jueves, 30 de enero de 2014

Trueque de baratijas por metales preciosos

Cuando los organismos internacionales emiten encendidas declaraciones que desaprueban la brecha entre ricos y pobres repiten la misma estafa que perpetraron los invasores cuando permutaban baratijas por metales preciosos.

Según cuentan los historiadores, cuando los españoles llegaron al continente americano se encontraron con indígenas ingenuos y hospitalarios. De no haber sido así, ahora no habríamos tantos descendientes de europeos.

En otras palabras, quienes tenemos algún ancestro español, italiano, portugués, francés, polaco, rumano, ruso, y demás etnias eurásicas, llevamos en nuestros genes aquel abuso inicial por el que nos aprovechamos de la ingenuidad y de la hospitalidad de los nativos americanos.

Aquellos indígenas se llenaron de espejitos de colores y los invasores de llenaron de oro y plata. Ambos hicieron grandes negocios. Ambos se sintieron inteligentes y afortunados. Ambos se jactaron ante sus amigos: «¡Mira el negocio que hice!»

Con nuestra mirada del siglo 21, pensamos que los indígenas eran tontos y que los invasores eran inteligentes. Pensamos que los espejitos y demás baratijas tenían muy poco valor en comparación con el oro y la plata.

Si me permiten ahora dar un salto intelectual, me hago esta pregunta: Cuando los ministros de economía, los ricos empresarios y hasta los presidentes de los países, se reúnen pomposamente para terminar emitiendo una declaración llena de palabras bonitas, ¿no están repitiendo aquella inescrupulosa transacción entre indígenas e invasores?

Creo que sí: las palabras y los espejitos de colores son, cualitativamente, idénticos.

Cuando estas magníficas personalidades temen un estallido social, desencadenado porque la brecha entre ricos y pobres es obscena, recolectan una gran cantidad de palabras bonitas y, mediante la lucrativa red de difusión periodística, la reparten entre los ingenuos desfavorecidos, antes de que se enojen y provoquen alguna pérdida patrimonial.

Suponer que los ricos y los pobres pueden calificarse como ‘malos y buenos’, respectivamente, es casi inevitable, pero cambiando los hechos, (obscenidad de la brecha económica), por palabras, volvemos a legitimar aquella primera transacción de baratijas por metales preciosos.

(Este es el Artículo Nº 2.109)


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