El «lavado de dinero» se
parece al «lavado de imagen pública». En un caso se intenta disimular su
ilegalidad y en el otro, su mala fama.
Falsificar dinero no es una tarea sencilla.
Las empresas legales dedicadas a fabricarlo
toman infinidad de precauciones para que cualquier imitación sea fácilmente
detectada.
Cuando unos pocos estafadores logran hacer
copias ilegales de gran calidad, tienen que enfrentarse a un segundo desafío:
canjearlo por dinero legal, en primer lugar para recuperar la fortuna que se
gastaron en logran tan buen trabajo y en segundo lugar para poder disfrutar
algún día las ganancias del delito.
Los esforzados delincuentes tienen otra forma
de ganar dinero pero sin incurrir en la complicada falsificación.
La lucha contra el delito cada vez cuenta con
mayores recursos tecnológicos para desestimular fechorías tales como
narcotráfico, contrabando de armas, evasión fiscal, prostitución, extorsión,
secuestro, terrorismo.
Esos recursos consisten en detectar el
recorrido del dinero mal habido para evitar que las ganancias de los
delincuentes puedan ser disfrutadas.
Los delincuentes por su parte también compiten
pensando, estudiando y tratando de lograr lo que se denomina «lavado (o blanqueo) de dinero»,
«legitimación de capitales», «lavado de activos».
Mediante
este procedimiento, («lavado...»), los delincuentes intentan, y muchas veces
logran, burlar el seguimiento que les
hace la policía financiera.
Existen
otras formas de «lavado» que tampoco usan agua y jabón. Me refiero al «lavado
de una mala imagen pública (desprestigio)».
En este
caso se trata de un proceso similar al que realiza el marketing para que el
imaginario popular opine favorablemente de una determinada marca, producto
o persona. El «lavado de imagen» procura
eliminar el desprestigio provocado por algún evento desafortunado (denuncia
penal, rumor, sospecha).
En suma: tanto el dinero mal habido como la imagen
pública deteriorada pueden ganar aceptación social mediante algún tipo de
«lavado».
(Este es el
Artículo Nº 1.589)
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8 comentarios:
Algunas personas se levantan a la mañana, se lavan la cara y salen a conquistar el día.
Otras personas se lavan la cara cuando apenas amanece. Y se la vuelven a lavar al mediodía. También se la lavan después de tomar el té. Y se la lavan cuando aparece la luna. Pero siempre, siempre, siguen con la cara sucia.
Si formás parte de una minoría despreciable. Si además no sos exitoso o tenés algún talento a ojos vista, aunque más no sea para jugar a la bolita. Por más que te laves la cara, te van a mirar sucio.
Todos tenemos una imágen pública, por más pequeñita que sea. (o casi todos, porque el que de verdad nunca la tuvo, llega un día que la tiene porque sale en los diarios, como esas personas que estuvieron encerradas cuarenta años por culpa de un progenitor malvado o loco).
Con esa imágen pública que tenemos vamos a un lado, y después vamos a otro. Como por suerte es muy chiquita, cuando vamos a otro lado la podemos cambiar y nadie se da cuenta.
Los que tienen una imágen pública gigante, tienen que gastar mucho dinero para lavarla.
Los esforzados delincuentes se encuentran con la esforzada fuerza pública y ambos se esfuerzan por liquidarse.
Los desafíos de los estafadores me dejan perplejo. Brutos desafíos!!! Hay que ser jugado para poner toda la carne en el azador.
Los estafadores que además son jugadores, se la juegan el doble.
La mejor forma de disimular el dinero mal habido o la mala fama, es camuflarse como el camaleón.
Falsificar lleva más trabajo que hacer el original, porque tenés que trabajar a oscuras.
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