Nuestras actitudes están
determinadas por alguna remuneración (estímulo, gratificación, salario). A
veces preferimos cobrar dinero y otras no.
Es normal que cuando somos pequeños (entre dos
y treinta años), nuestras mentes segreguen deseos, aspiraciones, necesidades,
anhelos, antojos, caprichos, ocurrencias, que estén sistemáticamente opuestas a
los intereses del colectivo al que pertenecemos.
Por ejemplo: deseamos comprarnos ropa nueva y
nuestros padres se oponen; queremos conducir el automóvil de la familia y
algunos inspectores de tránsito malhumorados podrían multarnos si no tenemos
licencia para conducir; deseamos hacer una ruidosa fiesta en nuestro
apartamento que integra un gran complejo habitacional, y uno o varios vecinos
nos demandarán por «ruidos
molestos».
De estas
desventuras, nunca deduciremos que cometemos errores sino que los demás tienen
mucho más poder que nosotros y que lo usan
malintencionadamente, es decir: ABUSAN.
A continuación, nuestras mentes llegarán a una
conclusión definitiva: el poder está en quienes frustran; o dicho de otra forma:
para sentir las embriagadoras sensaciones que produce el poder, tenemos que
frustrar a otros. Es precisamente en ese acto casi sexual donde podemos sentir
las sensaciones voluptuosas de poder, como si se tratara de un orgasmo.
A partir de esta conclusión, la conducta
quedará diseñada para «consumir
poder» (como si fuera cualquier otra droga proveedora de placer), mediante el
sencillo método de frustrar a todos quienes podamos frustrar.
Lo que
ocurre entonces es bastante lógico: nuestra mente elegirá en cada caso de qué
forma obtiene más beneficio:
— si
dándole satisfacción a las demandas ajenas, a cambio de alguna remuneración
económica o,
—
frustrando la satisfacción de las necesidades y deseos, a cambio de una
remuneración inmediata consistente en sentir la satisfacción que provee el
poder.
Como vemos,
nuestras actitudes están determinadas por la remuneración (estímulo,
recompensa, gratificación, honorarios, salario). Falta determinar si preferimos cobrar dinero o no.
(Este es el
Artículo Nº 1.630)
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12 comentarios:
Muy cierto, Doc. Y creo que lo más común es disfrutar del poder sin cobrar dinero. Nos damos por remunerados por el placer de ejercerlo.
La conclusión que saco es algunos seguiremos siendo pequeños toda la vida.
A veces me gusta sentir el poder dándole gratificación a satisfacciones ajenas que a su vez me gratifican.
Los que no preferimos cobrar dinero o somos muy calculadores y diplomáticos o tenemos crematofobia (era crematofobia, no?)
Antes de los dos años nuestros antojos, caprichos y ocurrencias, resultan bastante simpáticos. A partir de los conflictivos dos años, comienzan a resultar insoportables.
Nos gusta hacer todo lo posible para enfrentarnos al colectivo de pertenencia. Y también hacemos lo contrario: todo lo posible por ser aceptados. Depende de qué humor estemos ese día.
Siempre la culpa la tienen los otros. De eso casi nunca nos cabe duda.
A menudo los otros usan su poder para abusar de nosotros. Sin embargo nos conviene un poco dejar que abusen. Algún beneficio secundario sacamos.
Creo que frustrar y complacer forman parte del acto sexual, lo hace excitante.
El sexo en general no se da si no existe excitación, Carlos.
No creas Mirna... Lo digo mas bien por uds. las mujeres.
El poder es como una droga. Cada vez necesitás dosis más importantes para satisfacerte.
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