Odiar, criticar y despreciar, es hermoso. Sin embargo, es desagradable reconocerlo.
Es feo decir que rechazamos a otros semejantes; es elegante mostrarse amoroso, comprensivo y capaz de perdonar.
Mentir la edad, disimular la ignorancia y ocultar nuestras características impopulares, es lo más habitual.
Como nuestros grupos de pertenencia (familia, amigos, compañeros de trabajo), comparten nuestro menú de falsedades, engaños y trampas, pasamos desapercibidos y quedamos convencidos de que somos grandes personas, honestas, inteligentes, habilidosas, responsables.
Por lo tanto, para poder conciliar lo hermoso pero mezquino, con lo aceptable aunque falso, nos unimos en cofradías, partidos políticos, religiones, logias, sindicatos, para suponer que nuestras carencias no son tales, sino que son normales.
Existen muchas agrupaciones que tienen como un elemento en común, criticar, censurar y condenar a los ricos.
El cristianismo ha trabajado duramente por siglos para que este odio de clase no se deteriore, no se estropee, no pierda agresividad.
Aunque parezca descabellado, el nazismo generó odio contra los judíos sólo para perfeccionar la cohesión entre los seguidores de aquella doctrina.
Es habitual que los partidos de izquierda digan pestes de Estados Unidos, fundamentalmente para fortalecer la cohesión entre los adherentes a lo que suelen llamar progresismo.
Este estilo de vida (mentir, criticar, acusar), como toda solución, placer o deporte, tiene su precio.
Cuando utilizamos el odio colectivo a los ricos (famosos, exitosos, con buena calidad de vida) como procedimiento para sentirnos más unidos a nuestro grupo de pertenencia, debemos saber que simultáneamente nos estamos prohibiendo mejorar nuestras condiciones de vida (comprarnos un auto, viajar, estudiar o cualquier otro tipo de progreso que hayamos criticado).
En suma: si bien es placentero juntarnos con nuestros amigos para reprobar a los que viven mejor, sepamos que implícitamente estamos jurando no igualarnos a los que viven mejor, es decir: «escupimos para arriba».
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11 comentarios:
El odio colectivo siempre ha llevado a las grandes tragedias de la humanidad.
Aspirar a tener una casa, un auto y poder hacer algún viajecito, no es desear ser rico.
En la Revolución Francesa
a los ricos
les cortaron la cabeza.
El cristianismo no promueve el odio a los ricos; ese es el catolicismo. Y lo peor es que lo hace de manera subrepticia, para que ningún católico lo pueda aceptar.
Aunque los catolícos son mucho mejores que el catolicismo. Y por supuesto, no todos los católicos son iguales.
Es cierto que el entorno nos agrede con frecuencia, con sus ruidos, su mugre, su fealdad, con la grosería y la falta de amabilidad. Pero también es cierto que dos personas pueden vivir en una misma ciudad y una de ellas caracterizarla con aquellos aspectos que le permiten amarla y otro aferrarse a todo aquello que lo lleva a odiarla.
Un 90% del odio a los ricos es envidia, el 10% restante son discrepancias ideológicas o críticas a su estilo de vida.
Siempre y cuando estemos hablando de los ricos en general y no de personas, grupos, sociedades anónimas, narcotraficantes, etc, que son genocidas.
Cuando un amigo se apasiona en el odio y la crítica, es difícil no seguirlo, aunque más no sea asintiendo con la cabeza. De lo contrario puede que el odio se vuelva contra ti.
No quiero igualarme a los que viven mejor. Quiero vivir mejor, pero no ser de los que viven mejor. Eso me avergonzaría al observar las carencias de otros. Es como si en casa algunos de mis hijos tuvieran todas las comodidades y otros carecieran de lo mínimo.
No es correcto que te sientas el padre de los pobres, Abel. Ellos son adultos potentes y capaces como tú.
Los pobres muchas veces vienen de generaciones que han vivido en la pobreza. Por eso no es cierto lo que dice Marcelo. No están en un pie de igualdad con quienes han tenido otras oportunidades.
Oportunidades siempre aparecen, distintas oportunidades se dan, más tarde o más temprano. Algunos las saben aprovechar y otros las dejan pasar. Y otros ni siquiera llegan nunca a darse cuenta de que tuvieron una oportunidad.
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