Como a tantos jóvenes, mi padre me daba vergüenza porque hacía cosas que superaban ampliamente mi noción de lo que era ser elegante, educado, prudente.
Él era muy audaz, lanzado, caradura. Su oficio consistía en vender cualquier cosa a cualquiera. No creo que haya incurrido en actividades delictivas porque era temeroso de la ley y de Dios.
Cuando iba con él y se encontraba con algún conocido, no pasaba mucho rato sin que le dijera «Tengo algo para vender que es ideal para ti» y a partir de ahí, tanto podía ofrecer un vehículo, como una joya, alguna obra de arte, antigüedades, armas, libros, y lo que ustedes puedan imaginar.
La vergüenza que yo sentía por su audacia, desparpajo, locuacidad, entusiasmo, insistencia y hasta impertinencia me hacía poner colorado, no sabía donde meterme. Cuando estábamos a solas lo criticaba desde mi punto de vista y él sólo se reía diciéndome: «Ya entenderás».
Así fue. Me costó mucho elaborar el duelo por su muerte. Pensé y repasé nuestras conversaciones, mis sentimientos hacia él y su oficio. Hasta que —como le sucede a la mayoría— comencé a entenderlo.
Fue de ahí que surgió en mi la convicción de que él lo que hacía no era pedir que le compraran como yo creía sino que lo que hacía era ofrecer algo que el otro necesitaba.
Confundir un ofrecimiento con un pedido es tan errado como confundir dar con recibir o pagar con cobrar.
Me animo a contárselos porque también me enteré de que esta misma equivocación la comenten personas muy inteligentes y cultas.
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17 comentarios:
Cuando tenía que salir con mi padre porque no podían dejarme sola en mi casa, me moría de vergüenza porque a él le gustaba presentarme a mucha gente, y me decían cosas, me tocaban, me daban besos. Qué época tan horrible me tocó vivir.
Me hice todo un curso de un año para ser vendedor sólo para ver si lograba vencer mi insoportable timidez. Ahora dos años después, nunca vendí nada, sigo tan tímido como antes y admiro la inteligencia del que me vendió el curso.
Lo mejor que me pasó en la vida fue conocer a mi amigo Ricardo Estevez (¡¡te mando un abrazo a donde te encuentres!!). Él tomó como un desafío personal pasarme un poco de su arte de seducción. Salíamos juntos y me hacía presenciar cómo 'rompía el hielo', cómo 'ablandaba' y como 'se comía el bocado'. Luego vinieron las clases prácticas y poco a poco fui ganando en habilidad y confianza hasta que hoy estoy casado y de vez en cuando necesito probar a ver si todas sus herramientas siguen funcionando.
No creo que la percepción del niño del relato sea errada. Esa forma de vender que describe es muy invasiva.
No dejan de maravillarme las enormes diferencias que existen entre las personas.
El texto me hizo imaginar la posibilidad de que existiese un vendedor que de verdad pudiese ofrecerme algo justo para mí.
Con esos padres, mi infancia habría sido un estado de vergüenza permanente.
Pensar que ese niño podría haber evitado tantas contrariedades sólo con venir acompañado de su padre, en lugar de ir con él.
Entiendo a mis padres pero no los soporto.
La gente que mejor sabe pedir, hace de cuenta que ofrece.
A veces los niños alcanzan nociones muy claras acerca de qué es lo verdaderamente bueno y superan a sus padres.
Es difícil encontrar vendedores que se metan en el personaje.
Me gustaría encontrarme con un hombre como el que ud. describe, audaz, entusiasta, y que me dijera que tiene lo justo para mí, y entonces me ofreciera una joya.
Cuando llega el Día de...lo que sea, todos los comercios ofrecen que me regales, que te regales, que nos regales, etc.
Ese niño no podía soportar que su padre, a quien cree poderoso y fuerte, se mostrara tan vulnerable.
Con el pasar de los años entendí que uno es capaz de hacer muchas cosas, en caso de necesidad.
El vendedor que gana de acuerdo a lo que vende (o sea el que no es asalariado) depende mucho de su estado anímico para alcanzar un buen rendimiento. También son muy importantes sus vinculaciones.
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