domingo, 21 de marzo de 2010

«Lo que abunda, no daña»

«Todos los extremos son malos» dice un proverbio, y existen suficientes pruebas de que esa ley se cumple en muchos casos.

Es tan mala la sequía como las inundaciones, un régimen autoritario tanto como la anarquía, la diabetes tanto como la hipoglucemia.

Desde que creé la expresión «pobreza patológica» no encontré motivos para dudar de su existencia.

Más aún, sería legítimo suponer que también existe la «riqueza patológica».

En varios artículos (1) hice referencia a que la naturaleza nos provoca dolor y placer para imponernos el dinamismo que requiere el fenómeno vida para seguir funcionando.

Los extremos «malos» son las zonas donde la naturaleza nos provoca el malestar estimulante de la vida.

Cuando digo «malos» en realidad debería decir «desagradables», «dolorosos», «irritantes», porque por «malo» debería entenderse sólo lo que pone en riesgo nuestra integridad pero no aquello que nos molesta tanto que nos obliga a movernos (favoreciendo la continuidad del fenómeno vida).

Teniendo en cuenta estas reflexiones, por pobreza patológica deberíamos entender aquella situación económica que irrita en exceso a quien la padece o a quienes tienen que tratar de paliarla (ayuda familiar, instituciones de beneficencia, recursos del estado).

En otras palabras, existe un estímulo molesto que es el suficiente para provocar el dinamismo que necesita el fenómeno vida para seguir existiendo, y un estímulo molesto excedente, innecesario, superfluo, que no contribuye en nada a la conservación de la vida.

La pobreza (o riqueza) patológica existe cuando el estímulo penoso (o placentero) excede la cantidad necesaria, sin agregar el beneficio que lo justifique.

Es decir: es natural y necesario padecer molestias y disfrutar placeres para conservar la vida, pero los excesos que no aportan este beneficio, son patológicos y merecen ser evitados.

(1) El budismo zen; Administración del desequilibrio; «¡Me alegra estar triste!»; Receta racional.

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11 comentarios:

Elisa dijo...

Acá en Chile le llamamos "flojera" a un estado en el que parecen desaparecer los estímulos y se siente una especie de cansancio o más bien desidia. Cuando estás con la flojera no servís para nada.

Rolando dijo...

Es muy fácil quedarse atado a un extremo malo y no poder soltarse más.

Susana dijo...

A mi vida siempre le faltó dinamismo. De mí podrá decirse cualquier cosa, menos que soy dinámica. Hago pocas cosas, me muevo lento, hablo poco.
Soy bibliotecóloga y como es de esperar trabajo en una biblioteca. Mi profesión tampoco me ayuda con esto del movimiento. Nunca se me ocurriría alcanzar los libros en patines, ni hablar en voz alta.
Mi esposo es corredor de bolsa... y si, es cierto, los extremos son malos, yo tengo que equilibrarlo.

Anastasia dijo...

Ah no! Para mí lo desagradable, doloroso e irritante es malo. No quiera confundirme!

Silver dijo...

Estoy pasando por un día de "malestar estimulante"
la puta que lo parió.

Anónimo dijo...

En qué momento habré pasado a ser un estímulo molesto innecesario?

Lucrecia dijo...

Por qué se empeña tanto con que hay que conservar la vida!?

Mother dijo...

El sindrome del nido vacío aparece cuando dejan el hogar los estímulos molestos.

Steve dijo...

Es una desgracia no poder tener ningún pequeño vicio, por culpa del afán conservadurista de la naturaleza.

Ovidio dijo...

Con la pobreza patológica, el Estado no se irrita, porque el estado somos todos. Las instituciones de beneficencia tampoco porque están para eso. La familia... ya es otro cantar.

Hugo dijo...

Los médicos ya me han dicho que ellos no tienen más nada que ofrecerme y que tendré que acostumbrarme a vivir con algunos defectos físicos que me aquejan hace años.