jueves, 21 de junio de 2012

Los enemigos imaginarios



Nuestra cultura privilegia evitar el sedentarismo, las carnes y la sal pero tolera la atrofia del razonamiento.

Vivo cerca a una zona donde extraños personajes, que dejaron de ser extraños porque son cada vez más, se sacrifican corriendo sin estar apurados, transpirando sin estar trabajando para ganarse el pan, aplastando, con miles de golpes de los talones contra el suelo, los cartílagos que acolchonan la unión entre los huesos.

Sus rostros, congestionados por la fatiga, mirando el reloj cada pocos metros para ver a qué hora termina el suplicio impuesto por algún amo cruel (médico, dietista, libro de auto-ayuda) que dice castigarlos por su bien. Sus rostros, decía, denotan la neurosis más pura: hacer justamente aquello que el instinto no quiere, imponer caprichos culturales sin sentido, someterse a disciplinas salvadoras de amenazas imaginarias.

A esto nos lleva la estupidez aeróbica en la creencia que la medicina preventiva nos cura de enfermedad que aún no tenemos, imponiéndonos el prejuicio que el sedentarismo, las carnes y la sal (cloruro de sodio) son la única causa de que algún día dejemos de existir.

Complementariamente, nuestro cerebro masoquista está convencido de que los problemas hay que evitarlos, que son un castigo divino, que ignorarlos es la mejor manera de solucionarlos.

En suma, estas prácticas que todos conocemos bien, logran que el ser humano desarrolle destrezas corporales que difícilmente necesite en un mundo tan mecanizado y desactive las destrezas intelectuales que seguramente necesita en un mundo tan mecanizado.

Si está bien correr sin sentido, como un hámster en su jaula, y está bien abandonar la matemática porque es una asignatura antipática, logramos que más personas sean tontas pero fornidas, enemigas del razonamiento (irracionales) pero distendidas porque han logrado neutralizar el estrés, como si este fuera tan venenoso como el sedentarismo, las carnes y la sal.

(Este es el Artículo Nº 1.589)

8 comentarios:

Ingrid dijo...

No sé si el razonamiento atrofia al instinto. No sé hasta dónde esto es positivo y a partir de cuando pasa a ser negativo. Supongo que el instinto no se atrofia porque es imprescindible para que podamos mantenernos con vida. De pronto el razonamiento le pone pautas al instinto.
Muchas especies se han extinguido; la especie humana por ahora no. Quizás el razonamiento tenga la doble faz de acercarnos y alejarnos de la extinción.

Rulo dijo...

Para no aplastar mis cartílagos tengo mis resortes. No los abandono por nada.

Amalia dijo...

Si correr a algunas personas los hace sentir bien, disfrutar y disminuir el estrés, bienvenido sea!
Concuerdo con Mieres en que el estrés y los problemas no son siempre negativos.

Gabriela dijo...

Yo no ignoraría los avances de la medicina, pero hay que tener en cuenta que a lo largo de la historia la medicina ha propuesto disparates. Cada cual apuesta a lo que su leal saber y entender le recomienda. Aunque tampoco olvidemos que las razones del inconsciente también operan.

Elena dijo...

A veces nuestros gustos coinciden con algunos caprichos culturales. Aunque da para sospechar, creo que eso también pasa.

Luis dijo...

Hablar de estupidez aeróbica y unirlo a la medicina preventiva, me parece un exceso. De todos modos la crítica constructiva es una buena práctica. Si nos amoldamos a todas las propuestas culturales, perdemos conexión con nosotros mismos.

Alba dijo...

Se me da por pensar que desarrollar las destrezas corporales es una forma de protesta hacia ese mundo tan mecanizado.

Lucas dijo...

Las destrezas intelectuales a veces son peligrosas. El peligro más cercano al pequeño mundo en el que yo me muevo, son las ponencias híper-intelectuales. Esos conferencistas serían quizá buenos poetas, pero son malos transmisores de conocimientos. Sus enredos y acrobacias mentales me hacen sentir que no estoy pisando tierra.