El dinero nos obliga a adaptarnos
a su valor y nada podemos hacer para modificarlo.
Conserva su
vigencia una antigua frase que dice «Mente sana en cuerpo sano».
Originalmente
se la utilizaba para estimular la costumbre de rezar y más recientemente se la
utiliza para estimular el cuidado del cuerpo.
La
redacción del enunciado permite entender ambos significados: 1) Si tenemos una
mente sana, entonces también tendremos un cuerpo sano; y 2) Si tenemos un
cuerpo sano, entonces también tendremos una mente sana.
Para
quienes pensamos que todo es materia, estas dos opciones no existen y la
proclama se vuelve obvia, pues tanto la mente como el cuerpo son un solo
organismo complejo.
Desde este
punto de vista, cualquiera podría decir: «Si el dedo está sano, todo el cuerpo
lo estará», porque un dedo enfermo obliga decir que el cuerpo está enfermo, ya
que somos una unidad y no una suma de partes.
De modo
similar, si nuestro cuerpo está enfermo, entonces el dedo estará enfermo, la
mano, el brazo, el cuello, ... todo el cuerpo estará enfermo.
Como dije
en otro artículo (1), una mente sana (que es lo mismo que decir «un cuerpo
sano»), busca inteligentemente hacer el menor esfuerzo.
Es por esta
causa inteligente de un cuerpo sano que evitamos la matemática y el dinero.
Tanto una
como el otro son rígidos, inflexibles, indiscutibles.
Cuando
nuestro cuerpo se encuentra con alguna ley inapelable, se pone de mal humor.
Ocurre algo similar cuando estamos muy cansados y tenemos que dormir sobre la
dureza del suelo.
En otras
palabras, nuestro cuerpo prefiere que la realidad se adapte a él y no que él
tenga que adaptarse a la realidad.
El dinero
nos obliga a adaptarnos a su valor y nada podemos hacer para modificarlo. Por
esto algunos lo rechazan.
(Este es el
Artículo Nº 1.635)
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9 comentarios:
El dinero nos impone una rigidez que está dada por el valor que representa. A veces queremos estirar el dinero y de algún modo nos parece que lo logramos. Si llegamos a fin de mes no fue porque el dinero se haya estirado sino porque nosotros nos adaptamos a vivir con menos dinero.
Cada uno de nosotros tiene distintas posibilidades de adaptación a la realidad que nos impone el dinero. Algunos pueden adaptar su calidad de vida a las posibilidades económicas reales y a otros se les hace muy difícil.
A veces personas que son muy flexibles en distintos ámbitos de la vida, no logran esa flexibilidad cuando se trata de moverse con cantidades mayores o menores de dinero.
Los niños y jóvenes se ponen de muy mal humor cuando se trata de aceptar una ley inapelable. Para adultos y ancianos en general no es tan difícil. Tuvimos más años para pensar y experimentar que no todo lo que queremos se puede lograr.
Mi billetera tendría que adaptarse a mis necesidades. A veces puede andar flaca, no hay problema, pero otras veces la necesitaría gorda, muy gorda, para salir de los líos en los que me meto.
Para ese tipo de problemas, Jacinto, está la tarjeta de crédito. Hoy no es necesario frustrarse ni esperar a cuando las condiciones estén dadas. Ese pedacito de plástico nos hace la magia para dejarnos contentos.
Las tarjetas de crédito son un factor más que alarga la adolescencia hasta límites insospechados.
Para completarla, el dinero además de su rigidez, nos trae grabados retratos de héroes, y cuando los miramos y nos vemos tan flacos como perros callejeros, no podemos evitar compararnos con ellos y sentirnos miserables.
No es cierto que un corazón enfermo equivalga a una persona enferma. Un corazón con arritmia, por ej., nos traerá algunos problemas, pero no por ello podemos decir que esa persona está enferma. Ese ser humano puede ser feliz, exitoso, querido por amigos y familiares. Cierto que la salud es un concepto global, pero nadie tiene una salud absoluta durante demasiado tiempo. Nos movemos en el plano de los grises oscilando entre mayores o menores niveles de bienestar.
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