemos todos esos valores, sino que aspiramos a tenerlos. Por momentos lo logramos y a veces no, o muchas veces no.
El abuso de poder, por lo tanto, puede tener que ver, como se plantea en el artículo, con nuestro deseo de vida eterna, de salud, juventud, belleza. Estos deseos parecen ser exclusivamente humanos.
Gabriela habla del deseo de inmortalidad como exclusivamente humano, pero yo lo pongo en duda. El resto de los animales también cuidan su vida. Tienen su cuerpo diseñado, a través de la evolución, para escapar de los depredadores.
Hacer leña del árbol caído es una conducta que, por lo que he observado, se da más entre los niños que entre los adultos. La socialización nos lleva a reprimirnos, a sublimar, a entender que ensañarse con el más débil puede no convenirnos porque seremos víctimas de la reprobación social.
A nosotros los humanos nos cuesta mucho asumir la derrota. Muchísimo. Tanto que, por ej, cuando un proyecto de pareja o de familia nos fracasa, decimos que no fue un fracaso sino una etapa de nuestra vida que nos enseñó a crecer, aprender, que además nos permitió vivir lindos momentos, tener hijos, disfrutar, etc. Ambas cosas son ciertas: que disfrutamos y crecimos, pero también que fracasamos, porque el proyecto que teníamos no culminó como desábamos: ¨...y fueron felices para siempre¨.
Pienso que el resto de los animales también saben que morirán.
Los animales que se dan por vencidos luego de una pelea, valoran su vida más de lo que la valoramos los seres humanos.
Artigas dijo: ¨clemencia para los vencidos, curad a los heridos¨.
Hasta con rima lo dijo!!!
El héroe nacional de los uruguayos era así.
¿A quién no le gustaría ser un héroe?
Somos fuertes como especie pero podríamos autodestruirnos en un minuto si así lo quisiérmos.
Muchas especies se han extinguido. Hasta ahora nosotros hemos podido con los depredadores, les hemos ganado. Pero quién sabe, de pronto el día menos pensado se desarrolla un virus microscópico que termina con todos nosotros.
Cuanto más miedo tengamos de perecer, más nos ensañaremos con el enemigo. Quizás nos convenga buscar estrategias para disminuir el temor, en lugar de atacar con represión la violencia. Para eso lo primero es detectar con claridad qué nos produce temor; a todos como especie y a cada uno como individuo.
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