Observo que —en el mundo de los negocios—, algunas personas aparentemente normales, no pueden decir las cosas como son:
— «Quiero comprar su casa porque es más linda que la mía»;
— «Vendo el auto porque estoy necesitando dinero urgente»;
— «No tenemos esa mercadería porque nadie la solicita».
La necesidad de mentir los lleva a decir en cambio:
— «Estaba buscando algo más nuevo y más grande pero quizá con su casa podría arreglarme por un tiempo»;
— «Acostumbro vender los autos con poco kilometraje para poder obtener un mejor precio»;
— «Lo que me pide se terminó hace un momento. Mañana recibo más».
Cuando el interlocutor es un niño, entonces nos convertimos en tan niños como ellos.
No podemos decir que el abuelo falleció, que dejó de existir, que ya no lo veremos, que sólo podremos recordarlo, hablar de él, mirar sus fotos, llevarle flores al cementerio.
Por el contrario inventamos extrañas alegorías de que se fue al cielo, que se convirtió en un ángel, que nos está mirando desde allá arriba pero que nosotros no lo podemos ver, que quizá algún día vuelva, que a veces nos visitará en los sueños.
El engaño sistemático se vuelve fundamentalista cuando llegamos a los mitos de Papá Noel, los Reyes Magos o el Ratón Pérez.
Si algún padre (o madre) propusiera terminar con estas creencias, seguramente sería juzgado como inhumano, cruel, frío, materialista, desafectivizado, insensible, brutal, maligno, enfermo, peligroso.
No intento ser novedoso pero todo lo que se aparte de la realidad tal cual la conocemos, no es otra cosa que una mentira.
Una cultura de la mentira inevitablemente es tóxica, retarda el crecimiento mental y afectivo, genera inseguridad cuando más necesitamos confiar en los demás.
Conclusión: Cultivamos la falsedad sin tener en cuenta que en los mundos de fantasía, no circula dinero verdadero.
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11 comentarios:
Cuando llegó la 1er Navidad de mi hija pensé en no fomentar la historia de Papá Noel. Luego me acobardé cuando reparé en lo bombardeada que estaría por la propaganda que impulsa la gran zafra de ventas y lo que comentarían sus amiguitos. No quice ponerla en contra al mundo.
A menudo se dice "los negocios son negocios" y esto justifica todo tipo de inmoralidades.
Queremos evitar el dolor a nuestros niños, suponiendo que ellos no son capaces de asimilarlo. Quizás un niño sano se más capaz de procesar la dureza de la vida tal cual es que un adulto con problemas.
Muchas veces nos vemos obligados a mentir para sobrevivir en una sociedad donde no se tolera la incompetencia ni la debilidad de carácter.
Me parece cruel decirle a un niño que algún día puede volver un ser querido que se le haya muerto. Puede que viva con una espectativa que lo frustará indefectiblemente.
Es cierto, en los mundos de fantasía no circula el dinero. De todos modos tengo la duda de si conviene habituar desde pequeños a los niños en el uso del dinero.
Vivir sumidos en un mundo imaginario, un mundo de ensueños, nos aparta de la realidad y nos impide operar adecuadamente con ella. Se acerca mucho al funcionamiento psicótico.
La mejor forma de decir la verdad sobre San Nicolás es que el papá se disfrace y se presente a los niños la noche del 24. El disfraz debe permitir que su rostro sea facilmente identificable. Así los niños se darán cuenta de que es papá y la verdad podrá decirse sin palabras, sólo con sentido del humor.
Mi mundo es real pero casi no circula el dinero.
La fantasía no es exactamente una mentira. En los casos que ud menciona está claro que sí.
Me parece importante destacar que es bueno para la creatividad y la inteligencia de los niños cultivar la fantasía.
Yo me enteré antes de quién era Papá Noel que mi hermano se había muerto.
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