Una fantasía que muy a menudo está en la mente de los estudiantes universitarios pero que difícilmente usted la encuentre descripta en algún lado, es la siguiente:
Papa y mamá se aman y por eso me concibieron a mi. Yo vengo a ser el símbolo del amor entre dos grandes personas. La felicidad que les produce desde entonces que yo exista, los lleva a cuidarme, alimentarme, mimarme, hacerme regalos, mandarme a estudiar, y muchas cosas más que a ellos les cuesta conseguir pero que el gran amor que se tienen y la felicidad que sienten porque soy su hijo, son motivos suficientes para que ellos resuelvan todas mis necesidades.
En determinado momento, observo que los hijos como yo, cuando cumple más o menos 18 años, tienen que empezar a hacer algo para conseguir eso que hasta entonces lo entregaron los padres con mucho placer.
Lo que hay que hacer entonces es tratar de salvar entre 30 y 50 exámenes que me impone un instituto de enseñanza superior para que al aprobar el último, me entreguen un comprobante llamado «Título profesional», con el cual la sociedad pasará a ocupar el lugar de mis padres y se encargará de darme todo lo que antes me daban ellos.
Lo único que tiene que hacer un ser humano (siempre según esta fantasía) es SER. Primero ser hijo y luego ser un profesional. La fantasía estalla como una copa que pega contra el suelo cuando alguien le susurra que para ganarse la vida es preciso HACER y no simplemente ser.
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15 comentarios:
Es mi caso con una variante: mis padres se mataron para que me reciba de médico pensando que yo podría convertirme en el plan jubilatorio de ellos y ahora que hace casi tres años que me recibí, nos miramos perplejos cuando vemos que el asunto no camina ni tiene un horizonte muy prometedor.
O mis padres no me querían o tenían una pedagogía totalmente distinta porque desde que tengo uso de razón me vienen pidiendo pequeñas cosas como traer algo del almacén, barrer, regar las plantas, guardar los juguetes, una vez mi madre me pidió que pintara la parte inferior de una puerta y después me dio una moneda, mi padre me llevaba a su oficina y me daba montañas de papeles para romper y tirar y me daba otra moneda, los regalos de cumpleaños estaban en estricta proporción con las calificaciones que yo me ganaba en el colegio. Siempre tuve claro que yo no era fruto de un amor paradisíaco sino un producto del interés que tenían mis padres en estar juntos, siendo socios más que amantes como los del artículo, del deseo, del esfuerzo, de la responsabilidad, que no excluye las grandes diversiones que matizaban las largas temporadas de trabajo, estudio, ahorro y cuidado de la salud.
El título universitario es igual que un condón: te lo entregan arrollado y al día siguiente ya no sirve para nada.
Esto de que uno tiene que aprobar un montón de exámenes es cierto. Las universidades que yo conozco (solo 3), tienen ese criterio: Quien salva un examen puede cursar la continuación, pero para salvarlo no hay más que tener memoria y repetir lo que dicen los textos y los apuntes de lo que dijeron los docentes a lo largo del año. Es un esfuerzó más bien mecánico. Por eso no creo en los profesionales universitarios excepto que tengan una larga trayectoria que avale su idoneidad.
Les voy a contar algo porque ud no tuvieron la suerte que tuve yo de criarme en la casa de mi abuelo. Él tenía una herrería y ponía los hierros en el fuego de la fragua hasta que se pusieran rojos, los tomaba con una pinza y les pegaba con un gran martillo hasta darle la forma que él necesitaba para construir rejas muy llenas de adornos. El estudio hasta los niveles universitarios son lo mismo. Nos hacen calentar con exigencias de todo tipo y luego nos dan forma a los golpes. Cuando salimos de ahí estamos formados como ellos quieren y eso para algunos sirve y es posible ganarse la vida, no tanto por los conocimientos sino por estar formados como la sociendad quiso.
Todo lo bueno está allá adelante o allá atrás. Esta manía me parece que la tenemos todos. Por lo menos los que yo conozco.
Supongo que debo ser mala madre porque la alegría que a veces siento a causa de la existencia de mis hijos, no se asocia jamás a un deseo de alimentarlos. Cuidarlos, mimarlos y todo lo demás sí, pero eso es otra cosa. Eso te sale solo. Ver a mis niños no me produce el deseo de salir a trabajar, me genera una obligación moral incuestionable de la cual admito mi esclavitud. Pero deseo ¡noooo!
Cuando quedé embarazada quería tener un hijo, entonces me alcanzó simplemente que él existira. A partir de ahí se va construyendo el vínculo entre el padre y el niño. La calidad de ese vínculo depende de lo que ambos hagan y no de lo que son.
A mi me lleva tanta energía HACER cosas para SER que no me quedan fuerzas para HACER y ganarme la vida
Ahora que mi tía se puso a pensar en la vejez se ha puesto más solidaria, eso gracias a sus escasos recursos
Ayer estaba lavando la vajilla y me pegué un julepe bárbaro: alguien me susurraba al oído, pero no había nadie, entonces la copa que tenía en la mano se me deslizó y pegó contra el suelo. Ahí me desperté. Mi marido dice que yo gritaba "¡déjalo ser!"
Mis padres nunca me dejaban hacer nada, por eso cuando me fui a vivir solo aproveché para demostrarle al mundo todo lo que era capaz de hacer. Después me cansé mucho, más que nada por falta de estímulo, nadie elogiaba las reformas que había hecho en casa, ni el auto que logré comprar, ni nada. Ahora sólo hago lo que me importa a mí.
La fantas�a que Ud. relata debe ser un fantasma que sobrevuela las ciudades universitarias. Por ac� no lo vimos.
En mi familia paterna siempre me sentí como el símbolo del desamor porque apenas nací mis padres se separaron.
No me parece que los padres entreguen nada graciosamente. No te lo dicen pero detrás de cada entrega hay una intención de cobro. Conviene no adeudarles nada.
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