
El placer que sienten (sentimos) este grupo de personas es casi sublime. Abocarnos a la tarea nos da un gran placer y hasta podemos sentir una especie de veneración hacia ese tipo de trabajo (transformador, creativo) y a todo lo que se asocie con él (compañeros, taller, herramientas, materiales).
Creo que tanto placer y tan fuerte vocación por el trabajo surge de un intento de repetir la maravillosa experiencia que puede llegar a sentir una mujer cuando está embarazada, parir y cuidar a su hijo.
Una ver terminado el trabajo, podemos admirar y usufructuar lo que hemos creado o podemos venderlo, ganar un salario, transformarlo en dinero.
Y acá surge un problema que afecta a varios. Dado que nuestro pensamiento funciona haciendo múltiples e inevitables comparaciones (así como comparé el trabajo artesanal con el embarazo) y dado que también es posible pensar como proceso creativo el proceso digestivo, en muchas personas es posible encontrar que el fin de proceso productivo tanto puede ser el dinero (en caso de venta o salario), como el fin del proceso reproductivo es el parto y el pequeño para criar, como el fin del proceso digestivo es el excremento, la caca.
Por ciertas razones que no vienen al caso, hemos llegado a la conclusión de que la caca tiene feo olor y que hay que despreciarla tirándola. Al niño le cuesta muchas amarguras ver cómo su querida mamá tira la caca que acaba de producir con tanto orgullo, sin embargo, en el medio de todas esas comparaciones, quedan muy vinculados el dinero y la caca generando un rechazo parejo para uno y otra, lo cual puede ser un factor decisivo en la pobreza patológica.
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