Nuestra relación con el «robo» es
afectivamente ambivalente y por esto quedamos expuestos a ser víctimas y/o
cómplices.
En nuestro «teclado afectivo», van muy cerca el amor y
el odio. Somos ambivalentes al mismo tiempo que la incoherencia nos provoca
vértigo, inseguridad, miedo.
En nuestro
«teclado afectivo», van muy cerca el aprecio y el desprecio. A veces sentimos
una íntima simpatía por fenómenos que repudiamos a voz en
cuello.
Quizá hablemos mal de las prostitutas aunque
seamos clientes asiduos de alguna de ellas; hacemos rigurosas recomendaciones
médicas sólo para molestar a otros o para exhibirnos como muy disciplinados,
prolijos y responsables.
En esta misma línea de flagrante incoherencia,
tenemos ante el «robo» actitudes muy ambivalentes.
— El ejemplo más relevante tiene como modelo a
las aventuras de Robin Hood (1), quien robaba a los ricos para repartir entre
los pobres;
— Se llama «ladrón» al cable que toma corriente del tendido eléctrico en
forma clandestina;
—
Denomínase «ladrón» a la clavija que permite derivar la corriente eléctrica a
varios toma-corrientes;
— Decimos «robar» al acto de tomar cartas (o fichas
del dominó) de un mazo, como parte de varios juegos con naipes;
— También
usamos el verbo «robar» para señalar la quita a otras personas, de alegría,
esperanza, futuro, idea, tiempo;
— Se
denomina «robar» a la acción de redondear o quitar con una lima, la agudeza a
una punta;
— Suena muy
romántico decir que alguien «le robó el corazón» a otra persona.
Con esta
lista incompleta de alusiones simpáticas hacia «el robo», que se suman a la ya
mencionada del mítico personaje Robin Hood, quiero demostrar que nuestro ánimo
no es nada categórico ante un hecho que nos perjudica, nos empobrece y altera
la convivencia porque transgrede el derecho a la propiedad privada.
En suma: Esta específica indefinición afectiva nos
expone a ser víctimas y/o cómplices.
(Este es el
Artículo Nº 1.562)
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También sentimos ambivalencia frente a la autoridad. Podemos amar y odiar a nuestros jefes. Amar y odiar a nuestros padres. Amar y odiar lo que es nuestro, lo que nos pertenece. Así es que en ocasiones algunos de nosotros podemos tener sentimientos ambivalentes frente a los símbolos patrios. Sentimientos ambivalentes hacia nuestros hijos, cónyuges, amigos. Hacia nuestro auto, nuestra casa, nuestro perro.
Por eso no es de extrañar que si tenemos un sentimiento ambivalente hacia lo que sentimos como nuestro, que forma parte de nosotros, también sintamos afectos ambivalentes hacia lo que hacen con lo que es nuestro. Podemos desear, al mismo tiempo que temer, que nos roben. Podemos odiar y amar a los ladrones.
Estamos en nuestro derecho si consideramos válida la propiedad privada de cosas.
Está mal vista socialmente, e incluso prohibida, la propiedad privada de personas.
Si inconscientemente deseo ser robado, tendré conductas que faciliten esa situación. Del mismo modo, si inconscientemente deseo robar, podré convertirme en cómplice de cualquier tipo de robo.
Nos gustaría ser propietarios de nosotros mismos y de nuestros seres queridos. No podemos ni una cosa, ni la otra. Sin embargo no dejamos de intentarlo.
Yo soy dueña de mi cuerpo, por lo tanto podría decir que mi cuerpo es mi propiedad privada. Otros pueden usar de él, puedo además compartirlo, quererlo, maltratarlo, ser dominada por él al punto de alienarme.
Mi cuerpo hace y deshace sin que yo me entere, sin embargo sigo creyendo que soy dueña de él.
Si te roban el corazón, la buena noticia es que tendrás un corazón más grande.
Espero que no me roben la agudeza mental, pero los años no vienen solos...
Tengo muchas cartas abajo de la manga, de modo que si me roban el plan A, paso al plan B.
Decir que nos robaron la esperanza es una forma de no hacernos responsables de lo que nos pasa.
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