Nuestra inteligencia disminuye su rendimiento inventando creencias muy tranquilizadoras pero generadoras de desvalorización, miedos, subordinación.
Todos creemos ser realistas aunque quizá este sea un logro inaccesible para nuestra pequeña inteligencia.
Si necesitamos dinero para solventar los gastos personales y familiares, exprimimos nuestro cerebro tratando de entender cómo funciona el mercado para poder participar en él y llevarnos lo que necesitamos, entregando lo que nos pidan.
En realidad no sabemos si es pequeña o grande al compararla con una inteligencia ideal, imaginaria, soñada, añorada, perfecta, infalible, certera, veloz.
Si esa inteligencia maravillosa no fuera nuestro modelo, nuestro talento estaría relativizado con menos exigencias y podríamos comenzar a considerar que no estamos tan mal, que no será portentosa, espectacular, prodigiosa, pero al menos nos alcanza para aprender nuevas destrezas, recordar algunos datos, investigar por cuenta propia, sacar conclusiones que luego pueden corroborarse en la práctica y que si con un uso humanamente inteligente de nuestra inteligencia en el año 2000 nuestro patrimonio era de 100 y en el año 2010 fue de 120, entonces tan mal no está funcionando.
Es que la propia inteligencia inventa ideas que la sabotean, le quitan rendimiento, la enlentecen.
Cuando nuestra inteligencia nos induce a creer en Dios para sentirse protegida por un padre todopoderoso, simultáneamente nos convierte en hijos eternos, subalternos, temerosos de correr riesgos que no podrían estar cubiertos por ese gran personaje asegurador cuya póliza está colmada de condicionamientos (exigencias, precauciones, amenazas, leyes, críticas).
Quizá lo peor de este sabotaje de nuestra inteligencia está en que si nunca vamos a poder superar a nuestro padre celestial o terrenal, quedamos confinados a un límite autoimpuesto, pues recordemos que fue nuestra inteligencia la que diseñó y creó ese personaje que nos protege pero que también nos desvaloriza porque es ideal (perfecto, infalible, omnipotente, irreal, imposible).
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11 comentarios:
Actuar conscientemente, deliberadamente, en contra de mis preceptos morales, me genera muchísimo miedo. A veces entreveo que podría existir algún desacuerdo entre lo que yo pienso y lo que supuestamente acepto como normas de vida. En esos casos, mantener mis ideas y actuar en consecuencia se me hace sumamente difícil. El temor al autorreproche se vuelve infinito.
No sé si Mariana es o no creyente, pero imagino que en caso de serlo, ese temor que menciona, debe ser mucho mayor.
La cultura dominante puede ocupar un lugar parecido al que ocupa dios. Sentir que no estamos excluídos se vuelve fundamental para la mayoría de nosotros. Podemos criticar la economía de mercado, pero hacemos todo lo posible por no quedar afuera. Para la clase media es fácil criticar al pobre que cuando recibe una ayuda económica se compra un celular; pero ese celular simboliza pertenecer, ser parte del mundo que nos tocó vivir.
La sobervia es el fruto de nuestra inteligencia limitada. Pertenecemos a un orden perfecto que todo lo comprende. La subordinación sólo existe en nuestra mente. Quien cree en Dios sabe que la realidad es sólo una apariencia. La fe nos hace libres; la fe no nos limita.
Cuando mi madre dice "vamos a ser realistas", es porque no hay plata para salir el sábado.
Por qué creamos dioses que nos convierten en sus vasallos?
El mundo de la infancia tiene sus inconvenientes pero nos libera de responsabilidades: los responsables de un niño son sus padres. Quizás nuestros dioses estén obligados a prolongar nuestra infancia eternamente. Los creamos y les dimos una misión imposible, a nosotros sólo nos resta obedecer.
El que de verdad necesita ganar mucho dinero, se las ingenia para que dios esté de acuerdo.
Dios nos nombra sus hijos, por eso a cambio de protección exige obediencia.
Qué ganas de andar amargándose la vida con eso de los pecados capitales!
Cuando nos dirigimos a Dios nos ponemos de rodillas y bajamos la vista. Es lo que haría cualquier animal para dejar en claro que no quiere pelear; mostraría sumisión.
Lo que dice Hugo, también implica que hablamos de un dios misericordioso. Un dios sin códigos, si te ve achicado te destroza.
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